miércoles, 21 de marzo de 2007

Uno de los mejores martes. Dos horas de autenticidad.

El poema dedicado lo guardaré como uno de mis mejores trofeos
ya que pocas personas pueden permitirse el lujo de poseer un regalo
tan sincero, marinero. Gracias de corazón

moy

6 comentarios:

Escuela de Letras Libres dijo...

Estoy de acuerdo, Moy, uno de los mejores martes. Te propongo que incluyas ese poema en el blog, creo que es bueno deambular por aquí y encontrarse con cosas que nos han conmovido. Yo por mi parte os pongo aquí el cuento al que le puso Lauren su hermosa voz. Abrazos a tod@s. Taelmarte.

Antoñin

Escuela de Letras Libres dijo...

EL NEGRO VOLUBLE

Hola, permítanme que les salude, permítanmelo aunque más adelante comprobarán que soy el personaje de menos peso en esta breve historia. No solo soy el de menos peso sino que mis características no son nada consistentes, ni siquiera como para ser nombrado en este o cualquier otro relato que se precie. Soy voluble, lo reconozco, y me dejo llevar por cualquier corriente que tan solo se insinúe ante mí. Huyo ante los enfrentamientos, y el simple aliento de cualquier posible enemigo es fuerza suficiente para hacerme salir huyendo de un exaltado brinco. A veces, cuando el tiempo es placentero y se calman los aires a mi alrededor, me acomodo en cualquier rincón, agazapado, dejando pasar el tiempo, temiendo las inclemencias del aire y sumido en terribles elucubraciones acerca del futuro que me deparará la climatología. Sí, la climatología señoras y señores. Se que ustedes habrán concluido que mis males provienen de esa relación tan conocida por estos lares entre el malestar espiritual y el viento de levante, pero no es ese mi caso, a mi me afecta cualquier tipo de corriente de aire, de viento, e incluso la invisible estela, casi suspiro, que pueda dejar a su paso cualquier ser viviente por pequeño que éste sea, de hecho recuerdo un día en que me levanté un palmo del suelo ante el paso veloz de una lagartija en su huida. No se pueden imaginar ustedes lo estresante que puede llegar a ser esta debilidad, esta especie de eolofobia, y prefiero llamarlo así porque la última vez que lo definí como aerofobia me preguntaron si me refería a alguna patología derivada de humanas ventosidades.
Pero al cabo descubro que mucha palabrería y aún no me he presentado. Soy Plumón, Negro Plumón, y provengo del irisado cuello de una cigüeña negra del sur de Austria. En mis primeros meses de vida fui el abrigo de un pendulante cuello de pollo de cigüeña y solo me despegaba de mis hermanos plumones ante la periódica dosis de ranas y sapos que los padres de mi dueño se empeñaban en suministrarle con esmero y constancia, y que en su camino hacia el buche nos hacía separarnos a todos los hermanos plumones al paso de un ondulante bulto que descendía por su pescuezo provocando en nosotros una hilarante ola. A la llegada de mi primer otoño noté que los días comenzaban a acortarse y que ello excitaba un extraño nerviosismo entre los miembros del nido. Tras unas semanas de revoloteo, aprendizaje y despliegue de aptitudes por los bosques de los alrededores, el propietario del cálido pescuezo donde yo habitaba se vio inmerso en un vuelo imprevisible y que tras muchos avatares, encuentros con colegas de su especie, recolección de alimentos y paradas de descanso y asueto, llegó hasta las inmediaciones del Estrecho de Gibraltar. Allí volamos en círculo esperando vientos propicios para dar el gran salto hacia el continente africano, pero en esa elevada espera de desencadenó una terrible ventolera de levante que me arrancó de la cómoda y abrigada piel que me sustentaba. La experiencia fue terrible, los campos se movían a mis pies con vertiginosa velocidad en un vuelo frenético y rasante, pero afortunadamente pronto se apaciguó el viento y fui cayendo lentamente a lo que parecía una enorme selva de alcornocales. Antes de llegar a la copa de esos hermosos árboles aprecié como unos pájaros de brillantes colores volaban en bandadas cazando abejorros al vuelo. Mi color negro confundió a una de esas aves llamadas abejarucos y se lanzó sobre mí con veloz precisión. Tras el lógico titubeo que le provocó el encontrarse con tan poca resistencia en su aérea cacería, se desvió del vuelo de sus colegas conmigo en su pico y se encaminó hacia un talud de arena junto a un río plagado de pequeños agujeros. Al acercarse aprecié a otros abejarucos entrando y saliendo de ellos, eran sus nidos, y caí en la cuenta de que me esperaba una de esas húmedas oscuridades para servir de templada cama a sus crías. Unos metros antes de llegar a su troglodita morada se nos cruzó una inocente abeja que resultó ser mi salvación, ya que el abejaruco que me tenía apresado abrió su pico preparándose para la caza y dejándome en libertad con ese instintivo gesto.
Volví a caer lentamente y di con la superficie del agua del río. Bendita fuerza de cohesión, antes de tocar la superficie me imaginaba sumido en sus profundidades y empapado hasta la cánula, pero en vez de eso americé con suavidad y permanecí en la superficie casi sin mojarme en un viaje alegre y sonoro a lo largo de hermosas umbrías de agradable temperatura y frondosos canutos cubiertos de helechos, adelfas y laureles, y esquivando piedras enormes pulidas por el agua con una suavidad que comencé a disfrutar agradablemente. Fue después de un buen rato cuando el río se transformó en una laguna de calmadas aguas y donde me deslicé sosegadamente sin rumbo fijo. En ese relajado intervalo de tiempo fue cuando me recogió mi actual dueña, iba plácidamente paseando en una barquita cuando me vio y me apresó con dulzura entre el pulgar y el índice. Me reconfortó apreciar la sonrisa que me dedicaba al observarme con curiosidad. Al llegar a la orilla me introdujo en una cajita y no volví a ver la luz hasta no estar en la bulliciosa ciudad.


