jueves, 25 de marzo de 2010

CUENTO DE LA CIUDAD DE LOS POZOS



Esa ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Esa ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes, pero pozos al fin. Los pozos se diferenciaban entre si, no sólo por el lugar en el que estaban excavados, sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior)

Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, simples agujeritos pelados y que se abrían en la tierra.


La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las noticias cundían rápidamente de punta a punta del poblado.


Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún pueblito humano. La nueva idea señalaba que cualquier ser viviente que se preciara de serlo debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no era lo superficial sino el contenido.


Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos.


Algunos más optaron por el arte, y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.


Pasó el tiempo.....


La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar nada más. Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que deberían hacer algo para poder seguir metiendo cosas en su interior.


Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apartar el contenido se le ocurrió aumentar su capacidad de ensancharse. No pasó mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos gastaban gran parte de su energía para poder ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.


Un pozo pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente, el pensó que si seguían hinchándose de tal manera se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad.


Quizá a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho, sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta de que todo lo que tenía dentro de él, le imposibilitaba la tarea de profundizar, Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido...


Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando no había otra posibilidad lo hizo. Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse

profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había desecho...


Un día, sorpresivamente, el pozo que crecía hacia adentro, tuvo una gran sorpresa: ¡adentro, muy adentro, y muy en el fondo encontró agua!


Nunca antes otro pozo había encontrado agua...


El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y, por último, sacando agua.


La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar.


Las semillas de sus entrañas brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en tronquitos endebles que se volvieron árboles después...


La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El Vergel". Todos le preguntaron como había conseguido el milagro. Ningún milagro -contestaba el Vergel-, hay que buscar al interior, hacia lo profundo...


Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desandaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más para seguir llenándose de más y más cosas...


En la otra punta de la ciudad otro pozo decidió también correr el riesgo del vacío...


Y también empezó a profundizar. Y también llegó al agua...


Y también salpicó hacia afuera creando un segundo oasis verde en el pueblo...


-¿Qué harás cuando se termine el agua? -le preguntaban.


- No sé lo que pasará -contestaba. Pero, por ahora, cuanto más agua saco, más agua hay.


Pasaron unos cuantos meses más antes del descubrimiento.


Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma...


Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.


Se dieron cuenta de que habría para ellos una nueva vida.


No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto:


La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí aquellos que tienen el valor de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar.

Jorge Bucay 

4 comentarios:

genialsiempre dijo...

Hermoso cuento-parábola, con un enorme mensaje, que grande es Jorge

José María

Anónimo dijo...

profundo, profundo. fita

Pedro Estudillo dijo...

Bucay nunca defrauda, ni en la forma ni en el fondo, y en esta ocasión, sí que ha llegado hasta el fondo.

Anónimo dijo...

A mi no me van mucho los libros-relatos de autoayuda...pero el cuento, como cuento, está muy bien.
Aunque no dice nada nuevo. Eso ya lo sabíamos nosotros hace mucho tiempo...o no???
jejejejejej

Otra cosa, mantenedme informada de la visita de Camacho al taller, que me gustaría ir,porfaaaaaa