jueves, 28 de febrero de 2008

Obnubilación I

No entiendo a las mujeres, me embarqué en aquella gran hazaña por ella y la despreció de forma cruel.

Que no lo comprendo por más que lo pienso, quería hacerle la mejor ofrenda, la más hermosa y grande de todas. Me esforcé tanto en conseguirla que me sentí como aquel caballo salvaje que corría eufórico lacerando al mismísimo levante con sus crines. Era un gran guerrero en mi desvariada ensoñación… Pero no, mi orgullo de héroe se vio convertido en un pequeño Pinocho que no llegaba a niño siquiera, con las orejas gachas ante sus gritos riñéndome por no entiendo qué travesura malvada cuando me presenté ante su puerta con aquel regalo fruto de mis más nobles sentimientos hacia ella.

Sé que llevo varios soles y lunas fuera y puede que me eche de menos ahora, pero en fin, después de todo tengo espíritu libre y ya lo debería saber, no es la primera vez que desaparezco, sobre todo aquellas noches de verano cuando me asfixia el calor de su alcoba o aquellos momentos en que siento el flagelo del deseo y me nublo con un contoneo cualquiera. Sí, sé que me echará de menos ahora y yo añoro mucho sus caricias y sus albóndigas.


Obnubilación II

Toda una semana que no lo veo, por mucho que lo llamo no da señales de vida, suerte tener la excusa de la alergia para enmascarar mi pena, que no me atrevo a confesar a nadie.

No lo entiendo, aquel día sentía que lo quería de forma especial, como si una nube me nublara el sentido y le preparé sus albóndigas con más mimo que de costumbre.

Y entonces lo vi aparecer, la boca y los bigotes ensangrentados, ensuciando con un reguero el suelo recién fregado. Jamás vi una cosa tan horrible, me dejó la rata agonizante ante mi puerta, maulló un par de veces y se marchó.


Eva.

Más tarea, más tarea

La palabra ahora sometida a nuestras
destilerías lingüísticas ha sido
obnubilación, y una de sus acepciones
en patología es la pérdida de control de
conomiento, incluso puede llegarse al inicio
de un estado de coma, según el diccionario.

He dispuesto la palabra clave en
el centro de un poema
con unos tintes románticos.


AMOR, PATÓGENO AMOR

No sabría deciros
Qué me pasa;
Este Amor que pesa
En mis entrañas,
Que llega como un rayo
En la tormenta,
Que atraviesa mi cuerpo,
Que lo arrasa.

No sabría deciros
Qué me pasa;
Que pierdo la conciencia
A cada paso,
Que muerdo las esquinas
De sus besos,
Que sigo el retumbar
De sus palabras,
Que muero,
Que vivo,
Que desangro amor
Por estas llagas.

No sabría deciros
Qué me pasa;
Que estoy obnubilado
De remate,
Que voy desorientado
a todas partes,
que siento estar comático
de amarla.

Este Amor que me aturde
Todo el alma,
Esta Amor que me pesa
Y no me pesa,
Que me nubla,
Que me aclara,
Este Amor que me inunda
Y que me salva.

No sabría deciros
Qué me pasa.
No sabría deciros.
No podría.
Estas nubes, estas nubes…
Este Amor que pasa y pasa.


Y ya estamos listos para otra nueva
tarea, aunque me da la impresión que
se me puede atravesar una espina de pescado.

Un saludo. moy.


Obnubilación

Mi obnubilado texto.

El aliento de Dios nos obnubila

.
.


Estoy perdiendo fuelle. Últimamente me resulta muy difícil elevarme hasta el ventanuco que está en la parte alta de la pared. Al principio era como un juego, un alarde de fuerza, una flexión rápida y ágil y allí estaba yo, asomado y viendo la ladera verde del monte. Nunca pensé que la simple vista de un árbol viejo y medio seco pudiera llegar a ser tan importante para una persona. Aparte de las hierbas, algún que otro pájaro y las manos del carcelero que abre la trampilla para darme la escudilla, el árbol medio seco es el único ser vivo que veo desde hace meses. Pero cada día me cuesta más. Creo que mi alimentación es la causante. Mis brazos flaquean, y no lo digo solo en el sentido de perder fuerza. Me palpo la cara y me doy pena. Doy gracias a Dios de no tener espejos aquí. Voy a intentar mirar otra vez. Salto y me aferro al filo de piedra. Me imagino a mí mismo colgado de cara a la pared y dando la espalda al prisma que forma la luz que entra en mi celda. Me duelen los brazos. Mis dedos no son capaces de aferrarse al quicio del ventanuco. El dolor se me traslada a todo el cuerpo. No puedo más, esta tarde lo intentaré de nuevo, o mañana. Me cuesta incluso trasladarme a mi camastro. Me tumbo y me agarro las piernas con los brazos. Esta postura no es porque esté más ágil ahora, antes no hubiera podido acercarme las rodillas al pecho, ahora lo consigo por la falta de carne en mis miembros. A pesar del frío y la humedad, mi cuerpo se puede contorsionar aquí dentro por la libertad de mis articulaciones, mis rotulas no encuentran obstáculos, no hay magro que las detengan.

Hoy lo intentaré de nuevo. Si no consigo ver el árbol se que me volveré loco muy pronto. Estoy comenzando a no controlar mis pensamientos. Me sorprendo a mi mismo enredado en cavilaciones tóxicas. Ideas que se pasean por mi mente envenenándome por dentro.

Voy a intentarlo de nuevo. Parece que hay niebla. Desde aquí abajo se nota que la luz entra difusa. Mi padre decía que la niebla era el aliento de Dios. Que nos empañaba con una bocanada de aire de sus pulmones para obnubilarnos, para hacernos ver y pensar de forma diferente. Tengo que ver el árbol. Espero que desde aquí se pueda ver bien a pesar de la neblina. Doy un salto. Me cuesta mucho más que meses atrás, pero aquí estoy de nuevo. A duras penas me mantengo sujeto, pero ya veo difuminado mi árbol. Ya es mi árbol. ¡Y veo que ha florecido! Son solo unas pocas florecillas, pero está vivo. No estaba seguro, y ahora lo se con certeza; es un almendro. Puedo imaginar las gotas de rocío acumulándose en sus finos dedos, juntándose entre ellas para formar alegres goterones que juegan en los toboganes de sus ramas hasta fundirse con la tierra húmeda de su base. Veo que hay dos personas debajo de él. Parece que acaban de pasar una cuerda gruesa con un extraño lazo en su extremo por una de sus ramas. Esto de poder ver mi árbol me da vida. No se que hubiera sido de mí si no lo hubiera conseguido hoy. Incluso así, difuso, frío, casi pelado, es mi árbol. Y me da la propia vida.
.
Antoñín

martes, 26 de febrero de 2008

Tras el humo

TRAS EL HUMO

Cuanto me agrada hablar contigo, aquí sentado en esta incomoda silla de formica, reconozco que el hecho de pasar la tarde en esta cocina conversando con alguien como tú puede levantar extrañas sospechas. Si me observara por un orificio alguno de esos cotillas que otea el mundo ajeno a través de las grietas del aburrimiento, pensaría seguro que soy un loco de atar, un terrorista o un extranjero; o quizás un tipo raro de los que manchan con pintura acrílica en señal de protesta o de repulsa, bandos y ordenanzas, ya procedan del alcalde o del sheriff; pero la verdad es que me importa un comino lo que pueda pensar alguien que me observara por un orificio mientras converso contigo.
Tus ojos son inteligentes, es curioso tus ojos pero no tu mirada. Tú no tienes mirada, con lo cual no puedes tener una mirada inteligente; pero insisto, tus ojos son inteligentes. Estoy viendo a través de la ventana como la gente se dirige al mismo lugar tomando el mismo rumbo, dejando la redonda plaza atrás, sola y lejana, como la redonda Selene abandonada en medio del nocturno universo. Posiblemente toda esa multitud que parece emprender la huida para refugiarse, quizás en la iglesia con el pretexto del sermón de la media tarde o tal vez, en el shopping center con la excusa de un nuevo placer para el paladar, o un elegante corte de pelo, y tan solo por un dólar. Esa gente me resulta tan imbecil como yo, si como yo, para que nos vamos a engañar.
Tu pequeño cuerpecillo es digno de ser contemplado, tus movimientos saltarines me recuerdan a mi polla cuando empieza a despertar de un largo letargo, motivada por la carnal presencia de la pálida esposa del reverendo que me increpa por parecer marxista.
Tu rutilante y minúsculo palacete, te acompaña como al caracol su concha, o como al muerto su féretro; aunque a ti injustamente, de eso no cabe duda.
Eres el único que sabe escucharme, que no me lleva la razón como a los locos; porque eres el único ser lúcido, el único ser capaz de ver con nitidez tras el humo de la mentira, tras ese humo narcótico que produce obnubilación, crónica y persistente en el cerebro de todo bicho vivo que se precie.
Voy a regalarte la libertad, voy a sacarte de esa maldita jaula de una vez por todas; pero por favor no magnifiques este gesto que te ofrezco. No tiene mérito, me resulta fácil y no necesita de grandes dosis de valentía; aunque si de autentico amor, puro y ausente de egoísmo porque a partir de este momento, dejare de contemplar tu pico rosado y aguileño o tu plumaje colorista de exóticos tonos, dejarás de deleitarme con tu canto tropical. Habré perdido para siempre al amigo que sabe escuchar.
-Señor, señor ya hemos llegado a la calle veintidós, señor se encuentra bien. –Me dijo el taxista, mientras me abofeteaba con el propósito de despertarme. –Que sucede -señor ya hemos llegado, y se a pasado el trayecto hablando sin parar, parecía estar soñando despierto. Hablando sin parar desde Boston hasta New York. Nunca había visto nada igual.
Al llegar a mi apartamento, lo primero que hice fue abrir la nevera para prepara un sándwich y calentar un poco de leche, después de cenar me acosté sin quitarme la chaqueta ni la corbata. Aquella noche soñé con papagayos prisioneros, confinados en el interior de jaulas de oro, y me veía a mi mismo, lanzando agrios discursos, martirizando a las indefensas aves con mi verborrea insoportable; pero sobre todo, me veía temblando de miedo, miedo a liberarlas de su perpetua condena; quizás miedo a sus ojos sin mirada, a sus ojos inteligentes, quizás miedo a mis propios miedo.


ANTONIO FASSA

Obnubilación

Mira la niña si parece que está obnubilada. ¿se puede saber qué te pasa? Pues no que lleva todo el día como si estuviera en otro mundo. Pero la culpa la tiene su padre que le llena la cabeza de fantasías. Ahora se pasan el día cuchicheando. Tramando algo a mis espaldas, como siempre. ¡que tenga que aguantar una todo esto!. Pero claro la culpa la tengo yo por consentirles que se vayan a sus paseos mientras una se queda en casa con toda la faena.

