martes, 26 de febrero de 2008

Tras el humo

TRAS EL HUMO

Cuanto me agrada hablar contigo, aquí sentado en esta incomoda silla de formica, reconozco que el hecho de pasar la tarde en esta cocina conversando con alguien como tú puede levantar extrañas sospechas. Si me observara por un orificio alguno de esos cotillas que otea el mundo ajeno a través de las grietas del aburrimiento, pensaría seguro que soy un loco de atar, un terrorista o un extranjero; o quizás un tipo raro de los que manchan con pintura acrílica en señal de protesta o de repulsa, bandos y ordenanzas, ya procedan del alcalde o del sheriff; pero la verdad es que me importa un comino lo que pueda pensar alguien que me observara por un orificio mientras converso contigo.
Tus ojos son inteligentes, es curioso tus ojos pero no tu mirada. Tú no tienes mirada, con lo cual no puedes tener una mirada inteligente; pero insisto, tus ojos son inteligentes. Estoy viendo a través de la ventana como la gente se dirige al mismo lugar tomando el mismo rumbo, dejando la redonda plaza atrás, sola y lejana, como la redonda Selene abandonada en medio del nocturno universo. Posiblemente toda esa multitud que parece emprender la huida para refugiarse, quizás en la iglesia con el pretexto del sermón de la media tarde o tal vez, en el shopping center con la excusa de un nuevo placer para el paladar, o un elegante corte de pelo, y tan solo por un dólar. Esa gente me resulta tan imbecil como yo, si como yo, para que nos vamos a engañar.
Tu pequeño cuerpecillo es digno de ser contemplado, tus movimientos saltarines me recuerdan a mi polla cuando empieza a despertar de un largo letargo, motivada por la carnal presencia de la pálida esposa del reverendo que me increpa por parecer marxista.
Tu rutilante y minúsculo palacete, te acompaña como al caracol su concha, o como al muerto su féretro; aunque a ti injustamente, de eso no cabe duda.
Eres el único que sabe escucharme, que no me lleva la razón como a los locos; porque eres el único ser lúcido, el único ser capaz de ver con nitidez tras el humo de la mentira, tras ese humo narcótico que produce obnubilación, crónica y persistente en el cerebro de todo bicho vivo que se precie.
Voy a regalarte la libertad, voy a sacarte de esa maldita jaula de una vez por todas; pero por favor no magnifiques este gesto que te ofrezco. No tiene mérito, me resulta fácil y no necesita de grandes dosis de valentía; aunque si de autentico amor, puro y ausente de egoísmo porque a partir de este momento, dejare de contemplar tu pico rosado y aguileño o tu plumaje colorista de exóticos tonos, dejarás de deleitarme con tu canto tropical. Habré perdido para siempre al amigo que sabe escuchar.
-Señor, señor ya hemos llegado a la calle veintidós, señor se encuentra bien. –Me dijo el taxista, mientras me abofeteaba con el propósito de despertarme. –Que sucede -señor ya hemos llegado, y se a pasado el trayecto hablando sin parar, parecía estar soñando despierto. Hablando sin parar desde Boston hasta New York. Nunca había visto nada igual.
Al llegar a mi apartamento, lo primero que hice fue abrir la nevera para prepara un sándwich y calentar un poco de leche, después de cenar me acosté sin quitarme la chaqueta ni la corbata. Aquella noche soñé con papagayos prisioneros, confinados en el interior de jaulas de oro, y me veía a mi mismo, lanzando agrios discursos, martirizando a las indefensas aves con mi verborrea insoportable; pero sobre todo, me veía temblando de miedo, miedo a liberarlas de su perpetua condena; quizás miedo a sus ojos sin mirada, a sus ojos inteligentes, quizás miedo a mis propios miedo.


ANTONIO FASSA

2 comentarios:

JUAN dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
JUAN dijo...

Antonio,he leido dos veces el relato.La primera vez me encantó por surrealista, y la segunda por la forma de enfocar la soledad.