Me tomo la libertad de publicar aquí un relato que me llamó la atención con respecto a las raspas de pez y no hubo tiempo de leerlo en el taller:
Imagina el chorro de agua que brotaría de la fuente, si alguien se ocupara de componer el mecanismo que la alimenta. Cavar una zanja; sustituir las tuberías probablemente dañadas; raspar el moho, la pátina del bronce; limpiar el tragante; buscar el rostro de la diosa de piedra bajo una máscara de mugre, piensa. Decide sentarse en un banco a descansar los pies. Después de una larga caminata siempre le duelen los pies. Ha traído las herramientas. Desde hace vaios años se refugia en este parque cada domingo- una suerte de meandro de sombra en medio del torrente de ruidos y el calor de la ciudad-. Es casi lo ideal, se dice y abre su mochila, de donde extrae un pomo de Ciego Montero. Bebe. Con la mirada recorre cada sitio, cada rostro acuñado por la penumbra. Reconoce los árboles de raíces aéreas, las enredaderas asfixiando los troncos, los montecillos de cordobán amoratado, la suave alfombra de hierba japonesa impidiendo el predominio de los yerbajos, los gorriones con su relajo de cantos atonales, el vaho de humedad que produce ese frescor que tanto aprecia, las voces susurradas como en una catedral.
-A lo mejor me quedo- dice.
Una anciana lo mira por encima de los espejuelos y sonríe, Arturo supone que ha escuchado sus palabras. vuelve a beber del pomo de Ciego Montero. Siempre tengo sed, se dice. Se acomoda en el banco para pensar. Durante la semana no piensa. El hombre debería dedicar una porción del día a pensar, recuerda haberle oído a alguien en una entrevista por la televisión. Ejecutor de ideas ajenas, apenas tiene tiempo para concebir las propias. Solo los domingos se acuerda que alguna vez soñó con ser distinto al hombre del rebaño, como dijera Emerson, piensa.
-Este es mi lugar- dice.
La vieja lo mira con unos ojos inquietos, pero ahora no sonríe. De nuevo echa mano al pomo de Ciego Montero, y esta vez deja que el líquido le corra en un hilillo por el cuello hasta empapar su camisa. Las abluciones le producen bienestar. El agua purifica, dice a la anciana que permanece muda. La primera vez que descubrió el parque, le pareció fantasmagórico. Todavía hoy lo conmueve, sobre todo cuando llega la noche y los focos difunden una claridad ambigua, y los árboles agitan sus ramas semejando una danza de adustos guerreros. Da la impresión de una conciencia oculta, de una oscura racionalidad, piensa. Era en la época de sus tribulaciones matrimoniales y el empecinamiento por construir algo distinto, digno de su agudeza, de su manera peculiar de ver el mundo. El problemaque ese algo jamás tuvo forma, se dice. Dibujos, proyectos, cálculos matemáticos, poemas, esbozos de ensayos, infinitud de notas, todo amontonado y revuelto encima de una improvisada mesa de trabajo, en un cuartucho de la Habana Vieja, generosamente prestado por un amigo. Vania lo miraba desgastarse, transido por una fiebre semejante a la de los buscadores de oro, otras veces nadando en una suave melancolía de alcohol, pero al final sucio de baba y vómito, prisionero de sueños que gritabas a medianoche como un loco, decía, hasta que se cansó y agarró su ropa, parte de la vajilla y algún que otro equipo electrodoméstico comprado en común, y se largó para casa de su madre en el Cerro.
-¿Qué es la lealtad?- pregunta mirando a la vieja de soslayo.
-Un puente, el único tal vez- dice la anciana.
Arturo la mira con desconfianza. La mujer se le parece a Vania envejecida, cortada por las navajas del destino, como escribió una vez, destejida por el sol, el insomnio, una alimentación azarosa, un marido ya inexistente, padecimientos crónicos, pastillas tomadas nadie sabe si para morir o para retrasar el final.
-Mentira- se dice.
-Lo peor es lo que intentamos ignorar- contesta la anciana con voz carrasposa.
-Tú nunca pensaste en cruzarlo.
-Quizás es cierto lo del agua.
-Si al menos hubieses esperado hasta el final.
-Mis piernas están gastadas, pero no dejo de venir ni un día.
La tarde comienza a declinar. Me quedaré aquí para siempre, le dice, he traído mis herramientas. La sigue con la vista un buen rato, hasta que desaparece en una zona intermedia, entre la nimia luz y el comienzo de las sombras. Cavar una larga zanka; suplir tal vez las viejas tiberías; raspar el moho, la pátina del bronce; liberar el tragante de hojas podridas; encontrar el rostro de la diosa perdido bajo la inmundicia de años; fundirse a ella en un abrazo cósmico, eterno...Vania no tendría palabras, piensa, lívida de asombro, presa de una fascinación incontrolable, regresaría por ese mismo camino.
La tierra se resiste a los golpes del pico. Maldito suelo endurecido por la sequía. el guarda se fue a las seis. Nadie preguntará qué carajo hace un tipo como yo removiendo la tierra a esta hora, en todo caso dirán que es un trabajo de urgencia, una tarea de choque de los servicios comunales, cualquier consa menos su razón más legítima, piensa. Una roca aparece de pronto. Es enorme. Arturo golpea ocn fuerza buscando desprenderla de su nicho. Suda. Tose. Sus manos sangran. Al cabo de quince o veinte minutos, logra moverla y con ambas manos la echa fuera de la zanja. Suspira satisfecho. Bebe del ppomo de Ciego Montero. A pesar de la pobre iluminación, ya se ven las cañerías. Con la pala limpia un extenso trecho. Una raíz ha penetrado por la rajadura de uno de los conductos y obstruye el flujo del agua. No pierde tiempo. Corta el bulbo y coloca una banda de caucho alrededor de la hendidura. Posteriormente tapa la zanja.