Qué me va a pasar, madre. Que esta usted siempre porfiando. Traiga para acá el mantel que ya pongo yo la mesa.

Llevaban semanas preparando la casa para recibir al prometido de la niña. A ella la noticia le cayó de sopetón. Qué la niña tiene novio?, ¿Cuándo te lo ha dicho a ti? Una es la ultima en enterarse, eso es lo que yo le importo a nadie de esta familia.

Mujer, no dirás que no sospechabas algo. Si la niña sale más acicalada que nunca y se pasa todo el día colgada al teléfono.

¿Qué ha preparado usted para comer madre? Es que David es un poco delicado, como es extranjero…

Pero no dijiste que su familia había vivido aquí hace mucho tiempo.

Si pero mucho, mucho. Ya ni sus padres se acuerdan. Eso sí, el idioma no lo han perdido aunque emplean palabras raras que ellos dicen que son antiguas.

Que voy a preparar pues un platito de gambas y un solomillito de leche que por cierto habrá que darle una vuelta que se habrá consumido ya la leche y ya se está haciendo la hora.

¡Ay, madre! ¿Qué ha hecho usted?. No habíamos quedado en asar un pavo con papas de las grandes como a mí me gustan.

Qué fácil lo ves tu todo como si el carnicero tuviera siempre lo que yo quisiera. ¿ Y desde cuando te gusta a ti el pavo si el solomillo siempre hay que ponerlo por ti y por tu padre?. Tú estás cada día más obnubilada, no te digo yo.

¿Y no dará tiempo a preparar otra cosa? Aunque sean unas tortillas pues para mí que no le gustan las gambas ni la leche.

A ver si tu me has traído a un melindres ¿Tu has visto a nadie que no coma gambas?

A los sefardíes, madre. Ya te dije que era extranjero.

¿Y dónde está ese país? ¿No estará en América? que tu no te vas tan lejos, te enteras.

No madre, no es un país, es un pueblo.

Si, pero de dónde.

Dejémoslo ya. Voy a preparar las tortillas no te preocupes. Ya te lo contará cuando venga.

Pero tú donde lo has conocido, ¿no habrá sido por el aparato ese? Ya sabes que dicen que en el ordenador no salen más que degenerados y cosas así.

Que no mamá que eso lo usa todo el mundo. Tu marido también.

Niña a tu padre ni mentarlo. Mira la niña con lo que sale.

Que voy a hacer las tortillas, déjame en paz.

Oye, Luis, la niña te ha contado a ti algo de ese novio porque a mí con decirme que no la dejo vivir y que soy más antigua que las pesetas me despacha y me da carpetazo. Es que estoy preocupada porque parece que es de un país raro y que no come de nada. No se vaya a creer la niña que esta casa es una ONG.

Hay que ver, hay que ver como desbarras en un momento, mujer. Si hace solo unos días estabas tan contenta celebrando su licenciatura. ¿Tu crees que cualquiera puede engañar a toda una abogada? Y además siendo tu hija

Precisamente por eso porque habrá salido a mi madre o a mi hermana que tu ya sabes con lo que cargaron. Las mujeres de esta casa pensamos con el corazón en vez de con la cabeza.

El chico es juez de la audiencia en Cádiz ¿le parece a usted bastante para su niña?.

¿Será cristiano?, ¿No estará casado?, ¿A qué es del PP?...

¿A qué no has terminado de acicalarte? Y ya llama a la puerta.

Perdone pero hoy no tengo tiempo de atenderlo estamos esperando visita, vuelva usted otro día.

Creo que yo soy la visita, David y usted será la madre de Paula ¿no es así?.

Encantada, David. Es que como es usted tan joven y viene vestido con traje y sombrero lo había confundido con los testigos de Jehová que andan merodeando la casa en los últimos días.

No se preocupe es que vengo vestido de rabino, cualquiera puede confundirse.

Pero pase primero y me cuenta. Luis, Paula que ya está aquí David. ¿Me decía?

¿De qué me ha dicho que viene vestido? ¿El atuendo de juez no era negro o es que lo han cambiado?



Mujer pero déjame que le ofrezca una copa primero, después nos contará el motivo de su visita ¿no le parece?.

Muchas gracias, D. Luis beberé mejor un refresco si no le importa. ¿ya baja Paula?

Aquí estoy, bienvenido a mi casa. Estos son mis padres. Pero ya se han presentado ellos mismos ¿No es así?.

Yo tomaré esa copita, Luis. A ver si se me pasa esta obnubilación que me ha contagiado la niña.

Eso no se contagia.

Desde ahora va a ser que sí y con nuevos síntomas: estado de confusión mental transitorio que puede convertirse en permanente si una se barrunta que no le interesa lo que va a escuchar.

Pues vale.
Pues fin y casarse si quereís pero yo voy a seguir en mi estado de obnubilación tan ricamente.
Pues vale.
[MSOFFICE1] Pues eso


























[MSOFFICE1]fita

vivencias

Una tarde, cuando la marea del día ya bajaba
y todo volvía a la serenidad, asentaba mi cuerpo
en el mascarón de popa ( el patio de mi casa) y
me dedicaba sólo a mirar el cielo.
Mi hijo pequeño, como grumete merodeaba,
y en sus quehaceres seguía la estela de mi mirada,
y fijándose en la Luna me sorprendió diciendo que
se la estaban llevando.

Anta tanta ingenuidad no creí oportuno darle
explicaciones y con la misma simpleza con que me
preguntó, con un poema le respondí cuando se hartó
de mirar por su catalejo.

SU LUNA


Casi cayendo la tarde ,

ya claritas de la noche,

en su barquito pirata

mi niño otea el horizonte.

Levanta su catalejo

de dedos entrelazados

y ve de dunas, un cielo

de nubes desperdigado.


-¡Papá ,se llevan la Luna!

me dice,como asustado,

-¡mi Luna se están llevando!


Alarga su catalejo

separándose las manos,

una pegada a su ojito,

la otra casi a dos palmos.


-¡Papá ,se la están llevando!

- Como arenas movedizas,mi niño,

las dunas se están tragando

a tu lunita lunera,

a la Luna de tu barco.


Y enfocando el artilugio,

roscando sus dos manitas,

ve que no son las dunas

las que raptan su lunita.


-No son las nubes,papá,

Seguro que no lo son.

Mira,es el viento quien la quiere

para alumbrar su casita,

su casa de caracol.



Como veis soy tan ingenuo
como mi hijo, haciendo poesía
de algunos momentos. No soy,
ni puedo, nada trascendental.

Un saludo. moy.

lunes, 25 de febrero de 2008

Cultura, joé, cultura...



Hace poco debatíamos en clase el concepto de cultura. La prueba de que todo lo que nos rodea es cultura la tenéis aquí. Y si no que se lo pregunten a la señora protagonista del video. A veces el no saber ciertas cosas nos crea graves carencias.

domingo, 24 de febrero de 2008

pronombres eróticos

Hay que hacer muchas cosas todavía:

encender........te
distinguir.....me
acariciar.....os
construir.....nos

Hay que hacer muchas cosas:
mirar....se
jugar.....mela
recordar.....telo
celebrar....lo

Hay que hacer muchas cosas todavía:

Conjugar…. nos lo
Creer…. me lo
Repartir … se la
Y vivir … la

melocotón

Melocotón

Desplegaba el abanico de plumas verdeañiles mientras paseaba contoneándose y tratando de comprobar con la cabeza enhiesta y altiva el efecto de su pavoneo provocador. Desde que se miró al espejo esa mañana descubrió en sus ojos el mismo deseo que exhibía descaradamente ese pavo real que presumido se cruzaba con ellos en aquel parque que había sido escenario de su relación juvenil.
Lo curioso es que no recordaba que en aquella época se le agolparan las ansias como hace un año, cuando después de tanto tiempo – mas de 10 quizás- la tuvo enfrente, en aquella mesa de un bar anodino, una mañana de verano especialmente calurosa . La miraba mientras hablaba no importaba sobre qué mientras siguiera su mirada en la suya y el pudiera deleitarse con los vaivenes de aquellos pechos que vibraban al son de sus palabras. Llevaba una camiseta roja que sonrosaba la blancura luminosa y sedosa de una piel que excitaba sus dedos al pensar en acariciarla. No se soltaba de sus ojos, verdes y brillantes que le hacían deleitarse con cada subida y bajada de sus párpados.
- ¡cómo se puede ser así, tan hermosa! dijo sin correspondencia aparente con la conversación que sostenían pero siguiendo la secuencia de su pensamiento.

Ella se levantó lentamente y sin perder su mirada tomó su mano y estrechándola amorosamente, le dejó un gesto de complicidad fugaz, mientras dijo: me marcho ya, nos veremos ¿escribirás, verdad?
Y de ese ayer, llegó este hoy y entre esos momentos la dicha y la alegría, la tristeza y el miedo se balancearon entre los dos al ritmo de sus cartas o sus silencios.
Hoy llevaba levantado desde las seis tratando de que la rutina diaria absorbiera el tiempo de espera hasta su encuentro. Sus gestos repetían los hábitos del quehacer cotidiano de un sábado cualquiera que sin embargo estaba viviendo con los sentidos desorbitados: olfateó el café dejando que el aroma se le colara y le inundara todos los conductos olfativos, paladeó la fruta con la destreza de un catador profesional distinguiendo tactos, texturas, colores, aromas y regustos de jugos y esencias y especialmente convirtió el aseo en un ritual iniciático. Frotó, jaboneó, aceitó, recortó, peinó, perfumó, afeitó, masajeó, flexionó, miró y retocó, se revistió y volvió a revestir hasta que se encontró pavoneándose delante de si mismo en el espejo grande del cuarto de estar.
Su ternura parecía desbordarse a través de su voz y de sus palabras. Había abrazado a su hija reteniéndola amorosamente, se había reído emocionado con la última inocencia de su hijo y en su mujer parecía haber redescubierto la complicidad a veces olvidada mientras ponían al día los asuntos domésticos.
No tenía intención de analizar el despropósito de estos sentimientos ni de cuestionárselos, los vivía y los quería vivir. Sentía que se los merecía y que no iba a impedírselos.
Con ese ánimo recorrió el trayecto hasta la estación de ferrocarril, convencido de que ese día era suyo y de que era el momento de vivir el amor de su vida.
No estaba nervioso ni impaciente. Se dejaba llevar por el recuerdo de su última conversación en el teléfono dónde le había dicho que deseaba verla y abrazarla. Eran las únicas palabras directas que le había confesado pues en sus cartas cuidaba su lenguaje mediante el tanteo y la insinuación escrupulosa. Jugaban a reiniciar una amistad pero se había instalado tanta química entre ellos que eran necesarios todos sus recursos lingüísticos para frenar el ímpetu con que las palabras de amor salían de su corazón. Se sentía respirándola y le cosquilleaba su piel tan sólo de pensarla.
Se vio buscándola con la mirada entre los pasajeros que descendían en aquella estación, se encontró con sus ojos y con su cuerpo entre sus brazos al recibirla, se estremeció cuando ella mantuvo el abrazo diciéndole que lo retuviera un ratito y ella notó como temblaba del miedo de saberla cerca.
Caminaron hacia el parque mientras el proponía un itinerario que había programado como un escenario laberíntico que les conduciría a encontrarse, a amarse. Incluso lo inesperado parecía contribuir a la escena programada. En una callejuela que los conducía al museo un músico tocaba una melodía de música antigua, la tomó de la cintura y bailaron unos pasos entrelazando sus cuerpos con sus miradas. Al pasar por la plaza la lujuria de los estantes de frutas alimentó la suya y no pudo resistirse a compartir un melocotón que mordisqueó delectantemente como si hubiera iniciado una maniobra de atraque en su cuerpo. Arrancaba cada trocito reteniéndolo entre sus dientes como comprobando la textura tersa y suave de su carne, saboreándolo como si tratara de sacarle todos sus aromas ocultos, tragándolo como si se estuviera produciendo una transubstanciación. Le estaba presentando sus credenciales.

