Ya veo que habéis colgado vuestros trabajos. Yo me lo estaba reservando pero la impaciencia me puede, a ver si os gusta. Ah, y ya sabéis, no pasaros, llevad la sobriedad con moderación... ;-)
- Si sigues así no vas a durar ni dos telediarios. Anda y vete ya para tu casa Genaro.
La orden fue contundente, pero Genaro no le hizo ni puñetero caso. Tumbado sobre la acera miraba con fijeza a la señora Braulia, presumida donde las haya a pesar de sus cerca de noventa años.
La dama, con su vestido largo de terciopelo negro, cuyo brillo feneció de muerte lenta bajo la implacable plancha de carbón de su fiel Jacinta, tiempo ha, miraba a Genaro como de reojo, pero hacia abajo, su cuello embutido en una insufrible y ancha cinta de encaje encorsetaba su mirada. El horrible y oscuro camafeo que pendía del encaje era más libre que su propia cabeza. En su mano de anverso pellejoso y repleto de manchas tan negras como el ala de un murciélago, temblequeaba su bastón de mango de marfil tan brillante como amarillento del roce diario.
Braulia miraba extrañada a Genaro intentando al mismo tiempo que éste respondiera a sus órdenes. No era normal tanta insolencia. Y es que Genaro no respondía, tan sólo miraba a su vieja vecina, ella siempre tan en su papel de voz de la conciencia de miserables inconscientes, siempre mandando a las niñas de su calle a que se lavaran los churretes y se cambiaran de bragas, siempre ordenando a los guardias que pusieran orden en la vieja bodega venida a tasca, siempre empujando con su bastón a las mujeres en la plaza, siempre pasando el dedo sobre el polvo inexistente del aparador ante la mirada asustada de la pobre Jacinta…
No contestaba Genaro, a pesar de que la punta del bastón de la anciana Braulia comenzaba ya a estrujar con fuerza su débil esternón.
- Venga tajarina, levántate ya de ahí.
Braulia se esforzó de nuevo, acercó su cara con morisqueta de cegata a la del anciano borrachín y se percató de que no era esa la mirada que ella conocía del viejo vecino. Él solía lagrimear, sus ojos lubricados por dentro a base de chiquitas de Arroyuelo eran siempre dos lagunas de agua límpida manteniéndose a duras penas en equilibrio entre párpados rojos e irritados. Esta vez era diferente, en aquellos ojos abiertos no había agua, ni lagunas, ni rojez en los parpados… ni mirada siquiera. En vez de retinas parecía tener dos grandes escamas de robalo viejo. La anciana dio un respingo hacia atrás al tiempo que se presignaba. La resaca de aquella mañana en la acera había servido de papel secante, embebiendo de un sorbo la mirada y la miserable vida de Genaro.
La orden fue contundente, pero Genaro no le hizo ni puñetero caso. Tumbado sobre la acera miraba con fijeza a la señora Braulia, presumida donde las haya a pesar de sus cerca de noventa años.
La dama, con su vestido largo de terciopelo negro, cuyo brillo feneció de muerte lenta bajo la implacable plancha de carbón de su fiel Jacinta, tiempo ha, miraba a Genaro como de reojo, pero hacia abajo, su cuello embutido en una insufrible y ancha cinta de encaje encorsetaba su mirada. El horrible y oscuro camafeo que pendía del encaje era más libre que su propia cabeza. En su mano de anverso pellejoso y repleto de manchas tan negras como el ala de un murciélago, temblequeaba su bastón de mango de marfil tan brillante como amarillento del roce diario.
Braulia miraba extrañada a Genaro intentando al mismo tiempo que éste respondiera a sus órdenes. No era normal tanta insolencia. Y es que Genaro no respondía, tan sólo miraba a su vieja vecina, ella siempre tan en su papel de voz de la conciencia de miserables inconscientes, siempre mandando a las niñas de su calle a que se lavaran los churretes y se cambiaran de bragas, siempre ordenando a los guardias que pusieran orden en la vieja bodega venida a tasca, siempre empujando con su bastón a las mujeres en la plaza, siempre pasando el dedo sobre el polvo inexistente del aparador ante la mirada asustada de la pobre Jacinta…
No contestaba Genaro, a pesar de que la punta del bastón de la anciana Braulia comenzaba ya a estrujar con fuerza su débil esternón.
- Venga tajarina, levántate ya de ahí.
Braulia se esforzó de nuevo, acercó su cara con morisqueta de cegata a la del anciano borrachín y se percató de que no era esa la mirada que ella conocía del viejo vecino. Él solía lagrimear, sus ojos lubricados por dentro a base de chiquitas de Arroyuelo eran siempre dos lagunas de agua límpida manteniéndose a duras penas en equilibrio entre párpados rojos e irritados. Esta vez era diferente, en aquellos ojos abiertos no había agua, ni lagunas, ni rojez en los parpados… ni mirada siquiera. En vez de retinas parecía tener dos grandes escamas de robalo viejo. La anciana dio un respingo hacia atrás al tiempo que se presignaba. La resaca de aquella mañana en la acera había servido de papel secante, embebiendo de un sorbo la mirada y la miserable vida de Genaro.
En el recién instalado televisor en blanco y negro de la tasca comenzaba a girar la bola del mundo con la familiar música de fanfarrias de fondo. Las tres de la tarde. Otro telediario más.
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Antoñín
4 comentarios:
Bonito, muy bonito, ¿como lo haces para conseguir esas descripciones tan minuciosas y complejas, pero de fácil lectura?, a mi me parece un arte.
jose maría
Tus poemas son una delicia, pero cuando te pones a relatar hay que morir. Te ha salido un relato genial, como todos los tuyos.
Te animo a que nos escribas otro para el jueves. Tú puedes.
Un abrazo.
Cosigues lo que todo escritor desea:trasladar a sus lectores a los escenarios que el describe.
Que habilidad,quillo
Muy bonito, profundo, todo un mundo hecho en pocas palabras. Y lo mejor el broche final, uf, muy emotivo. Sigue así.
David
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