-Ahora le toca a la diosa y a esos peces de bronce- dice.
Con un cepillo de cerdas de acero, comienza a limpiar la cara de la efigie. Descubre que el artista le diio rasgos muy finos. Seguramente que la modelo fue una hembra opulenta. Vania es así, pero vacía por dentro; hay tanta gente vacía, se dice. Arturo quiso desaparecer. No sabía cómo, pero acarició la idea durante mucho tiempo. Quería extinguirme sin dolor, sin dejar rastros, piensa mientras raspa los senos aguzados. Recuerda las voces que lo increpaban en una reunión, las caras que lo miraban como si fuese un leproso o un hereje sentenciado por el Santo Tribunal. Yo solo quise ser franco, qué imbécil, balbucea con amargura. Vania se sumó al coro de los verdugos y me tildó de inepto para las jugarretas de la cotidianidad, cabrona palabrita que se aprendió para disfrazar lo real, lo tangible, lo que todos sufrimos a cada minuto, piensa. Raspa con fuerza las caderas, la entrada de lso muslos, el sitio donde la modelo debió exhibir un pubis sediento, con olor a miel. Vania hacía lo mismo para sacarme de quicio, para enloquecer mis neuronas ya de por sí revueltas, sonríe. Luego pensó en una obra, en algo que lo perpetuase, que hiciese rabiar de envidia a los elegidos, a los idólatras, a los cazadores de grandes sillas giratotias, a los que juegan con la virtud, a los que visten y se peinan para abnubilar, a los que compran pedestales a precios de oro, a los que pierden la voz en airadas peroraciones de las que pronto no se aucerdan, a los elefantes y elefantas intocables, a los caritativos solo consigo mismo, a los que escupen la piedad, a los traficantes de oxígeno- como dice un poeta que admiro-, a los falsos adeptos que te escuchan confesiones para después divulgarlas a toda voz, a los tipos de cabeza redonda y ojos de alien que sonríen confiados de que te están engañando, a los ladrones de pensamientos ajenos, a los calculadores de hocico duro, a las vedette de sueño esponjoso que te miran como si no existieses, a toda esa fauna hueca, hueca, hueca, qué mierda, dice restregando ahora las piernas.
-Me gustan tus piernas- dice-. Son perfectas.
No tiene hambre. Cuando trabaja nunca siente hambre. Después sí. Después puede comer como un tigre, cualquier cosa, con tal de que lo llene y le mate la ansiedad. la noche es firme. Soplos de brisa caliente mueven el follaje. Falta mucho para el amanecer, se dice, cuando despunte el sol habré terminado. La mujer de mármol resplandece a pesar de las sombras. El nombre del artista no aparece. A lo mejor no quiso firmar, piensa, vaya tipo modesto Al parecer sólo pretendió la utilidad de su obra, el gozo que le provocaría a los demás. Eso es. Desprenderse de uno mismo, negarse hasta borrar la obcecación. ¿Nirvana?¿Beatitud? Bah, si todo fuera como uno lo piensa, masculla. Ahora raspa los peces. Peces imaginados por el escultor, la boca abierta por donde debería brotar agua, ojos saltones, escamas vistosas.
La gente que me ha hecho daño no cree (saltimbanquis de porquería) en las bondades de una fuente, se dice.
-Bueno, yo tampoco hasta que Vania huyó desesperada- conversa con la mujer de mármol.-Tú sí, tú sí puedes entender el caos del tiempo, las miradas tortuosas, los golpes bajo de la fatalidad, la indiferencia, la anatomía de todo este silencio.
Encima del plato de concreto, siente los síntomas de la fatiga. Quizás la vieja Vania regrese por el sendero de hojarasca, se dice. Cierra los ojos y abraza el cuerpo de la diosa que ahora le parece más cálido. La besa, se zambulle en su sexo de modelo, acaricia sus piernas, hame sus teticas afiladas. El escultor debió gozarla cientos de veces antes de convertirla en mármol. Eso piensa mientras la lasitud del sueño lo invade, lo deja caer por una pendiente hacia un abismo de peces ciegos y tontos, hasta chocar con un fondo tan duro como sus músculos, cada vez más agarrotados, más rígidos, como si fuesen de piedra.
-¡Dios mío!- grita y una estampida de pájaros emerge de las sombras.
Con la venia de: ALBERTO MARRERO
4 comentarios:
No pretendo, ni me gusta ser juez de nada ni de nadie, pero en este relato si tuviera que dictar sentencia podría condenarte, Alberto, a que siguieras escribiendo hasta el final de tus dias.
Me ha sabido muy bién, porque yo me bebo las palabras que tienen buén sabor y este relato si lo miras al trasluz tiene su colorcillo autentico y aroma, mucho aroma, como el buén vino.
Así que de vez en cuando invita a una copita de estas.
Un saludo. moy.
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¿Eres tù...? ¿dónde estás? ¿De verdad que eres tú...? Sal que te veamos. No, no puedes ser tú... Pero sal mujer, no seas tímida.
¿Raquel? Pero... ¡pero si eres tú!
Maravilloso.
Killo, que el texto no es mío, ojalá, jijiji
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