Hola amigas y amigos de Letras Libres. Todos ustedes me conocen desde hace mucho tiempo pero esta es la primera vez que hablo así directamente. Que ya era hora después de tanto tiempo. Me he propuesto escribir esta entrada con exactamente mil palabras. Ni una más ni una menos. Mil palabras no son muchas, no se crean, así que no se me escaqueen por lo bajini. Mil palabras son como diez microrrelatos de cien palabras de esos que les ha dado a ustedes por escribir ahora. Por cierto, me he enterado yo por ahí que son relatos de gran categoría…


Aunque tengo que decir que no me han dejado ustedes leer ninguno (ejem, ejem). Menos mal que gracias a mis vecinos, sí he podido enterarme de alguno. También me han cotilleado por ahí que lo pasaron ustedes de maravilla en la cena que organizaron. Yo me alegro pero ya me podrían haber invitado, ¿eh? Que uno aquí después de todo este tiempo y sin catar nada de las pitanzas tan maravillosas que se dedican. Tiene guasa la cosa. Pero bueno, es normal, no es que tenga mucha movilidad yo. Siempre estoy aquí para que la gente me vaya colgando cosas.
Digo yo que estos años ya me valdrían por lo menos para un doctorado en literatura. Fíjense: yo, que nací todo blanquito y sin medir más de una cuarta. Y escuchimichao. Un cuatro de enero me trajeron al mundo. Qué frío, y sin ná de ná. Encima me dijeron que me habían traído… por probar. Por probar, fíjate tú qué guasita. Pero tuve la suerte que desde el primer día me arrullaron con metáforas. ¡Ay las metáforas! Cuántas habré visto durante mi vida. Después de todo este tiempo aún sigo enamorado de ellas. ¡Qué cosa más maravillosa son las metáforas!

“El movimiento es un murmullo de cascabeles en carretas engalanadas”, “la lluvia sobre el tejado de zinc es una manifestación de gnomos con zuecos”, “el motor de mi viejo coche suena como el timbre de una casa sin dueño”, “el levante es una escoba marinera aprendiz de peluquera”, “el miedo es un vértigo de mil azoteas aposentado en la nuca”, “la oscuridad son negativos de ventanas deslizándose en el tobogán de mis párpados”, “la risa es el lenguaje común y en desuso de la tribu Alegría…” ¡Los relatos y los poemas bullían como gotas de agua en una sartén hirviente!

Mi sensibilidad literaria y mi amor por las palabras se las debo a todos esos poemas y relatos que me contaron. De hecho tengo muy buena memoria porque me acuerdo de todas y cada una de esas historias. Hasta puedo recordar el día, el mes y el año exacto. También es verdad que la memoria estadística es algo que se estila mucho en mi vecindario. Pero con el tiempo aprendí que existen otros tipos de memoria. Por ejemplo la que se queda grabada en el inconsciente. Un olor o un sonido pueden llevarte a experiencias escondidas en lo más recóndito…


De esta forma pude escuchar las cadenas arrastrando de un fantasma viejo escondido en un pozo, una tiza chicharreando en una pizarra y espolvoreando una sotana, los cañonazos de temblor de un terremoto… Y también pude oler el alma de un abuelo fallecido que se quedó guardada en un jersey, el aroma fulgurante de la manteca colorá en el patio de un colegio, la esencia de aquelarre que esconde el jabón lagarto, el perfume enfrascado en el patio de naranjos de una casa de verano y las chispeantes briznas de azúcar del algodón dulce que viaja de feria en feria.

Hablando de viajes: ¡cuántos lugares he visitado a lo largo de mi vida! Me han deslumbrado palabras de los sitios más exóticos: la vibrante y proverbial Somalia, el apasionado y hechizante Sahara, el telúrico y hondo Vietnam, la musical y brava Jamaica, la versada y reluciente Islandia. Y sin poner un pie en ninguno de esos sitios. ¡Y los que me quedan en el futuro! Ya de momento estoy planeando una visita a Oceanía para ver qué me cuentan los aborígenes. Pero no sólo he viajado por el mundo, también por el espacio, por el tiempo y por las dimensiones…


He descendido por el pozo abisal de un microscopio hacia la inescrutable realidad subatómica, he recibido visitas de seres extraterrestres cuyo idioma sonaba a chirridos de escorpión y a agujas metálicas, he conocido simpáticos animales como un hámster miedoso y bonachón y un gato enamorado de las ratas, he dado la vuelta a mis células como un calcetín para palpar el frío tacto de mi rostro al otro lado del espejo, me he embarcado al espacio exterior en una nave de plástico y he desbrozado de prejuicios la selva de las palabras en busca del sutil tesoro de lo real.


¡Y cuánta gente me ha dejado colgadas sus historias! Recuerdo perfectamente a todos, cada uno con su voz y su mirada únicas. No bastarían mil palabras para hablar de todos ellos. Sí me gustaría dejarle un afectuoso recuerdo a Isabel Muñoz, esa maga tan especial cuya luz inunda ahora el cosmos. También recuerdo esas lecturas y puedo hablar (porque pude sentirlas) de la inquietud, la emoción, la alegría. Incluso recuerdo las visitas de escritores tan esperadas y tan celebradas. Y recuerdo los cuentos al arrullo de ese mágico árbol de Sancti Petri, las comidas, las canciones, los deseos… ¡Cuántas cosas!


Se me acaban las mil palabras y aún tengo que hablarles del futuro. Sé de buena tinta que los próximos acontecimientos les van a poner a mil. No puedo decir más porque es un secreto recién salido del horno. Calentito, calentito. Y para el futuro, también espero que no se olviden ustedes de mí, que me sigan colgando tareas, versos e historias para que pueda seguir leyendo y conociendo. Porque todo lo que soy y lo que he aprendido en mis cinco años de vida, en mis mil entradas, es gracias a ustedes. Gracias por estar ahí, mis queridos personajes.
Mil besos, mil cariños, mil abrazos
El Blog de Letras Libres
POSTDATA:
"Cuando por fin cumplió las mil entradas, el Blog de letras libres lo celebró dedicando un post con su biografía a todos sus “personajes” de la Escuela y el Colectivo."
Yo también he hecho la tarea de este miércoles, no quería quedarme sin probar el juego. También yo tengo derecho a "personificarme", ¿no?
¡Que les vaya de maravilla la lectura de hoy!