Georgina era una anciana muy respetable, gozaba del cariño de todo el vecindario y disfrutaba mucho con todo lo relacionado con la naturaleza, sus más de setenta años no le impedían sus paseos solitarios por el monte observando y disfrutando de todo tipo de animales, árboles y demás criaturas. Además era abuela, una abuela muy rara, tan rara que cuando decía a sus nietos que les llevaba a comprar golosinas los metía en una frutería. Esa tarde al llegar a su calle no entró en su casa, se dirigió directamente a la peluquería donde trabajaba Susi, una chica menuda, morena y con grandes ojos que gozaba de la cariñosa simpatía de Georgina. Ni que decir tiene que me alegró enormemente darme cuenta de que era yo el protagonista de esa visita. Convendrán conmigo señoras y señores en que el que un simple plumón no disponga de espejos ni tan siquiera de ojos es motivo suficiente para que nuestro sentido de nosotros mismos carezca de cualquier tipo de vanidad.
Confieso que me emocioné enormemente al comprobar el efecto que causé en esas dos sensibles mujeres, hermosas las dos. Jugaron y me deslizaron jocosamente por sus mejillas haciendo halagos de mi suavidad y de las hermosas y luminosas irisaciones a pesar de mi color negro. Luego me dejaron en una estantería mientras Susi le lavaba el pelo a Georgina en una sensual escenificación que a mi me pareció de lo mas relajante. Está claro que un plumón no entiende de negocios, pero a mí me pareció que no debería ser muy rentable esa peluquería cobrando dos euros por más de media hora de lavado de cabeza. Tras el parsimonioso secado de su pelo por parte de Susi, Georgina me introdujo de nuevo en la cajita y se dirigió a su casa. Ella solía decir que el síndrome de Diógenes estaba más presente de lo que parecía en las vidas de los humanos, pero no en sus pertenencias, sino en sus cerebros, en sus almohadas.
Ella tenía su almohada repleta de dulces recuerdos, de momentos, de rostros alegres, los organizaba en cubículos bien definidos y echaba mano de ellos en sus primeros instantes de somnolencia al acostarse cada noche. Cada vez que disfrutaba de un rato especial se dirigía a su dormitorio, abría la cremallera de su almohada y colocaba ese momento con mucha suavidad dentro del apartado que le tenía encomendado a cada tipo de experiencia vivida. Tenía un apartado para los alegres ratitos con sus nietos, otro para los paseitos por el campo, otro para las placenteras charlas con sus amigas… y así con todo tipo de bonitas experiencias que le deparaba la vida diaria. Esa tarde abrió de nuevo lentamente la cremallera, me cogió a mí de la cajita con extrema suavidad, me envolvió con el ratito de peluquería vivido con Susi, y nos colocó parsimoniosamente en el cálido hueco de su almohada que tenía reservado para sus dulces experiencias libidinosas.

Antoñín

Raquelilla dijo...

qwert poiuy
Por fin es mañana, ya terminé el exámen, no me lo puedo ni creer, os agradezco a tos vosotros los ánimos y la placentera tarde del martes, la cual fue tambien para mí una maravilla.
He releído tu historia, Antoñín, y me gusta aún más, si cabe.No dejes de escribir esas historietillas tan especiales que te engrandecen por dentro y por fuera.
Hasta el vienne, coleguillas.
Ra

Escuela de Letras Libres dijo...

Os confieso algo. estaba deseando que llegara el martes para compartir con vosotros el cuento, y esperaba algún comentario al final de la lectura de Lauren. Pero vuestra mirada y vuestro silencio me conmocionó. Ese silencio fue la lagartija y yo el plumón. Menos mal q me desconmocioné con la lectura de vuestros espejismos. Espejismos, nunca mejor definidos los tuyos, Ra...jejeje.

Antoñin

Antoñin

Raquelilla dijo...

Pos deja que te lea el martes lo que he escrito, porra...
Ra

Escuela de Letras Libres dijo...

Si A=B y B=C ;A=C.

Creo que estareis todos de acuerdo en esta sencilla formula.
¿sí? Bueno Lauren,eres dificil de convencer pero déjate llevar.
Pués cogiendo como base esto, hace dos martes dije que si diós es amor (como decía aquél cura) y yo era amor, pués por lo tanto yo era y soy diós.
También dije que cualquiera podría serlo.

Otro diós,Antoñín. Si alguien es capaz de transmitirle vida a un personaje de cualquier tipo de barro, con el moldeado que Antoñín le dió, está jugando a ser diós y para mí lo consigue.

Este entrañable cuento hace que
alguien se sienta reflejado, que experimente sensaciones, que viva otra vida, y... ¿ hay algo más maravilloso?

Ah! tambien se puede ser diosa.

Como dije en otro comentario :
Seguid haciendo hablar a la pluma,
Seguid haciendo hablar al teclado.

moy