lunes, 12 de octubre de 2009

RELATILLO




SU ÚLTIMO VIAJE

Era la primera vez que su madre le daba permiso para salir con sus amigos. De alguna manera se sentía importante. Su padre se lo hubiera permitido quizás un poco antes y con toda seguridad se sentiría orgulloso de él.

Berto caminaba como despistado alrededor de su pandilla, también iban Susana y Merche y eso le hacía medir sus palabras. Acababa de cumplir los 13 y ya llevaba algún tiempo sintiendo una cosa rara en su interior. Berto iba dispuesto a acabar con todo, los insultos en el colegio, las humillaciones en el recreo, las pequeñas pero casi diarias palizas con las que su hermano le atosigaba, las constantes ordenes de su madre…, definitivamente dejaría a un lado y para siempre todo lo que le agobiaba. Había llegado el momento.

- ¿ Y Berto, dónde esta Berto? - una de las chicas le echó rápidamente en falta.
Se quedaron todos parados girando sobre sus pies y buscando en sus alrededores pero no le veían entre tanta gente.
- No preocuparse tanto que ya es mayorcito y no se va a perder, pero si se pierde…-era evidente que Carlos no era el mejor amigo de Berto y estaba dando a entender que sería mejor que no apareciera.

Ya se encontraba Berto muy lejos del grupo, apartado del bullicio en el que estuvo inmerso, cuando paró como hipnotizado ante lo que andaba buscando. Echó el ojo a aquella ridícula estación que estaba frente a él, se acercó a la taquilla, compró un tique esperó el momento oportuno y se colocó en el centro de los raíles con los ojos cerrados, las manos pegadas a las piernas y el cartoncito entre los dedos.


Pensaba que esa noche sería la última, que sería el fin, que se acabarían los insultos, las bromas pesadas, la estúpida timidez; pensaba en su hermano unos años mayor que él, sus imposiciones, en el profesor de educación física y sus exigencias, en su madre, sus repetitivas órdenes, sus continuos castigos, y cómo no, pensaba en su padre, a quien ya llevaba demasiado tiempo sin verle.

Deseaba que ninguno de sus amigos lo vieran en ese trance, abatido entre aquellas dos vías, aunque dispuesto a todo. Oía el silbato del tren y sentía el retumbar en el suelo de los raíles. La gente gritaba pero él no se movía esperando la llegada de la máquina. La locomotora con su ojo de sol, rechinando como las bisagras de un viejo portón, se paró en seco justo a unos centímetros delante de Berto y éste abrió los ojos, y una triunfal sonrisa se hizo la dueña de su cara.

Salió de los raíles y se montó en el último vagón del ridículo tren, le dio el tique al payaso de la diminuta escoba y partió decidido a recibir su última paliza, a acabar para siempre con la niñez que tanto le atormentaba, dispuesto a recorrer los últimos metros de su infancia ,a dar su último viaje.



Un Saludo. moy.

6 comentarios:

genialsiempre dijo...

Con que "relatillo". Pedazo relato te ha salido, que me has tenido en vilo por lo que le podía pasar a ese Berto.
Moy, eres un canalla de la literatura, por lo poco que te prodigas con lo mucho que tienes.

José María

Anónimo dijo...

Que bendición de relato. Muy tierno y muy real, como la infancia....
gracias por volver.
Besos

María Dolores dijo...

Móises que me vi a Berto hecho papilla y me lo has subido en el tren de los escobazos. Me ha encantado y casi vuelvo a ser niña unos minutitos.

Besos,

Loli

Pedro Estudillo dijo...

Para los que hemos sido, y somos, tímidos incurables, este relato posee una gran carga emotiva.
Me ha gustado mucho, y el final es genial.

Un abrazo, Moy.

J.R.Infante dijo...

Fantastico relato donde está recogido toda la esencia de lo bien hecho. Nos mantenemos sumergidos en una creencia que al final se nos desmorona...para bien, ¡genial!
Un saludo

Raquelilla dijo...

Para mí los seres más valiosos de la sociedad son las orugas tímidas y sufridoras que, al final, se convierten en mariposas, infinitamente más bellas, educadas y valiosas que los insípidos saltamontes.