Ella divertida le dijo: ¡Qué gozada verte comer fruta! ¿Qué quieres ahora?
Besarte, le contestó sin ser ya capaz de retener su deseo y dejó en su mejilla el primero de esos besos.
Se volvió mirándolo y desplegando toda su ternura se envolvió entre sus brazos. Besó una o dos veces su cuello y, cuando la promesa de amor parecía iniciarse, escuchó que le decía: Ya vale, ¿de acuerdo?, me marcho.
No tengo derecho, ¿Es eso?
La vio alejarse. Ella ya no contuvo sus lágrimas, riadas de lágrimas desbordadas desde el tiempo, desde aquel día, el primer día que amó su cuerpo hasta aprendérselo . Aquel día oyó como le decía desprendiéndola de su cintura que para él no significaba nada ese encuentro, que nada había sucedido entre ellos. Ya vale, ¿De acuerdo?, me marcho.

de donde parte la propuesta

Hay que hacer muchas cosas todavía:
barrer el patio,
regar las margaritas,
sacudirnos las alas, y pintarlas de nuevo
con los colores que nos presta el día.

Cantar en la guitarra
y echar al viento las semillas
y acurrucar en un altar secreto
las penas nuevas que nos guarda el día.

Hay que hacer muchas cosas;
retomar la canción vieja y perdida,
beber sus aguas, caminar su tierra
mientras sabemos que aún es nuestro el día.

¡Hay que hacer muchas cosas!
abrir el sol, levantar nuestras cortinas,
que ya tendremos tiempo suficiente
de beber sombras cuando acabe el día.

de Matilde Casazola

sábado, 23 de febrero de 2008

BALNEARIO DE LA PALMA


LECTURA EN EL METRO

Me encontraba absorto, leyendo la parte del libro donde el comisario Keene comenzaba a recomponer el puzzle, para descubrir al asesino del banquero Mac Cullers. El metro paró en la estación de Chueca y oí como a mi derecha una voz familiar decía: - Al banquero lo mata el dueño del campo de golf - . Alcé airado la mirada y vi como mi antigua novia abandonaba el vagón como una exhalación. En ese instante me percaté de que los años de relación nos sirvieron para aficionarnos al mismo tipo de literatura y a mi ex novia además, para odiarme de manera visceral.

JUAN

Hacer por Hacer...

Un saludo a tod@s, especiálmente a los que
están haciendo escapatoria.

Para ellos va dedicada esta tarea:

Hay que hacer muchas cosas todavía...

Encender el Sol cada mañana.
Distinguir el verbo del adverbio.
Acariciar la tela de una araña.
Construir por el techo un cementerio.

Hay que hacer muchas cosas...

Mirar por debajo de los puentes.
Jugar a que somos de juguete.
Recordar que los años son soplidos.
Celebrar que tenemos tanta suerte.

Hay que hacer muchas cosas todavía...

Hacer por hacer lo que se haga.
Dejar de llevarse una de 11
Vencer a la más dura de las plagas.
Oir la más leve de las voces.
Pasar por el hambre de otras bocas.
Vaciar las cárceles de rejas.
Internar a la vida por ser loca.
Morir cada día en un intento.
Ser poeta por el mero hecho de serlo.
Saber que se sabe echar de menos.
Cambiar la mente del que miente
Resucitar para siempre a Gloria Fuertes.

Hay que hacer mucho, mucho,
muchas cosas todavía....

¡ A ver, piratas escaqueadores,
dejad vuestra pronta literaria
en este diario de a bordo!


Un saludo. moy.


viernes, 22 de febrero de 2008

Voz de Ángel González






Aquí podeis oir la voz de Angel González en un maravilloso poema. Si os gusta oir las voces de los poetas podeis agregar esta página en favoritos y pinchar en el apartado de la derecha que dice poemas con voz, es una muy buena página y tiene muchas grabaciones.

jueves, 21 de febrero de 2008

Hay que hacer...

Hay que hacer muchas cosas todavía.
Encender fuegos que derritan corazones helados,
distinguir lo hecho de lo que se haría,
acariciar cuerpos jamás tocados,
construir poemas para que mi niña sonría.
Hay que hacer muchas cosas.
Mirar atrás por última vez,
jugar como niños persiguiendo mariposas,
recordar tan sólo las experiencias hermosas,
celebrar lo vivido con humildad y calidez.
Hay que hacer muchas cosas todavía.
Perseguir los sueños con tesón, sin cobardía,
regalar ilusión aun en noches sombrías,
ofrecer sobretodo lo que nadie daría,
mi vida, mi corazón, que siembren alegría.
Hay que hacer muchas cosas todavía:
Encender hogueras que quemen vanidades,
distinguir entre esclavos y serviles
construir piquetas destructoras de fronteras.
acariciar dulces sueños de utopías


Hay que hacer muchas cosas todavía:
Mirar al mundo sin arrodillar la vista,
jugar a que nos dejan ser felices,
recordar que fuimos proyecto libertario,
celebrar el regalo, del sol de cada día.


Hay que hacer muchas cosas todavía:
Avivar las conciencias solidarias,
escuchar el lastimero gritar del diferente,
huir de los profetas del infierno,
buscar sin desmayo, donde habita la alegría


Hay que hacer muchas cosas todavía.


JUAN

Tarea:

Escribir lo que sea que tenga que ver con la palabra: OBNUBILACION.

Según la RAE:

obnubilación: Acción y efecto de obnubilar. 2. Ópt. Visión de los objetos como a través de una nube.

obnubilar: nublar (ǁ ofuscar o confundir). 2. embelesar. 3. nublar (ǁ enturbiar la visión).

Ánimo y al toro.

Recuerdos: Monos de playa

En la última clase hicimos comentarios acerca de los encuentros en el árbol de la playa del pasado curso. Pongo esto aquí para que los nuevos compartan con nosotros aquellas vivencias y también para que los "antiguos alumnos" recuerden y disfruten de nuevo. Saludos a tod@s.



http://escueladeletraslibres.blogspot.com/2007/05/monos-de-playa.html

miércoles, 20 de febrero de 2008

Presentación libros Fernando Quiñones



Gracias a nuestra amiga Merche Pons hemos recibido a tiempo la invitación a esta presentación en el Teatro Moderno. Creo que la ocasión merece el terminar la clase media horita antes esta tarde para asistir a la misma.Taluego.

martes, 19 de febrero de 2008

un par de poemas nadaístas

RUEGO A NZAME

Dame una palabra antigua para ir a Angbala,
con mi atado de ideas sobre la cabeza.
Quiero echarlas a ahogar al agua.

Una palabra que me sirva para volverme negro,
quedarme el día entero debajo de una palma.
Y olvidarme de todo a la orilla del agua.

Dame una palabra antigua para volver a Angbala,
la más vieja de todas, la palabra más sabia.
Una que sea tan honda, como el pez en el agua.

¡Quiero volver a Angbala!

JAIME JARAMILLO ESCOBAR (1932- ) (Nadaísta)




PLEGARIA NUCLEAR DE UN “COCACOLO”


SEÑOR QUE TE TIENES
QUE ME TIENES
QUE TIENES LA GALAXIA
QUE TIENES EL URANIO.
SEÑOR, YO NO ME TENGO.
SEÑOR QUE HABITAS EL ATOMO MÁS AZUL
EL MÁS EXTENSO EL MÁS REDONDO
EL BASTANTE CONSTRUIDO.
ESTOY SENTADO EN ESTE BAR
Y BEBO COCACOLA
PARA PODER HABLARTE:
YA TENGO MIS BLUEJEANES
DE AZUL COMO DE ROSA SUBMARINA
DESTEÑIDOS COMO UN LAVADERO
DONDE LAVAN TERNEROS ASEXUADOS
MONEDAS FALSAS DE ORO Y CONDECORACIONES.
YA TENGO MI CORREA DEL ESTE O DEL OESTE
MI CORREA CON CHAPA DE SOL
A MEDIO DÍA A LA ORILLA DEL RÍO
PROLONGADA COMO EL CAMINO LECHOSO
QUE PINTASTE CON YESO
SOBRE LAS NALGAS LA ESPALDA EL MUSLO
O EL PECHO DE LA NOCHE.
YA TENGO MIS MOCASINES DE SUR O NORTE
DESALMADOS INHERENTES
YA LLEVAN 15 DÍAS FINOS
Y ELLOS COMO UNA BOMBA DE JABÓN
Y ESTOS LARGOS COMO EL ESTORNUDO
DEL FUSIL MÁS AHUMADO.
NO TENGO UN AUTOMÓVIL QUE BRILLE MEJOR
QUE DOS NARANJAS EN EL REFRIGERADOR
QUE RUEDE MEJOR QUE DOS BOLAS DE BILLAR
SOBRE EL CIELO VERDE QUE HABITA CUATRO PATAS
PERO TENGO MIS HUESOS LARGOS
FORRADOS DE MÚSCULO BRILLANTE
QUE HACEN CAMINAR
PERO NO TENGO CÓMO PONER EL BRAZO
CONTRA LA ESPALDA DE UNA “COCACOLA”
PERO NO TENGO CÓMO SENTIR
MIENTRAS VOY POR EL CAMINO
EL CABALLO CASTAÑO QUE ME RUEDA –COLA-DE CABALLO-.
YO NO ME SOY
YO NO ME TENGO
PERO YO HE OIDO QUE HIEREN LAS ESTRELLAS
CON ESQUIRLAS DE GRANADAS RADIOACTIVAS
Y LLORAN SUS PESTAÑAS Y SUS PÁRPADOS
YO HE VISTO QUE JUEGAN CON FÓSFOROS ENORMES
Y ENCIENDEN EL TABACO ESTRATOSFÉRICO
EL CIGARILLO
LA IONOSFERA
YO HE VISTO QUE JUEGAN UN BILLAR CIRCUMTERRESTRE
Y HACEN CARAMBOLA CON VANADIO
QUE ENSAYA UN RITMO LARGO
- QUE AULLA UN PERRO CON ANTENAS-
HE SABIDO QUE LOS PERROS ORINAN
CONTRA EL EJE DE LA TIERRA
QUE LADRAN RADIACIONES A MILLARES
DE NUDOS DE COMETAS
YO NO ME TENGO
YO NO ME SOY.
SEÑOR, YO TE CONFIESO QUE BAILO ROCK AND ROLL
QUE ME BAÑO DESNUDO Y SOLO
QUE UNA VEZ HE FUMADO MARIHUANA.
SEÑOR, SÓLO TE PIDO CIGARRILLOS EXTRANJEROS
QUE ME CONSERVES LOS BLUE-JEANS DESTEÑIDOS
LOS MOCASINES LARGOS
LA COCACOLA HELADA
QUE ME DEJES IR AL CINE PORQUE NO TENGO AUTOMÓVIL
SÓLO TE EXIJO: YO NO SOY NI PIENSO SER.
TIÉNEME, SEÑOR, QUE HABITAS EL ATOMO MÁS AZUL
Y MÁS EXTENSO
Y MÁS REDONDO.

