jueves, 22 de octubre de 2009

La okupa tejedora




Esta noche, viene a su memoria aquel martes 13 de octubre de hacía 19 años, en que se vieron por primera vez. Fue al coger una de las almendras que estaba dentro de la bolsa que traía desde la sierra, en la que había pasado el último fin de semana, cuando notó como un velo de sombra se movía entre verdesmieles y tostados. Buscó sus gafas. Continuó desgranando los abrigos de terciopelo que arropaban a los frutos de madera revestidos, y que lentamente habían crecido dentro de ellos hasta acabar rasgándolos de un polo a otro.

Otra vez ese velo de misterio pasaba delante de sus miopes niñas. Enfocó la vista y una araña, -no sabría decir si pequeña, grande o mediana, ya que desconocía el mundo de los arácnidos- estaba recorriendo las colinas aterciopeladas de verdesmieles. Se paró. Marta sintió que la estaba observando –eso mismo estoy haciendo yo- pensó. En una fracción de ese segundo supo que podían comunicarse.

Y continuaron mirándose y observándose. Con su mente le transmitió el siguiente mensaje: “yo no quiero cogerte, amiga, solo quiero las almendras. Siento haberte traído lejos de tu morada, lo siento. Pero fuera de la casa hay árboles y flores que te están esperando. Puedes salir del transportín que te ha servido de maleta e ir a su encuentro. Se libre. Pero si decides quedarte en este invernadero blanco no me vayas a causar daño cuando meta la mano en busca de los frutos. Si me respetas yo te respetaré también”.

Las almendras se acabaron a las pocas semanas y ella no se atrevió a tirar la bolsa de plástico blanco por si Sesé, como había bautizado a la araña, seguía en su interior. Así que la colocó en una de las esquinas de la cocina, la más cercana a la puerta que daba al jardín… y se olvidó de ella… y pasó el tiempo… y pasó.

Un día, ya lejano, le llamó la atención la bolsa, parecía que había crecido, ¡cosa imposible!. Se acercó. Sí, la bolsa parecía más grande. Ahora estaba recubierta de una algodonosa red y malla a la vez, de una blancura nívea, que hacía que le dolieran los ojos al contemplarla.

¡¡ Entonces Sesé seguía allí !! había decidido compartir el espacio interior de la casa con ella. Se sentó para comprobar que era ella, que no se trataba de ningún pariente. No habían pasado muchos recuerdos cuando Sesé apareció por la parte superior del borde de su malla, justo donde éste formaba un hermoso pliegue. Avanzó lentamente por el suelo sedoso y pegajoso de aquella enorme cama elástica hasta situarse cerca de su meridiano y la miró. Sí, sí, se miraron una segunda vez.

En cuanto al tamaño de Sesé a estas alturas poco importaba si era mediano, grande o pequeño, Si la tuviera que comparar con algo diría que era como una coñeta mediana. Ciertamente tenía ya un tamaño considerable, nunca había visto una araña tan grande. Siguieron mirándose. Nuevamente se podían comunicar y le recordó: “Se libre. Siento haberte traído lejos de tu morada, lo lamento. Fuera de estas paredes hay flores y árboles… y pájaros y mariposas. Si decides continuar en esta esquina no me vayas a hacer daño. Sigue respetándome y yo haré lo mismo contigo”.

Para cuando pasaron 30 años más, Sesé se había instalado cómodamente en la mitad de la cocina. Cuando a veces coincidían en sus quehaceres diarios se miraban largamente. Ahora Marta se preguntaba si Sesé la respetaría como lo venía haciendo desde hacía 49 años. Tenía que confiar en ella, dudar, aunque fuera por un segundo, sería como dejar de respetarla. Pero a medida que pasaban los días, no dudar le resultaba más difícil ya que la blanca alfombra de seda cada día tapizaba más partes de la cocina. La tejedora iba adquiriendo más tamaño, más fuerza, más brillo y ella contaba con mucha menos energía. Intuía que ya estaba presa en su telaraña.



Berta

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena mezcla entre lo tierno y lo terrorífico....
a mí me daría que pensar esa nueva amiguita y la hubiera sacado al jardín sin pensarlo dos veces..
me dan mucho asco,no lo puedo remediar.
Un texto impregnado de descripciones,Berta. Como estamos acostumbrados.

Anónimo dijo...

si es que hay algunas que te enredan, te enredan...y zas, ya estas en sus nímbeas redes...!Arañas, que son unas arañas!...
en fín, me he tragado de un sorbo el relato...engancha, en fín...te va enredando...Fita

genialsiempre dijo...

Buen relato, muy buen relato, aunque comparto la grima por las arañas con Ana, pero entiendo que puede ser un símil de otro tipo de personaje, solo consiste en imaginar.

José María

Pedro Estudillo dijo...

Nunca hubiera imaginado una araña como mascota, o mejor dicho, inquilino con derechos.
El relato también enreda, por su belleza descriptiva y su indudable originalidad.
Mis felicitaciones.

Raquelilla dijo...

Pues, me he cagao por las patas abajo, me explico: hace unos meses veo que, alrededor el cristal retrovisor derecho de mi nuevo Picasso aparece una buena capa de telaraña, la cual liimpio cada dos por tres, y siempre vuelve a aparecer. Dani muchas veces le ha echado flica, y na de ná, nuestra copiloto sigue allí, con nosotros...¿qué pasará?, solo el tiempo lo sabe, jijiji.