El primer recuerdo
que tengo es el de la hierba verde manchada de florecillas de primavera sobre
mi húmeda cara, y cómo mis ojos miopes intentaban enfocarlas. Una buena época
en la que tuvo a bien mi madre traerme al mundo, como el resto de las vacas,
las cuales suelen quedarse preñadas todas a la vez, y la luna, cuando está en
cuarto menguante, da la orden a la vida que llevan dentro, para que empujen con
todas sus fuerzas y abrirse paso al mundo exterior. Bajo encinas y
alcornocales, a la sombra de la calidez primaveral del sur, vine a nacer ese
día en la Dehesa Montemayor,
cuyo propietario, un señorito andaluz
a la vieja usanza, dominaba varias hectáreas de arbolado, una gran laguna
natural y muchas zonas de pasto, donde cientos de toros, cabestros y vacas,
paseábamos a nuestro antojo, comiendo una rica hierba o metiendo las patas en
las aguas frescas del lago cuando íbamos a beber. Son los mejores recuerdos de
mi infancia, cuando todos los becerros chapoteábamos felices en las orillas y
perseguíamos a las libélulas, ajenos a lo corta que sería nuestra niñez.
Recuerdo que siendo
aún un becerrito, llegaron los caballos montados por humanos con unas largas
varas. A los más niños nos correteaban infatigablemente, y en cuanto se nos
ponían cerca, las metían entre nuestras patas y nos derribaban sin piedad al
suelo, una y otra vez. Eso llegaba a enfadarme mucho, imagino que era lo que pretendían. A veces también
correteábamos angustiados porque los palos tenían unos pequeños ganchos, los
cuales se clavaban en nuestra piel, nos agarraban con fuerza y de nuevo al
suelo, esta vez con heridas de sangre. Nuestras madres miraban resignadas cómo
nos hacían estas maldades. Será que soy animal y no puedo entender qué habíamos
hecho para merecer tales castigos. Fueron mis primeros enfrentamientos con el
miedo, cara a cara.
Jamás olvidaré el
olor a cuero quemado que nos produjeron unos hierros candentes, aquél día,
cuando nos llevaron a todos, no tendríamos aún un año de vida. Me tumbaron en
el suelo entre varios humanos. Primero me quemaron en el lomo. Cuando
levantaron el fuego de mi carne pensé que me soltarían, pero no, luego vino el
mismo intenso dolor sobre mi pata, pero no tenían suficiente, también me
quemaron en el brazuelo. Aún no terminó mi tormento, ya que me cortaron trozos
de la oreja con un cuchillo muy afilado. Cuando me soltaron no tenía por dónde
escapar, todo estaba vallado. Lloré llamando a mi madre, un poco de su leche
calmaría el miedo, el dolor y la pena que me embriagarían de por vida.
Nos han llevado muy
lejos en un camión, donde no podemos apenas mantener el equilibrio durante el
camino. No bebemos desde ayer, será que a donde nos llevan no hay lagos, aunque
tampoco recuerdo desde cuándo no comemos. Al llegar a nuestro destino, he
observado que el suelo es gris y no del color verde de la hierba de mi querida
dehesa, aunque enseguida nos han metido en unos largos y estrechos pasillos con
suelo amarillo, como el de mi fatiga. Hay bastante silencio, no se oyen pájaros
ni becerrillos llamando a sus madres, tan sólo los gritos de algún humano que
da órdenes a lo lejos. Se oyen fuertes golpes por los portalones que se cierran
con fuerza. Hay tanto silencio que oigo mi propia respiración, mi corazón late
con fuerza y no dejo de pensar qué hago aquí, con la garganta tan seca que casi
no puedo tragar. Si pudiese escapar... Tengo miedo.
Qué se oye? Me
parece que son humanos gritando y aplaudiendo. Si, son ellos. Pero qué estarán
viendo que disfrutan tanto? Me consuela saber que si ellos se lo están pasando
bien, yo tendré la misma suerte. Tengo menos temor al oír tanta alegría a mí
alrededor, pero si pudiese escapar, lo haría sin pensarlo. Se oyen de nuevo los
gritos, más aplausos. Son muchos, cientos de humanos divirtiéndose en un
soleado día de abril, más o menos por esta fecha cumpliré cuatro años, todo un
recio toro de lidia, de casta Vistahermosa, de los astados más fuertes, altivos
y duros que existen. Con una equilibrada cornamenta, ni más larga ni más corta,
con el punto exacto en donde debe
empezar y en donde debe acabar. Me gusta mantenerlos limpios y descamados
rozándolos contra los acebuches, embriagándome con el olor de su madera,
intenso y aromático como el de los portalones que tengo delante, al que araño empujando
con las puntas de mis astas para ver si me conceden la libertad.
Por fin se abre el
camino a mi ansiada libertad, corro, corro hacía delante buscando agua,
buscando sombra, buscando… Hay un humano. Los destellos que lanzan su piel me
ciegan al sol. Embisto, lo hago con toda la impotencia que llevo dentro, con
todo el cansancio acumulado durante años. Estoy lleno de odio, de sed de
venganza. Vuelvo a avanzar, pero siempre lo hago mal, tan sólo levanto un manto
rosado en cada embestida. El humano desaparece de mi vista y vuelve a aparecer
en segundos, no entiendo nada.
Alguien ha venido
por detrás y me ha clavado dos garfios al lomo, los veo balancearse y mover mis
heridas en un vaivén de dolor cada vez que me muevo.
De nuevo un
caballo. Un sólo caballo con un humano sobre él. Empuña una vara, pero ésta no
tiene la punta roma, tiene la llave que abrirá la enorme herida de mi espalda.
Espadas que brillan al sol, banderillas que viajan ávidas de sangre hacía mi
maltrecho cuerpo. Aplausos. Vítores, voces en coro. No puedo más, este
insoportable dolor y el miedo que me invade, son el veneno perfecto para dejar
de existir, pero mi corazón se resiste a dejar de latir.
Mi garganta es
esparto, mi lengua corteza de alcornocal.
Mi lomo derrama piedras granates, volcán de lava roja bullendo.
Mi espalda ya no es
espalda, es árbol roto, ramas resquebrajadas, verbena de dolor.
Granos de granado,
terciopelo rojo con antifaz..
Cerezas marchitas,
flores de olivo al azar.
Espinas de
zarzamoras en mis carnes, bandadas de mirlos por llegar.
Diademas de clavos,
coronas de espinas sobre mi cuero infeliz.
Desierto de albero,
aullidos de lobos.
Enebros de sal que
perforan mi voz.
Sol en escarchas, penumbra
de jaras, escalofrío en la sombra.
Lamento un sin por
qué… lloro un sin razón.
El último recuerdo
que tengo, son los lazos negros de las zapatillas sobre medias rosadas de mi
verdugo y cómo mis ojos miopes las intentan enfocar.
Arrastran mi
cuerpo. Paz. Por fin siento paz…
Luciérnagacuriosa.
1 comentario:
Jo-derr...(puedo decir aquí joder?...)
Me ha gustado mucho Luz...!!!!!
Me he impregnado de los olores y colores de esa dehesa y sentido todo el dolor en mis carnes....Creo que la historia está muy bien hilvanada. La has llevado al final de una manera predecible pero hermosa...
Gracias por darme la oportunidad de leerte!
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