Amílkar Osorio.
HAY QUE HACER MUCHAS COSAS TODAVÍA

Hay que hacer muchas cosas todavía:
Encender la candela de nuestra conciencia,
distinguir la realidad de la ceguera,
acariciar la vida; única herencia,
construir poco a poco todas las quimeras.

Hay que hacer muchas cosas todavía:
Mirar la luz dentro del corazón amigo,
jugar con el mundo sin tomarlo en serio,
recordar la historia y sus enemigos,
celebrar la caída de cualquier imperio.

Hay que hacer muchas cosas todavía:
Quemar las afiladas púas del recuerdo,
ahogar la razón en licor de espina,
infligir toda ley o todo acuerdo,
destronar a reyes o alcanzar colinas.

Hay que hacer muchas cosas todavía.


ANTONIO FASSA

lunes, 18 de febrero de 2008

Hala, más deberes

El miércoles pasado no vino mucha gente así que supongo que necesitareis el trabajo que hay que llevar esta semana. Que viendo que ya mañana es martes y nadie lo ha subido me ha dao no sé qué no ponerlo. Esto también puede dar mucho de sí, me parece muy sugerente. Hay que completar, lo que cada uno imagine.

Hay que hacer muchas cosas todavía:
encender........
distinguir.....
acariciar.....
construir.....
Hay que hacer muchas cosas:
mirar....
jugar.....
recordar.....
y celebrar....
Hay que hacer muchas cosas todavía:

Eva.

sábado, 16 de febrero de 2008

La Abuela de nieve

LA ABUELA DE NIEVE

Cuando el cadáver de la abuela empezó a oler mal, decidimos sin más remilgos que había que sacarla fuera de casa. Yo me incluí en aquél "decidimos" por pura casualidad pues en el momento en que la familia se respondía si sacaba a la abuela fuera yo pasaba por el salón. Quiero decir para que se entienda bien que no se trataba de tirar a la abuela a la calle sino de airearla un poco mientras no se pudiera llevar al cementerio, y de paso ventilar también el salón. Nuestra casa estaba situada a las afueras de un pueblo, en plena sierra. Un río nos impediría la comunicación con el mundo de no ser por el viejo puente que lo cruzaba. Dicen que podría ser romano aunque yo creo que solo era viejo. En todo caso el temporal de lluvia y nieve no va a permitir que ningún estudioso lo verifique; la crecida se lo llevó por delante. Como tampoco permitió que pudieran venir a llevarse el cuerpo de la abuela. Llevábamos algunos días esperando que el cabezón del alcalde hiciera algo que nos ayudara a salir de aquella situación, pero como mi familia no era muy amiga del pueblo y el alcalde no era arquitecto, pues así queda justificado el mal olor que inundaba toda la casa.
No sabría explicar el olor, tan solo que era muy penetrante y que se parecía a aquél cuando la abuela se agachó bajo la higuera para coger higos del suelo y yo me llevé la mano a la nariz, y entonces la abuela me dijo que allí había un gato enterrado, aunque la verdad es que en casa nunca hubo gatos, pero si la abuela lo decía...

Yo quería mucho a la abuela, ella me enseñó casi todo lo que sé. Estoy en sexto de primaria y gracias a que la abuela siempre bromeaba con las cosas serias ahora no le tengo miedo a nada, tampoco a la muerte. Nadie de mi familia lo tiene.

Deberíais saber que todo ocurrió cuando estábamos reunidos en la cena de Nochebuena: mis padres, mis dos tíos con mis titas y mis tres primos, ah! y la abuela.
El abuelo hace años que se fue. Cuando yo tenía cinco o seis años me contó la abuela que el abuelo se fue a un campeonato de petanca, pero me dijo que era en el cielo y yo no me lo acabé de creer porque las bolas se caerían. Mi abuela era muy terca así que en el cielo también se juega a la petanca. Bueno pues aquella noche en la cena a mi tío Federico, que es muy gracioso, le dio por contar un chiste sin esperar a que termináramos de cenar.
A la abuela le hizo tanta gracia que no paraba de reir y masticar. Le dio tal ataque de risa que nos lo contagió a todos, bueno mi tía Fernanda que es muy seria resistía a duras penas pero de vez en cuando se llevaba la mano a la boca para tapársela. Así que la abuela se moría de la risa y todos nos moríamos de la risa pero a la abuela se le atravesó el trozo de carne que risoteaba en su garganta y la única que se murió de verdad fue ella.

Recuerdo una vez que la abuela sentada al fresco me dijo que si tenía que morirse algún día preferiría que fuera en verano. La pobre abuela que siempre se salía con la suya no tuvo más mala suerte y más remedio que morirse en pleno invierno. Es que se veía venir, todo la familia lo decía :"que se muere la abuela", "que se muere" pero ella venga reirse, y venga reirse, claro como ella hasta el verano ni se lo pensaba...

En fin, que allí estaban mis tíos y mi padre intentando sacar a la abuela al fresquito, como a ella le gustaba. Las Navidades se habían chafado, pero aún en el ambiente de seriedad que se vivía en la familia, cada vez que alguien hacía un comentario de los gesto que ponía la abuela cuando se ahogaba, o bien del chiste todos entraban como en un trance de risa imperdonable e imparable a la vez. Mi padre, que era el más fuerte, cogía a la abuela por los sobacos,y mis tíos Federico y Juán cada uno por un tobillo. Los tres llevaban la cara vuelta.La puerta de la calle estaba abierta de par en par y entraba un frío que pelaba . La nieve tenía dibujado un paisaje de almanaque fuera de la casa. El techo parecía un colchón de algodón. Ya estaban con la abuela pisando la nieve. Mis primos y yo estábamos recluidos en mi habitación con la caja de "los juegos reunidos" abierta y vacía y fichas de todos los colores esparcidas por el suelo.Mi primo "Piquín", diminutivo de Federico, bueno de Federiquín, es muy nervioso,y como su padre,también es muy gracioso; salió de la habitación a toda pastilla como el perro del alcalde cuando con el tirachinas lo asustábamos, por cierto que cara tan dura que tiene el cabezón del alcalde. Nadie sabía a donde iba "Piquín", pero al cruzar el salón le dio a "la copa" del picón y la yesca salió volando, aquello parecía los fuegos artificiales de la feria del pueblo. Mis tías y mi Madre la que más, chillaban como locas. Mi padre, mi tío Juán y mi tío Federico que estaban afuera con la abuela bien sujeta y pensando adonde dejarla, al oir los gritos soltaron de un respingo a la abuela que se quedó sentada en la nieve y entraron como diablos a la casa. Mi tio Juán fue el último y no vió la puerta que se le cerraba en sus narices. Del golpetazo parte del colchón de algodón que adornaba el techo cayó sepultando a la abuela. Mis primos y yo salimos asustados a la calle y al ver la figura de nieve que había junto a la puerta empezamos a jugar con ella y la convertimos en un precioso muñeco de nieve que lo adornamos con la vieja gorra de diario del abuelo y
también con su bufanda. Si mis tíos y mi padre entraron a la casa como flechas con aquellos alaridos de las mujeres, salieron como rayos buscando a la abuela.

- ¡¡La abuela, dónde está la abuela!!.- gritaba mi padre pero sin perder aquella sonrisa en la cara que tanto le hacía parecerse a ella.
- No se papá, ¿te gusta nuestro muñeco de nieve?- le pregunté sin comprender su preocupación.
- oh! es muy bonito,hasta con esquís y todo. Pero, ¿ no habéis visto por aquí a la abuela?.
Mi tío Federico en sus ansias de encontrar a la abuela miraba hasta para el cielo, y en esas que estaba cuando se dio cuenta del trozo de blanca nieve que faltaba del techo
y señalándolo con el dedo le puso la otra mano en la espalda a mi padre.
- Mira Andrés,la nieve.-y se fueron para el interior de la casa.

Yo me llamo Andrés igual que mi padre,como no podía ser menos. Cuando estuvo arreglado el problema del puente y se derritió el muñeco de nieve pudimos enterrar por fin a la abuela sin un solo llanto, sin una cara seria, a la abuela no le gustaba las caras serias.



Otra tarea más. Fue divertido escribirlo.


Un saludo. moy.

viernes, 15 de febrero de 2008

Cuando el cadáver de la abuela...

Cuando el cadáver de la abuela comenzó a oler mal, decidimos sin demasiados remilgos que había que sacarla fuera de casa. El problema iba a ser cómo mover de allí a una mujer de más de cien kilos. Venancio propuso que la arrastráramos hasta la ventana y la tiráramos desde el piso de arriba, y luego ya la enterraríamos. Yo me negué a eso, pues así el cuerpo caería todo descoyuntado y se romperían los huesos, y no estaba yo dispuesto a contemplar aquel espectáculo. Y claro, no había por qué tomarla así con aquella pobre mujer que, al fin y al cabo, se portó bastante bien con nosotros. La pobre, a pesar de su fealdad, hasta muerta tenía la misma graciosa sonrisisilla que el primer día cuando llegamos a la casa. Creíamos que no había nadie, y la policía nos seguía la pista por unos cuantos chanchullos que habíamos tenido en Madrid, que por cierto nos habían dejado más miseria que beneficio. Así que nos vino como caída del cielo aquella casa en medio del bosque. Era grande, de madera de roble, parecía de alguien importante, pero estaba a pique de caerse. La puerta no tenía cerrojo, pero cuando entramos se oyó la voz de la mujer desde la cocina: “¿Desean ustedes algo?” Llevaba un camisón que debía de ser de los tiempos de Alfonso XIII, parecía bueno, era de franela pero estaba medio roto y lleno de manchas. Tenía el pelo todo descompuesto. Le dije que íbamos a la ciudad, pero nos habíamos perdido y necesitábamos un sitio para pasar la noche. Nos contestó que había dos habitaciones más en la casa, que nos podíamos quedar todo el tiempo que hiciera falta. Yo pensaba que había perdido algún tornillo acogiendo así a dos extraños, viviendo en un lugar ruinoso, infestado de bichos y devorado por la carcoma. La mujer olía a pocilga, debía hacer semanas que no se lavaba, y se paseaba con ropa harapienta. Creímos que estaba loca. Pero le cogimos cariño. Vivía con lo puesto, así que no podíamos desplumarla. Nos hacía de comer unos guisos que me recordaban a los de mi madre, nos trataba amablemente y se ofrecía a lavarnos la ropa. Uno es ladrón, pero esas muestras de ternura, no se pueden obviar, hombre. Pero, ¿qué hacía esa mujer allí sola? Y lo que era más raro: había un pueblo a poca distancia de allí y la gente le traía comida todos los días, sin escatimar: pollos, tomates, naranjas, pescado, hasta un cordero entero le regaló una vez un ganadero. Muchos se quedaban observando la casa escudriñando con la mirada cada tablón. Nos intrigaba todo aquello, pero la situación nos beneficiaba, así que decidimos hacer chitón.

Murió una tarde, pero en sus últimos momentos debió estar a gusto. Le encantaba la fruta confitada. Cogía una de las muchas latas en conserva que tenía y empezaba a zampar sin parar. Engullía como un gorrino. Y claro, a su edad, eso no debe ser bueno. Mi socio y yo estábamos fuera ese día y cuando llegamos no pudimos hacer nada. Nos la encontramos inmóvil y con la boca chorreando. Había cinco o seis latas vacías tiradas por el suelo.

Venancio dijo que buscáramos en la casa, que tenía que haber papeles de la vieja. Si tenía hijos, y nos hacíamos pasar por ellos ante el notario, quizás podríamos cobrar una buena herencia. O a lo mejor era una de esas locas que viven como un pobre y tienen escondido todo el dinero. Pero no encontramos nada. Ni papeles, ni joyas ocultas, ni el canto de un real. Sólo una llave oxidada, que parecía bastante inútil, en un cajón que tenía un doble fondo, en la mesilla de su habitación.

- Fulgencio, está mujer está seca. Más vale que nos olvidemos de herencias. Desde luego, no sé como se nos ha podido pasar esa idea por la cabeza, si vivía en una casa como ésta. Seguro que era una loca. Así que decide, o la sacamos de aquí, o yo me voy porque hasta las ratas están haciendo las maletas.
- Cállate, hombre – dije – no te pongas drástico. Además, no la podemos tirar ahí, como si fuera el “agua va”. Mira en el desván de abajo que igual hay una carretilla vieja o algo. Vamos al monte por la noche, cuando no haya pastores ni nadie del pueblo por allí.

Pero Venancio no encontró ninguna carretilla, así que no hubo más remedio que dejarla caer en el suelo e ir empujándola y haciéndola rodar, mal que bien, vuelta a vuelta por todo el pasillo. Pobre abuela. Claro que ella no se quejaba. En la escalera, Venancio se puso arriba empujando y yo abajo sosteniendo el cuerpo. Hacia la mitad, a Venancio le flaquearon las piernas y me dejó todo el peso. Si no me llego a apartar en el último instante, me habrían caído los cien kilos de muerto encima. Dios mío. El cadáver rodó a toda velocidad por la escalera como un barril enorme, formando un gran estruendo al golpear en la pared de enfrente.

- ¡Qué has hecho idiota! Por poco me matas. ¡Cómo habrá quedado la pobre mujer! Tú te crees que así podemos darle sepultura.
- ¡Tú tienes la culpa! Habría sido mejor arrojarla por la ventana. ¡Qué más da, si está muerta! Además, ni que fuera a parar a un panteón.

Cuando vi de nuevo el cuerpo, no pude más que santiguarme cien veces, ante la contorsión tan retorcida que había tomado. Pero cuando lo remolcamos, algo nos llamó la atención. La caída había roto una tabla del suelo que estaba floja y se levantaba fácilmente. Debajo había una caja de hierro, grande y con adornos muy barrocos, cerrada con un cerrojo. Y efectivamente, la caja se abrió con la llave que habíamos encontrado. Ante nuestras narices se presentaron una cantidad de billetes mayor de la que habíamos visto en toda nuestra vida de rateros. ¡Eso sí que era un buen botín! Todos aquellos pueblerinos estaban chantajeando a la mujer para quedarse la herencia. Más tarde supimos que era la hija única y soltera de un antiguo cacique de la región que había enfermado gravemente y antes de morir, había vendido las tierras y dejado el dinero a su mujer y su hija. Eso explicaba las miradas recelosas e interesadas de la gente cuando venía a traerle comida. Venancio dijo que dejáramos allí el cuerpo y la casa, cogiéramos el botín y nos fuéramos cuanto antes a Francia, o a Suiza. Me negué. No podía irme sin enterrarla. Eso no se le puede hacer a una persona cristiana. Porque uno será ladrón pero es decente.

David Verdugo

Tarea (con retraso)

Hola, chic@s. Subo unas tareas con un poco de retraso. En este caso, la de formar expresiones con los sustantivos y hacer un pequeño texto con ellas. Ya me diréis qué os parece, acepto críticas, comentarios, ayudas, lo que queráis. Saludos a todos!

Viento Azul
Tambor Celestial
Rescoldo Vaporoso

"Era de noche. La luna estaba derramándose en una niebla espesa. Un viento azul desordenaba sus cabellos y pellizcaba sus brazos desnudos. Un tambor celestial tocaba un arrebato de deseos furtivos y pasiones encumbradas. Pero su silueta se fue difuminando hasta desaparecer, dejando sólo un rescoldo vaporoso clavado en la penumbra."

David Verdugo

jueves, 14 de febrero de 2008

Hace como más de un mes, en uno de los estúpidos cursos
a los que estoy siendo sometido,(uno de Competencias Laborales)
haciendo una dinámica de grupo en la que debíamos de convencer
con la palabra, teníamos que enumerar por orden de preferencia
íntima algunos conceptos (entre ellos estaba La Salud y La Libertad).

Yo elegí como primero a La Libertad. Tengo que decir que también
estaba El Amor, El Dinero, La Felicidad, etc, hasta un total de 12.

La única mujer que había en la clase, Paqui, eligió La Salud.
Tuvimos que convencer uno al otro que lo que cada uno había elegido
era lo más acertado. Fue imposible, cada cual se aferró a su
convencimiento de manera que no hubo forma de llegar a ningún
entendimiento.

Luego me confesó que un día cuando ella tenía 12 años
(ahora me iguala en la edad),mientras se peinaba antes de ir al colegio,
en un lavabo de esos sin grifo, de los de antes, vio por el espejo pasar a
su padre que se iba al trabajo y fue la última vez porque ese mismo
día murió en un accidente laboral. Así que ella tenía que defender
La Salud a muerte.

Lo que me llega al alma, no lo puedo remediar, me hierve en la sangre
y necesito sacarlo afuera, y lo escribo.

Le dediqué este poema.


DULCE RECUERDO

Tu cara dormida,
dormido tu pelo,
revuelto, de niña
voraz de colegio.
Te lavas,
te peinas,
redonda tu cara,
redondo el espejo
del palanganero.

Y ves tu mirada
de incipientes ojos
en la plata suave
del redondo espejo
y a un Padre que pasa,
que dice hasta luego,
un Padre que marcha
camino de un cielo.

Y tú, que te peinas,
¡ y tú sin saberlo !.
Tu pelo, tu pelo,
pimpollo de seda,
rosa de los vientos,
y tú le despides
de cara a la luna,
luna de ese espejo
del palanganero.

Ya ha pasado el tiempo
y aquella niñita
del níquel reflejo,
pletórica rosa,
fino terciopelo,
no olvida ese día,
ama ese recuerdo
de aquella mañana
antes del colegio
cuando se peinaba
en el palanganero.


A ella le encantó. Y volvió a confesárseme.
Actualmente está saliendo de un cáncer de colon.

Yo sigo apostando por La Libertad.

Un saludo. moy.

¿puede esto resultar erótico a alguien?

Negro el cielo,
noche tu pelo,
a tu noche vuelo.


Si no fuera por esta suave brisa la noche sería un infierno. Va llegando la hora y se que no podré conciliar el sueño. Hace días que no cierro los ojos verdaderamente. Este recuerdo me lo impide. Mantengo en mis retinas su imagen: su ceñido talle, sus delicados hombros,sus exuberantes senos reflejados en el espejo, su pelo salvaje, sus pequeñas y juguetonas manos, el desfiladero de sus muslos, su silueta toda.

No. No. No,otra vez no. Ahí estás de nuevo. No enciendas la bombilla junto a la luna; te da un tono crepuscular y me excita prematuramente. Ya no hay remedio, tu cuerpo es mi puesta de sol. No, por favor, no te despojes tan lentamente de esos destellos de trapo, no podré soportarlo una noche más. No te quites la camisa botón por botón,con esa dulce parsimonia. No la deslices así de suave por la seda de tu espalda, ni entornes tus delatores ojos mientras lo haces. No quiero mirar y no quiero dejar de hacerlo, no podré sofocar este incendio que me aguarda, no tengo escapatoria.
No vuelvas a bajarte la falda con esa delicadeza y con ese contoneo, siento que me prendo. No la dejes caer de esa manera tan sutil, tan desafiante, tenme lástima. Se que no sabes el fuego que me acosa, aún así no te acaricies el pelo; cuando levantas los brazos el valle de tus axilas me enloquece. No hagas eso, no catapultes tu melena, son tus cabellos como látigos de placer en mis entrañas. No, te lo suplico, no te lleves las manos atrás para quitarte el corchete del sujetador, otra vez has vuelto a acuchillar el espejo con los puñales de tus pezones. Un sudor frío resbala por mi cara, encharca mi ser y quizá no sea suficiente para ahogar este fuego incontrolable que ya arde en mi interior. Jamás volveré a dormir, lo presiento.

Por favor, no te agaches, no cojas lo que se te ha caído, déjalo en el suelo. No dibujes en el centro de este lienzo de deleite que tengo ante mis ojos el minúsculo triángulo de tus braguitas , en él me perderé para siempre. ! Tus manos¡, quisiera que fueran las mías, !mis manos¡, quisiera que fueran las tuyas. No te levantes, no, casi percibo el melocotón de tu culo con la yema de mis dedos. Aaah!, ¡qué noche!, esta brisa me trae tu perfume, me eriza todo.

Arriba,en el obscuro cielo, dos gaviotas pasean como cogidas del ala y una parece que va gimiendo como yo lo hago ahora mismo. No, no, deja tu dedo, no apagues aún la luz. No bajes la persiana todavía. Esta noche va a ser la noche más larga y yo no seguiré en esta maldita ventana espiándote como hasta ahora. Esas aves nocturnas me dan envidia, me dan mucha envidia. Haré como ellas, volaré a abrazarte.



Un saludo. moy

SESIÓN GOLFA (título con la venia de labert)

No sé que me impulsó a entrar en el cine del viejo barrio en esta tórrida tarde de agosto, pero ahí estaba en medio de una sala enorme llena de butacas vacías.

Al principio, la penumbra del local alivió mis deslumbrados ojos y una ligera sensación de frescor envolvió y penetró mi cuerpo hasta socavar mis pulmones, pero esta sensación duró un breve espacio de tiempo, pues cuando se apagaron las luces de la sala un mar de calor me abrazó de tal manera que cuando quise darme cuenta ya me había quitado la camiseta verde de tirantes que llevaba puesta, ¡total el cine enterito estaba a mi disposición!

Comenzó el pase de la película, me revolví una y otra vez en la butaca hasta encontrar la postura más cómoda para disfrutar plenamente del placer que me producía no tener que reprimir mis emociones por alguna que otra norma de urbanidad.

Situé bien las nalgas en el asiento para que descansaran relajadas, después doble las rodillas y deslice las piernas debajo de éste, estiré los brazos por encima del respaldo de la butaca que tenía delante y me incline hacia ella para dejar que el aire circulara libremente entre mi espalda y el terciopelo rojo de la butaca.

Llevaba poco tiempo en esta posición cuando un leve escalofrío me recorrió todo el cuerpo, unos dedos suaves y ágiles rozaban ligeramente los curvos recodos de los pliegues de mis orejas al compás de la banda sonora, mi corazón comenzó a palpitar como una olla express a punto de estallar; decidí dejar a un lado la perturbación que esta situación me producía para franquear el umbral de mis prejuicios y rendirme al placer de gozar lo desconocido. Ahora, las sutiles yemas de los dedos danzaban hacía el centro de mi nuca dibujando infinitas formas invisibles para continuar descendiendo en una cascada de volvoretas hasta separarse en cada una de las sinuosas y onduladas colinas sobre las que descansa mi espalda.

Me eché hacia atrás, giré la cabeza y vi veladamente la desconocida silueta entre las luces y sombras que dejaba cada uno de los fotogramas que se proyectaban en la pantalla, alargué los brazos y acaricié su deseado cuerpo, primero con vacilación y luego con alboroto, explorando el terso y palpitante mapa poroso que comenzaba en su labio inferior y carecía de fronteras, el calor se concentró ahora en mi vientre y en la parte interna de mis muslos, sentí las palpitaciones del corazón en mi sexo, me estaba excitando y la posición en la que me encontraba dificultaba mis movimientos. Sin buscar atajos mis labios buscaron los suyos, los encontré detrás de un jadeo de deseo entrecortado, percibí la humedad de su boca, y la punta de mi lengua se demoró en recorrer la suave superficie de su labio inferior, desde una comisura a la otra, y luego el labio superior hasta que nuestras bocas, con una sincronización perfecta, resbalaron juntas en un pausado e intenso beso.

Separé mis labios para recibir su aterciopelada lengua, era la primera que carecía rostro, la primera en acariciar la bóveda rugosa de mi paladar, la primera en jugar lentamente con mis encías, la primera en saborear mi saliva y lamerme la lengua, y la primera también en escarcharme rocío en el aliento.
Labert.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Melocotón y almibar de azoteas



Y de postre, sueños. Luis, después de la comida, estaba sentado en la silla de enea y con la cabeza caída y doblada, aplastando con ella sus manos abiertas sobre la mesa. Aquella no parecía ser la postura ideal para tan dulces ensoñaciones como estaba disfrutando. El cuerpo le hervía, como a todo buen quinceañero, y aquel hervor de cálida tarde veraniega terminó rebosando por su boca; a pesar de su celo por no quedarse dormido terminó babeando la siesta en la misma mesa. Y aquel rebose al fin, aquel hilillo cálido y denso, jugo de siesta placentera, terminó por despertarle al deslizarse por el envés de su mano. Miró el reloj sobre el aparador y cogió con su mano al superviviente del postre, un melocotón maduro y tierno, al que Luis, además, imaginaba dulce y carnoso. Se levantó arrastrando la silla y el traqueteo de ésta sobre las losas de barro despertó a su madre que descansaba en la habitación.

- ¿Dónde vas Luisito?

- Voy un rato a la azotea, mamá.

- ¡Que hace mucho calor hombre, échate un ratito!

Luis ni contestó. Se acercó a la cocina, apartó la tapa de madera de la tinaja y sacó agua con el jarrito de lata para reponerse de su reciente y dulce hemorragia de baba. Apartó la cortina de arpillera y el patio le saludó con una bocanada de aliento ardiente. El calor de la tarde le hizo dudar, pero su ardor interno pudo más. Se dirigió a la escalera y subió a la azotea sin prisas. La cal de la pared se defendía de los ataques del rey de los astros reflejando su luz hacia los ojos de Luis en forma de dardos luminosos. No le importó la punzante blancura en sus ojos, conocía aquella escalera incluso a ciegas. Una vez en la azotea se sentó procurando aprovechar la escasa sombra de la casetilla y esperó.

Cuando apareció su vecina Paca se olvidó Luis de la media hora larga de calurosa espera. Venía, como siempre, cargada con el barreño de zinc lleno de ropa mojada apoyado en su cintura. Lo dejó sobre el bajo muro que dividía las dos casas y le saludó:

- ¡Hola Luisito!

- Hola Paca- Le contestó con la voz nerviosa y débil.

Paca era viuda, y también era la madre de su amigo el lechuga. Cada vez que entraba Luis en su casa ponía cualquier excusa para quedarse allí un rato y disfrutarla con la mirada. Mientras ella hacía las faenas de la casa, Luis disimulaba hurgando en su escote con la vista. Siempre rezaba antes de entrar para que ese día tocara el fregado del suelo con la josifa y así disfrutar de la celestial imagen de su entrepierna cuando ella descuidaba sus posturas en plena faena.

Desde hacía unos días, Luis tenía unas dudas que le quitaban el sueño. Le parecía que aquellos descuidos de Paca no lo eran tanto y que ella también los disfrutaba. El hecho de imaginar que aquellos contoneos no eran casuales y que podrían estar dirigidos a él le excitaba y turbaba su entendimiento. Le hervían la sangre aún más y le agotaban, sobre todo a su mano derecha.

Estaba dispuesto a hacer algo. Su sentido de la vergüenza y del miedo se esfumaban por momentos diluidos en aquel adolescente deseo obsesivo. Después de saludar a Paca la miró fijamente a los ojos y observó sus movimientos mientras ésta tendía la ropa. Cada vez que ella se agachaba a recoger una prenda dejaba ver el interior de su blusa amplia. Sus pechos grandes y hermosos hipnotizaban a Luis. El trote de sus latidos se aceleraba con cada mirada de reojo de Paca, provocándole un placentero y dulce dolor en el interior de su pecho. Cuando ella terminó de tender se sentó junto al barreño, de cara a Luis. Se abanicó la cara con sus manos e hizo un comentario acerca del calor y de su boca seca al mismo tiempo que se abría un poco de piernas y se subía ligeramente la falda. La azotea transpiraba sobre las carnes frescas y prietas de Paca, y como si de un ansiado vaso de vino fresco se tratara, su piel brillaba con minúsculas gotas que la hacían aun más deseable. Luis se levantó y se le acercó con el andar lento y la respiración acelerada.

- Es verdad- le dijo- Hace mucho calor. Tengo un melocotón, ¿lo quieres?

Ella aceptó el ofrecimiento. Lo tomó de la mano de Luis y le limpió la pelusilla exterior frotándoselo contra la fina blusa haciendo que su pecho bailara al paso del melocotón en un sensual estrujamiento. Lo mordió suavemente y el jugo de la fruta rebasó sus labios para buscar el camino más corto hacia el aun más ardiente sur. El se situó delante de ella y levantó sus manos temblorosas. Su mirada se deslizaba siguiendo al zumo por el tobogán de su angosto canalillo. Casi sin pensarlo, movido por los eternos e invisibles hilos de la vida, acarició con las yemas de sus dedos, muy suavemente, los pechos enormes de Paca por encima de su fina blusa. Aquellas caricias comenzaron con el gesto de limpiarle la pelusilla del melocotón, y eso le sirvió de absurda excusa, porque a tenor de la respuesta de Paca, Luis no hubiera necesitado ninguna.

Los había imaginado blandos y eran duros, redondos, suaves… Cuando tropezó con las durezas del centro de aquellos hermosos montes se sorprendió y se entretuvo en disfrutar con el reconocimiento táctil de aquellos deliciosos botones. Cuando levantó la vista para mirar a Paca le pareció verla al borde del desmayo. Ella tenía los ojos entreabiertos, las mejillas enrojecidas y las aletas de la nariz ensanchándose con cada suave caricia en sus pezones. Luis se asustó de aquella para él nueva experiencia. Se retiró despacio hacia atrás sin dejar de mirar a Paca y corrió escaleras abajo.

