Azul, era una tarde de un
azul frio que pelaba. Azul que rilaba grisalla desde que Pascual me había
dicho: iremos al cine, es de Bergman y como por amortiguar me hacía cómplice de
esa emboscada, ¿te parece?, paso a recogerte cuando salga del coro. Y allí estábamos
los dos, en aquel cine de los soportales que aunque gozaba entre los
universitarios del prestigio que le otorgaba la nueva denominación de arte y
ensayo, no lograba ocultar su leyenda de teatro maldito construido sobre las
ruinas de un antiguo monasterio de lo que provenía la amenaza de desplome de la
sala en aforo completo como venganza de las santas ruinas. Y esto me lo contaba
mientras hacíamos la cola, lo que me faltaba!!. Leyenda que repetida a unos
conocidos que hacían la cola se me estaba convirtiendo en una premonición de lo
que la tarde auguraba. Máxime cuando los
conocidos –de rigurosa pana antifranquista- habían comenzado con el
interrogatorio repelente-sabelotodo: como sabéis en la filmografía de Bergman
siempre están presentes….no habéis visto entonces la anterior…entonces no se si
vais a comprender bien…Hablaban en un castellano superior que escuchaba como si
fuera una lengua ajena y del que sólo captaba la entonación interrogatoria que
-cosa que aún oscurecía mas la frase- nunca esperaba respuesta.
Por fin en la sala y sosegada por el rojo de
los asientos de butaca que templaba el nimboazulado de la entrada, disfruté del
recinto que acumulaba esplendores provincianos. Tres pisos y un patio de
butacas, terciopelos y dorados, anfiteatros y palcos menestrales,
plateas agroburguesas…parafernalia
que sin embargo no desasosegaba a la entrada más canalla.
Rojo que inundó la pantalla
desde el comienzo. Rojo de un rojoprimerplano que imponía la sensualidad de
los objetos de exquisito gusto de
salones acomodados de comerciantes hanseáticos y que se hacía oferente carne
durante los interminables planos que la cámara amante nos imponía. Rojo antónimo del blanco que deslumbraba la
frialdad que se palpaba, que se mecía en rozamientos y miradas heladas,
desatentas y, sobre todo, de una crueldad intimista que se cortaba.
De qué iba aquella historia
de mujeres ahogadas en la represión de unas pasiones que las desbordaban? Me desazogaban, me asfixiaban…
Maniqueismo en rojo blanco…eso
era todo lo que yo alcanzaba...
Estaba atrapada por las
imágenes cuando el negro se impuso y con ello la sesión terminaba. Retardamos el
levantarnos como si se nos hubiera contagiado el ritmo exasperantemente lento
de la película o quizás tratábamos de sacudirnos 60 minutos de asfixiante
humanidad de los que al menos yo necesitaba salir huyendo a toda velocidad.
Aunque de lo que quería huir de verdad es de mi misma. No había entendido lo
más mínimo, ni siquiera sabía si aquello había relatado una historia. Había
asistido al drama de unos personajes que en la más descarnada proximidad me
habían vomitado sus desafectos y angustias sin que hubieran conseguido
conmoverme. Seguro, no había entendido nada. El pánico se apoderó de mí en
cuanto acabé de colocarme la trenca de cuadros con la que había querido
entretener la mirada de mi compañero que atento esperaba. Seguimos haciendo que
nos ajustábamos las prendas contra el frio que ya se presentía desde el hall de
entrada. Los conocidos habían desaparecido. Respiré aliviada, estaba segura que
habían detectado mi incultura cinematográfica entre otras y no habían deseado
comentar la película con alguien que no podría expresar un sesudo comentario.
Pero yo, respiré. Y como si eso se trasmitiera por empatía, oí el suspiro de
Pascual con el que me sentí acompañada. Me atreví a mirarlo y allí estaba su
preciosa sonrisa que cargaba de ternura su mirada, que?, dijo. Rojo, rojo y
blanco, Pascual. Eso mismo digo yo. Te acompaño. Vale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario