sábado, 16 de febrero de 2008

La Abuela de nieve

LA ABUELA DE NIEVE

Cuando el cadáver de la abuela empezó a oler mal, decidimos sin más remilgos que había que sacarla fuera de casa. Yo me incluí en aquél "decidimos" por pura casualidad pues en el momento en que la familia se respondía si sacaba a la abuela fuera yo pasaba por el salón. Quiero decir para que se entienda bien que no se trataba de tirar a la abuela a la calle sino de airearla un poco mientras no se pudiera llevar al cementerio, y de paso ventilar también el salón. Nuestra casa estaba situada a las afueras de un pueblo, en plena sierra. Un río nos impediría la comunicación con el mundo de no ser por el viejo puente que lo cruzaba. Dicen que podría ser romano aunque yo creo que solo era viejo. En todo caso el temporal de lluvia y nieve no va a permitir que ningún estudioso lo verifique; la crecida se lo llevó por delante. Como tampoco permitió que pudieran venir a llevarse el cuerpo de la abuela. Llevábamos algunos días esperando que el cabezón del alcalde hiciera algo que nos ayudara a salir de aquella situación, pero como mi familia no era muy amiga del pueblo y el alcalde no era arquitecto, pues así queda justificado el mal olor que inundaba toda la casa.
No sabría explicar el olor, tan solo que era muy penetrante y que se parecía a aquél cuando la abuela se agachó bajo la higuera para coger higos del suelo y yo me llevé la mano a la nariz, y entonces la abuela me dijo que allí había un gato enterrado, aunque la verdad es que en casa nunca hubo gatos, pero si la abuela lo decía...

Yo quería mucho a la abuela, ella me enseñó casi todo lo que sé. Estoy en sexto de primaria y gracias a que la abuela siempre bromeaba con las cosas serias ahora no le tengo miedo a nada, tampoco a la muerte. Nadie de mi familia lo tiene.

Deberíais saber que todo ocurrió cuando estábamos reunidos en la cena de Nochebuena: mis padres, mis dos tíos con mis titas y mis tres primos, ah! y la abuela.
El abuelo hace años que se fue. Cuando yo tenía cinco o seis años me contó la abuela que el abuelo se fue a un campeonato de petanca, pero me dijo que era en el cielo y yo no me lo acabé de creer porque las bolas se caerían. Mi abuela era muy terca así que en el cielo también se juega a la petanca. Bueno pues aquella noche en la cena a mi tío Federico, que es muy gracioso, le dio por contar un chiste sin esperar a que termináramos de cenar.
A la abuela le hizo tanta gracia que no paraba de reir y masticar. Le dio tal ataque de risa que nos lo contagió a todos, bueno mi tía Fernanda que es muy seria resistía a duras penas pero de vez en cuando se llevaba la mano a la boca para tapársela. Así que la abuela se moría de la risa y todos nos moríamos de la risa pero a la abuela se le atravesó el trozo de carne que risoteaba en su garganta y la única que se murió de verdad fue ella.

Recuerdo una vez que la abuela sentada al fresco me dijo que si tenía que morirse algún día preferiría que fuera en verano. La pobre abuela que siempre se salía con la suya no tuvo más mala suerte y más remedio que morirse en pleno invierno. Es que se veía venir, todo la familia lo decía :"que se muere la abuela", "que se muere" pero ella venga reirse, y venga reirse, claro como ella hasta el verano ni se lo pensaba...

En fin, que allí estaban mis tíos y mi padre intentando sacar a la abuela al fresquito, como a ella le gustaba. Las Navidades se habían chafado, pero aún en el ambiente de seriedad que se vivía en la familia, cada vez que alguien hacía un comentario de los gesto que ponía la abuela cuando se ahogaba, o bien del chiste todos entraban como en un trance de risa imperdonable e imparable a la vez. Mi padre, que era el más fuerte, cogía a la abuela por los sobacos,y mis tíos Federico y Juán cada uno por un tobillo. Los tres llevaban la cara vuelta.La puerta de la calle estaba abierta de par en par y entraba un frío que pelaba . La nieve tenía dibujado un paisaje de almanaque fuera de la casa. El techo parecía un colchón de algodón. Ya estaban con la abuela pisando la nieve. Mis primos y yo estábamos recluidos en mi habitación con la caja de "los juegos reunidos" abierta y vacía y fichas de todos los colores esparcidas por el suelo.Mi primo "Piquín", diminutivo de Federico, bueno de Federiquín, es muy nervioso,y como su padre,también es muy gracioso; salió de la habitación a toda pastilla como el perro del alcalde cuando con el tirachinas lo asustábamos, por cierto que cara tan dura que tiene el cabezón del alcalde. Nadie sabía a donde iba "Piquín", pero al cruzar el salón le dio a "la copa" del picón y la yesca salió volando, aquello parecía los fuegos artificiales de la feria del pueblo. Mis tías y mi Madre la que más, chillaban como locas. Mi padre, mi tío Juán y mi tío Federico que estaban afuera con la abuela bien sujeta y pensando adonde dejarla, al oir los gritos soltaron de un respingo a la abuela que se quedó sentada en la nieve y entraron como diablos a la casa. Mi tio Juán fue el último y no vió la puerta que se le cerraba en sus narices. Del golpetazo parte del colchón de algodón que adornaba el techo cayó sepultando a la abuela. Mis primos y yo salimos asustados a la calle y al ver la figura de nieve que había junto a la puerta empezamos a jugar con ella y la convertimos en un precioso muñeco de nieve que lo adornamos con la vieja gorra de diario del abuelo y
también con su bufanda. Si mis tíos y mi padre entraron a la casa como flechas con aquellos alaridos de las mujeres, salieron como rayos buscando a la abuela.

- ¡¡La abuela, dónde está la abuela!!.- gritaba mi padre pero sin perder aquella sonrisa en la cara que tanto le hacía parecerse a ella.
- No se papá, ¿te gusta nuestro muñeco de nieve?- le pregunté sin comprender su preocupación.
- oh! es muy bonito,hasta con esquís y todo. Pero, ¿ no habéis visto por aquí a la abuela?.
Mi tío Federico en sus ansias de encontrar a la abuela miraba hasta para el cielo, y en esas que estaba cuando se dio cuenta del trozo de blanca nieve que faltaba del techo
y señalándolo con el dedo le puso la otra mano en la espalda a mi padre.
- Mira Andrés,la nieve.-y se fueron para el interior de la casa.

Yo me llamo Andrés igual que mi padre,como no podía ser menos. Cuando estuvo arreglado el problema del puente y se derritió el muñeco de nieve pudimos enterrar por fin a la abuela sin un solo llanto, sin una cara seria, a la abuela no le gustaba las caras serias.



Otra tarea más. Fue divertido escribirlo.


Un saludo. moy.

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