La vida de aquél día de principios de verano continuó con su rutina en la intimidad de ambos… y el deseo vespertino derramó su cálido y solitario almíbar de azoteas sobre la calurosa tarde.
.

martes, 12 de febrero de 2008

SEPELIO ÍNTIMO

Cuando el cadáver de la abuela comenzó a oler mal, decidimos sin demasiados remilgos, que había que sacarla fuera de casa. Por más que apuré, el tiempo me alcanzó y no tuvimos más remedio que depositarla por unas horas en el patio trasero de la vivienda, hasta terminar con todo el trajín que conllevó ubicarla en su última morada.
El hecho de que dispusiéramos de una casa grande para una familia pequeña, compuesta solo por mis padres, mi hermano Pablo y yo, posibilitó que al enviudar bastante mayor, mi abuela por parte de padre, se viniese a vivir con nosotros, sin que ello conllevara un problema de estrechez espacial. Su llegada en cambio, vino a paliar un poco el endémico problema de nuestra verdadera estrechez, la económica, con el aporte de su pensión, que sin ser opulenta, tampoco era de las usualmente raquíticas.
La prematura muerte de mi padre, complicó más si cabe nuestra maltrecha situación. Aunque las contribuciones de mi progenitor a las finazas domésticas nunca fueron abundantes ya que su talante no era el de trabajador codicioso; trabajaba lo justo y si podía, o mejor dicho, si mi madre se lo permitía, no se afanaba por alcanzar ese nivel, dejando trabajo para que los demás lo pudiesen compartir y, lógicamente en proporción a sus esfuerzos, así eran los exiguos estipendios.
MI hermano, con 27 años, no había pegado lo que se suele decir un palo al agua, sin que arguyera causa física o intelectual, y aunque lejos de mi intención está el juzgar los comportamientos ajenos, supongo que la carga genética tendría algo que ver en el asunto.
En cambio mi actitud negativa hacia el trabajo, venía de un profundo razonamiento. Yo, desde que comencé a analizar los mecanismos que hacen funcionar a la sociedad, entreví que las reglas del juego eran tramposas: Unos, la mayoría, se ven obligados para sobrevivir, a trabajar para un ser de sus mismas características o sea una persona igual que él, quien vendiendo a su vez, a otras personas lo que aquel produjo, se lleva lo que alguien denominó plusvalías o lo que es lo mismo, lo que el común de los mortales conoce como beneficios. Esto desde mi racional óptica, lo considero una insufrible práctica injusta, con la que nunca he estado dispuesto a participar.
Cierto día, mi abuela cayó de bruces, y mientras mi madre y yo con gran sobresalto tratábamos de auxiliarla, nos mirábamos, pensando que la buena mujer había dejado este mundo sin previo aviso. Al momento, su pausada respiración nos hizo descartar los peores presagios, pero los zarandeos y cachetes que le dimos para lograr reanimarla, no consiguieron hacerla reaccionar. A partir de ese día quedó en un estado vegetativo, en el que su única comunicación era un tenue suspiro sonoro, que mi madre se empeñaba en identificar como un quejido.
El estado de mi abuela quedó estabilizado en esa especie de sueño perpetuo, y excepto para los que convivíamos en la casa, su existencia, con el paso del tiempo fue quedando en el olvido; las preguntas que los conocidos hacían sobre su estado de salud, se fueron espaciando, hasta prácticamente desaparecer.
Aunque en los primeros meses del letargo de la abuela, no habíamos hablado sobre el hecho cierto de su muerte cercana, estaba convencido que al igual que yo, tanto mi madre como mi hermano, reflexionaban sobre el particular. Una noche tras la cena, mi madre sin ningún tipo de rodeos, nos espetó:
-¿Habéis pensado de qué vamos a vivir cuando muera la abuela?
Ni mi hermano ni yo, fuimos diligentes en darle una respuesta, y es que ambos sabíamos los derroteros por donde derivaría la conversación. Yo opté por poner la mirada perdida en un estudiado gesto de preocupación, a la espera de que a mi hermano, se le ocurriese alguna contestación, ya que para eso ostentaba la jerarquía de primogénito, pero para mi sorpresa, la única sandez que se le ocurrió decir, fue:
- La abuela en ese estado, nos puede sobrevivir a los tres.
Esa frase tan absurda, exasperó a nuestra madre, que con tono iracundo nos echó el gastado roción, sobre nuestra indolencia para buscarnos un trabajo con el que ganarnos el sustento diario.
Alejado de la para mí, embrutecedora rutina laboral, los días los pasaba enriqueciendo el intelecto, mi afán por el saber era tan irrefrenable, que lo mismo leía un tratado sobre la preocupante proliferación en los ríos del mejillón cebra, que los prospectos del botiquín casero. Las culturas orientales, comenzaron a cautivarme desde que tuve la fortuna de leer un libro sobre la filosofía Zen. Religiones como la budista, la hinduista, el confucianismo, así como todo lo concerniente a la meditación trascendental, ocupaban un destacadísimo lugar entre mis lecturas favoritas. Cierto día, cuando devoraba un libro sobre Zoroastro, descubrí lo que podía ser la solución a nuestro sombrío futuro económico, sin tener por ello, que abdicar a mis profundas convicciones de índole laboral. En la ciudad India de Bombay, vive una comunidad étnica, llamada parsis, descendiente de los persas, que practican la religión zoroástrica, ellos consideran al cadáver humano como un cuerpo impuro, por lo que tienen prohibido que éstos contaminen a los elementos clásicos de tierra y fuego, de ahí que tengan prohibido enterrar o incinerar a los cadáveres, por ésta razón son llevados a las Torres del Silencio, lugar sagrado donde su carne es consumida por los buitres y una vez que los huesos toman el color blanco por la intervención de la lluvia, los vientos y el sol, son arrojados a un osario común.
Tras este sensacional descubrimiento, comencé de forma metodológica a intentar adaptarlo a mi peculiar entorno. Una vez que lo tuve todo analizado, de manera pormenorizada, me puse manos a la obra, con tal ahínco, que mi madre pasó de alegrarse, al pensar que por fin me había decidido a hacer algo productivo en al vida, a preocuparse por la forma obsesiva a la que me había enganchado al bricolaje. Yo, había tomado conciencia, de que el tiempo jugaba a nuestra contra, y que de un día para otro, nos podíamos ver en una comprometida situación.
Mi casa, era una construcción destartalada, de una sola planta, que mi padre construyó en la cañada que transcurría cercana al pueblo, para poder crear su hogar tras el casamiento con mi madre. Aunque construir en ese espacio estaba prohibido, él, como otros, carentes de los recursos necesarios para adquirir terreno dentro del municipio, optó por ignorar la legalidad. Estas construcciones, se encontraban desperdigadas por la cañada de forma deliberada, para que pasaran lo más desapercibidas posible. Esta circunstancia, posibilitaba en gran medida el poder llevar a cabo mi proyecto, a la que se sumaba otra de vital importancia: la ubicación a menos de dos kilómetros de la casa, del detestado vertedero de basuras.
Aunque le riesgo de que los vecinos pudiesen curiosear nuestra azotea era prácticamente nulo, no obstante, superpuse sobre los pretiles unas tupidas celosías, también me agencié unos troncos, para prefabricar una especie de parihuela, que dejé desmontada, presta para el día que fuere precisada.
Deseoso de guardar mi secreto hasta el momento preciso, las preguntas indagatorias de mi madre y hermano sobre mis trabajos en la azotea, las acallaba con la historia, de que estaba construyendo un observatorio para el estudio de las aves. Esto me lo inventé también, para poder justificar el diario alboroto que producían los graznidos de los cientos de gaviotas, que acudían a comer los desperdicios que diariamente les echaba.
A los tres meses de tener el trabajo terminado, la respiración de mi abuela se iba apagando poco a poco, ya ni siquiera podía emitir los acostumbrados quejidos, hasta que una tarde, dejó de existir, esta vez también para nosotros.
- Tenemos que llamar al médico para que certifique la defunción - dijo mi madre tremendamente apesadumbrada, mientras se enjugaba las lágrimas con la manga de su raída bata. Mi hermano como de costumbre, contemplaba la escena sin ningún tipo de reacción, con una expresión bobalicona, como si aquella situación se escapara de su incumbencia. Cuando mi madre se dirigía de manera diligente hacia el teléfono, con voz queda, comenté:
-¿No pensáis que antes de tomar ningún tipo de decisión, deberíamos mantener un cambio de impresiones?-
Mi madre paró en seco, dirigiéndome una mirada interrogadora, mi hermano siguió sin inmutarse.
- Llamar al médico para que certifique la muerte de la abuela, conlleva que desde ese momento deja de ser persona para el Estado, y a las personas inexistentes, el Estado no le paga ningún tipo de pensión.- dije comenzando a hilar un discurso claro y coherente. Pablo de manera abrupta, cortó mi intervención diciendo:
-Creo, que es el momento menos adecuado, para que nos castigues con tus estúpidas teorías.
Hice caso omiso a la provocación de mi hermano, y proseguí desgranando mi plan. Conforme lo iba haciendo, mi madre abría desmesuradamente los ojos, como no dando crédito a lo que escuchaba y ponía la mano en su boca para evitar que se le escapara los improperios que hubiese deseado lanzarme. En una pequeña pausa de mi alocución, mi madre intervino para decirme:
- Hacer una cosa así, no es de cristiano, y yo diría que ni siquiera de persona, sea de la raza o religión que sea.
- Eso es la locura más grande que jamás he oído.- apostilló Pablo
- Supongo, que en tu cordura, tendrás pensado la manera de conseguir el dinero, que el mes próximo dejará de entrar en esta casa.- endilgué ofuscado a mi hermano.
Después del pequeño rifirrafe, intenté serenarme para poder seguir la exposición en tono conciliador, a fin de que mi familia recapacitase sobre nuestro inmediato y negro futuro, ganándolos para la causa. Yo insistía en que todo lo que habíamos podido hacer en vida de mi abuela, lo habíamos hecho, y que a la postre incluso después de muerta la tendríamos a nuestro lado. Por razones obvias, el cometido de las gaviotas en esta historia, la escamoteé para evitar aumentar el sufrimiento de mi madre.
Conociendo a mi hermano, observaba que mi disertación parecía que comenzaba a hacerle mella, pues su expresión pasó del desprecio a la preocupación.
MI madre mientras yo hablaba no dejaba de llorar y mover la cabeza como resistiéndose a admitir, lo inadmisible.
Cuando terminé explicación me dirigí a mi gente, preguntándole:
- ¿Que opináis de mi propuesta?
La partida apresurada de mi madre, hacia su dormitorio sin ningún tipo de contestación, seguida del sonoro portazo que dio tras de sí, lo interpreté como su negativa a seguir presentando batalla.
A mi hermano, que cabizbajo, parecía no haberse enterado de la pregunta, le di una amistosa palmadita en la espalda y le requerí a que me acompañara, dado que aún quedaba una larga y penosa faena por realizar. Nada preguntó porque debió comprender que su ayuda era necesaria, para tan ingrata labor.
Han pasado seis meses, los tres como en un pacto tácito, no hemos vuelto a mencionar el espinoso episodio. La azotea se ha convertido en un tabú; mi madre sigue sin pasar por la parte trasera de la casa, lugar donde se ubica su acceso; yo desde el día de los hechos no he vuelto a subir, y por supuesto mi familia tampoco; las gaviotas, hace tiempo que dejaron de acudir masivamente. La pensión de la abuela la siguen ingresando puntualmente en el banco. Mi hermano, aún no ha encontrado una motivación para decidirse a buscar un trabajo. En cuanto a mí, circunstancialmente, he tenido que cambiar mis preferencias en la adquisición de conocimientos, ahora estoy enfrascado en el estudio de la química, para encontrar el método más eficaz, que me permita culminar el sepelio de la abuela.

JUAN

lunes, 11 de febrero de 2008

La abuela





Cuando el cadáver de la abuela comenzó a oler mal decidimos, sin demasiados remilgos, que había que sacarla fuera. La única que se opuso a semejante decisión fue la más pequeña, Margarita. Su postura firme en contra de la decisión tambaleó por un momento nuestras conciencias y por ende, nuestra aparente fuerza de grupo. Todo volvió a su cauce cuando Margarita habló de nuevo para aclararnos su intención, adujo que si la sacábamos la podría ver cualquier campista que paseara por aquellos remotos parajes y que sería más conveniente hacerlo por la noche.
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Tan solo quedaba el trámite preconcebido, la sustituta estaba ya en nuestro punto de mira y solo había que esperar a que Juan se incorporara a las diez de la noche a su puesto de celador de la residencia de ancianos. De allí, el había elegido a Frasquita, se parecía enormemente a la abuela, tenía alzheimer y el hecho de que no tuviera familiares la hacía la candidata ideal. Además, no le faltaría de nada en casa, mamá cuidaría de ella día y noche y la estupenda paga de la abuela seguiría alimentando a toda la familia.
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Al anochecer, el mismo Juan, artífice de todo el plan, retiró la mascarilla de la cara de la abuela sin miramientos, cerró la llave de la bombona de gas hacia la izquierda y la arrastró hasta el porche sentándola en la mecedora. Entró en la casa y se sentó en el sofá esperando a la hora de su partida. Ya estaba bien de aguantar a la vieja, masculló. Sus últimas amenazas de que se iba a la residencia, sus continuas quejas sobre la comida, sus mangoneos… la abuela ya nos tenía a todos cabreados, en fin, nada que no se pudiera solucionar con una ligera y continua dosis de butano en su mascarilla. Mañana estaría todo arreglado y así nos lo expresó Juan a toda la familia que le mirábamos con gesto sereno y sin remordimientos. Juan se sintió aliviado por nuestra aprobación familiar y se dispuso a fumar un cigarrillo de satisfacción.
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Y ahora, desde esta situación tan extraña, que no es arriba ni abajo ni es situación siquiera, lo veo todo como en un sueño penoso. Veo los restos humeantes de la casa, y a los bomberos ajetreados tirando al suelo restos de vigas negras, y veo la ausencia de ventanas… y de techo… y veo el centro del salón y los esqueletos a su alrededor… ese es Juan, y esa Margarita, y esa la mama, y ese el papa…y ese soy yo… y ese cráneo suelto haciendo el trompo en el húmedo y negro suelo es del Paquito, seguro, porque le faltan las paletas… y fuera, junto a una ambulancia, veo a la abuela de pie, refunfuñando, dándose manotazos en la mascarilla y abrigada con una manta… y oigo a un enfermero de la ambulancia hablando con otro: “la manta la tiráis luego, que la pobre vieja llevaba por lo menos dos días cagada y apesta a perros muertos”
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MELOCOTONES
En el verano de dos mil ocho yo era joven y para colmo formaba parte de uno de los grupos más codiciados por las grupys de Cádiz, la banda de músicos y trovadores que revolucionó el pensamiento vigente de aquella época donde el fenómeno de la globalización económica unido a la locura mediática, hacían que Cádiz pareciera más un erial que tierra de romanos y fenicios. Aquel año fue el año en que mi autoestima ascendió tan alto que casi raya los surcos más profundo del infinitamente cercano cielo marinero. Aquel año canté con Los Mendas Lerendas ¡ahí con dos cojones! Aquella comparsa hizo estragos con el publico femenino, teníamos más éxito con las mujere que las de Martínez Ares años atrás, incluso Los Beatles de Cádiz se quedaba en Dodotis a nuestra vera verita vera, hasta en la retransmisión de la final del Falla, el locutor hizo referencia a nuestro gancho, y dijo casi las mismas cosas que estoy diciendo yo aquí ahora.
Un día cualquiera del verano de dos mil ocho aterrizamos en Tokio con el fin de realizar una serie de galas, organizadas por la Junta de Andalucía por todo el país nipón. El leitmotiv de aquella gira era ni más ni menos, que promocionar la butifarra de Chiclana, que casualidad Chiclana, justo donde estamos en este preciso momento.
Cuando llegamos por fin al hotel, era ya la hora de la cena, yo fui a cenar solo pues el resto de los comparsistas se quedaron en el lobby bebiendo y cantando la presentación
Mientras Antonio Bienvenido, no dejaba de tocar el acordeón ni a la de tres. Y allí en aquel elegante buffet con manjares japoneses, comenzó la noche más eróticofestiva de toda mi vida.
La joven camarera japonesa se acercó hasta mi mesa para tomar nota de mi bebida; me puse tan nervioso que le pedí una cerveza sin alcohol caliente y dos melocotones, mientras observaba atónito como se marcaban sus pequeños pechos bajo su camisa de seda, ¡¡¡viva el Japón!!! Pensé sin dejar de mirarla como un viejo verde.
-¿Es usted español señor? –me preguntó pronunciando la R de señor; cosa que me sorprendió bastante. –si señora, soy del sur de España, de Andalucía y vengo con mi gente a cantar por lo de la butifarra, ya sabe, la promoción. -¿de que parte de Andalucía es usted? –soy de Cádiz una bonita ciudad con entidad propia, muy carnavalera, poco torera, poco flamenca, nada rociera, en fin una ciudad del sur muy poco andaluza y con mucha honra –sentencié en un arrebato de paranoia gadita.
-Ustedes los gaditanos son unos arrogantes –repuso la japonesa. –Como buena asiática soy una amante de las cosas de Andalucía, de su flamenco, de sus toros y de sus romerias. Amo las sevillanas y las bulerías. –Dijo a gritos y sin dejar de mirarme de forma inquisidora. –ustedes los gaditanos han destruido las alegrías, y hasta los cantes de ida y vuelta. Ustedes han borrado de la memoria colectiva nombres tan ilustres como Chano Lobato o Juanito Villar. Aprendan de sus vecinos jerezanos, ellos si que llevan Andalucía a gala. –Joder esta tía sabe más de mi tierra que yo –pensé totalmente sorprendido. La verdad es que con ese tono violento y enérgico con el que me estaba hablando, empezaba yo a excitarme; sexualmente quiero decir ¡que me estaba poniendo cachondo vaya¡ Siempre me han atraído las orientales, las del chino de la avenida me daban un morbo tremendo, por eso mi adicción desmedida a los rollitos de primavera y al arroz cantones. La hermosa y pálida mujer no dejaba de hablar, y yo la agarre por los hombros y la besé allí mismo. Nuestras lenguas comenzaron una violenta y lujuriosa lucha, parecíamos sendos guerreros de sumo en pleno combate de odio y deseo.
A la mañana siguiente Akemi, que es como se llamaba la bella camarera, decidió enseñarme la ciudad de Tokio. Estuvimos en los lugares más emblemáticos, visitamos la universidad de keio, paseamos por Shinjuku Occidental el gran centro financiero de Japón, también fuimos a la famosa torre de los impuestos, sede del ayuntamiento de Tokio y finalizamos nuestra visita en el santuario de Asakusa. Tras pasar una mañana interesante comimos en un restaurante de La Ciudad de la Opera. Devoramos un riquísimo Oden, que consistía en un riquísimo plato a base de pescado; sin duda el manjar tokiota más popular en el mundo.
- ¿ Qué te parece si vamos a un pequeño hotel de la ciudad?-me sugirió Akemi con exótica malicia; aunque ustedes no lo crean el que les habla jamás se acuesta con una mujer la primera cita, intento hacerlo la segunda; pero esta vez no, compréndanlo, una mujer como Akemi jamás se fijaría en mi, esa oportunidad solo la tendria una vez en mi vida; y así fue realmente.
Akemi dejó caer su vestido de seda quedándose desnuda ante mi, su piel pálida se me antojaba visualmente suave, en ese momento creí poderla acariciar tan solo con la mirada, una potente erección hizo que mi pene se tornara poderoso e implacable como el símbolo fálico de una tribu remota. El suave vello con forma de codiciado sendero
Bajaba desde su ombligo hasta desembocar en la fuerte alambrada de su sexo, como protegiendo la suave flor de loto que yo tanto deseaba devorar, mordí sus melocotones, bebí su almíbar amargo, lamí los pequeños dedos de sus pies, que resultaron ser resortes que abrieran puertas de más y más placer, mis dedos se hundían en su húmeda llaga y los latigazos incandescentes de mi lengua endurecían sus frutos hasta alcanzar la textura de las rocas. Explotamos de gozo, nos derramamos de lujuria uno en el otro; y después abrazados y en silencio oímos juntos, la leve melodía del germen del amor, casi imperceptible pero latente allí, entre los dos en aquella mísera alcoba de hotel barato.
Ha pasado algún tiempo desde aquella “leyenda oriental” así es como me gusta llamar a aquel sabroso fragmento de mi vida. Ya no canto en comparsas atractivas y pintorescas, he engordado unos treinta kilos, ya no hago el amor salvajemente con bellezas orientales de pálidos pezones y terso erotismo, y para colmo soy componente del coro de Julio Pardo, y si les parece poco, les diré que canto de bajo y además mi gran obsesión ya no es la lujuria sino la gula, en los últimos años me he aficionado a participar en casi todos los eventos gastronómicos gratuitos que se celebran en Cádiz: hotionada, herizada, pestiñada, panizada y algúna jornada culinaria organizada por el restaurante El Faro, de esas que te pones hasta las cejas de babetas con caballa.
En fin, creo que no les he dicho mi nombre, me llamo Candelario porque nací en la plaza de Candelaria; pero a mi amante japonesa le dije que me llamaba Ernesto; lo encontraba más bonito.

ANTONIO FASSA

miércoles, 6 de febrero de 2008

Escuchar esto que vais a flipá

Relájate, cierra los ojos y abre los oídos, pero antes pincha aquí.

martes, 5 de febrero de 2008

AVISO A TOS LOS FORONAUTAS

Este post está dedicado a todas las personas que no asisten al taller, porque no les quede tiempo o porque les sea matemáticamente imposible: sea porque no lo conocen, sea porque no coincide las horas, sea porque no son de españa...a TODOS os invitamos a realizar todas las tareas que proponemos en el blog, y que las colgueis aquí para disfrutar de ellas. Enga Benjamin, que tos queremos ver que has hecho la tarea, hombre, a ver si te pasas que te echamos de menos.Y a todos los demas animo, os queremos leer.
Ra

Los monstruos de pueblo