viernes, 27 de marzo de 2009

No más palabras


Palabras, palabras y sólo palabras. No se me ocurre otra cosa que pueda aliviar en algo el dolor de este mundo, o que pueda hacer ver todo el amor que surge en el mismo planeta a cada segundo.
Será que no soy poeta, o será que ni tan siquiera un poeta es capaz de hacerlo.
No sé.
Construimos nuestro mundo particular en base a un conjunto de palabras que nos son familiares; pero este lenguaje es artificial, fue creado por el propio hombre, por tanto, es imperfecto e incompleto, y se encuentra en constante evolución.
Y sin embargo nos apegamos a las palabras como el bebé a la teta de la madre.
Si no tiene un nombre, una etiqueta, no existe. ¿Quién se atrevería a describir con palabras algo tan familiar como el olor de una rosa, el tronar de un relámpago o el sabor de la canela? Tan sólo se podría hacer usando comparaciones más o menos acertadas, y eso es porque aún no se han inventado las palabras que describan tales cosas, con lo sencillo que sería.
Podría leer toda una enciclopedia sobre los árboles, pero la mejor manera de conocerlos siempre será acercándome a ellos, tocándolos, oliéndolos, sintiendo su presencia, admirando su poderío.
¿Qué es un árbol? Una planta. ¿Y qué es una planta? Un ser vivo. Bueno, ¿y qué es un ser vivo?.... Así podríamos seguir hasta quedarnos sin repuestas, o mejor dicho, hasta agotar las palabras.
Pero un árbol siempre será un árbol, al igual que una rosa siempre olerá a rosa, por más rebuscadas metáforas que queramos aplicarle.
Porque la presencia siempre será antes que las palabras y los conceptos. Porque el ser humano no es esto o lo otro, el ser humano simplemente es. Y todas las etiquetas que queramos colgarnos sólo son cuentos chinos.
Porque el mundo ya existía tal cual es antes de ser catalogado y etiquetado por los hombres, sólo que entonces nos era desconocido... al igual que ahora. Nuestros recuerdos comienzan con el uso de la palabra... y ahí terminan también.
Siempre me he preguntado cómo percibirá el mundo un sordomudo de nacimiento. Quizás sean los únicos portadores de un secreto inapreciable que el resto de mortales perdimos en lo más profundo de nuestras mentes.
Puede que la palabra hablada y escrita sea uno de los prodigios más extraordinarios y revolucionarios que llevó al ser humano a encumbrarse como rey de la creación, pero algo me dice que aún le queda mucho por evolucionar. Una herramienta tan poderosa no debería poder ser utilizada para engañar, tergiversar, manipular, herir o humillar. Y mientras esto ocurra, yo seguiré haciendo de abogado del diablo, a pesar de todas las virtudes que se le puedan atribuir.
Cuando siento que las palabras no bastan o, simplemente son inservibles, busco refugio en mi silencio. A veces funciona... otras veces, no.
Y como penitencia por la soberbia mostrada en el uso del lenguaje imperfecto, sólo se me ocurre dejar este pésimo poema que ya publiqué en mi blog hace algún tiempo y que nos habla de ese otro lenguaje más sutil que nos rodea y al que apenas prestamos atención, pasando desapercibido como el insistente murmullo del alma:

Todos nos hablan... sólo que nadie escucha.
Nos hablan los niños cuando lloran en la cama.
Nos habla el viejo cuando calla en su butaca.
Nos hablan los árboles cuando los azotan los vientos.
Y también lo hacen cuando se yerguen en la calma.
Nos hablan las olas, encrespadas y salvajes,
que nos traen historias de corsarios inmortales.
Nos hablan los ríos, aunque corran a raudales,
y nos dicen a gritos que detenerse es la muerte.
Nos habla la torre, desde su altura encumbrada,
sabedora de su presto final en ruinas inertes.
Nos hablan los presos, tras rejas oxidadas,
¡este mundo no funciona, a ver cuando te enteras!
Nos hablan ambas caras de un muro fronterizo,
que suspiran a gritos por conocerse.
Nos hablan los listos, los necios y los notables,
pero mejor que a esos, escucha a las rameras.
Nos habla la tierra, agraviada por nuestras manos,
¡no me olvides insensato, qué sólo eres un ser humano!
Nos hablan las madres, con sus tristes miradas,
el pasado ya no vuelve, ¡ay si yo pudiera!
Nos hablan los pájaros, mientras nos observan,
y piensan callados en lo poco que nos queda.
Nos habla la luna, desde la distancia,
casi no nos distingue, sabe que no somos nada.
Nos hablan las estrellas, aún más lejanas,
ojalá pudieran compartir su misterio.
Nos habla el sol, majestuoso y sincero,
no lo mires a la cara, sólo siente su aliento.
Nos habla el alma, desde su tumba silente,
sueña que no es tarde, y nos dice que aún se puede.
Te hablo yo, con mi amargo poema,
pero no me hagas caso que la locura se pega.
Te hablan los libros, con su silencio patente.
Todos te hablan... sólo que tú no te enteras.


Yo no soy nada; sólo soy.
¿Y tú, eres?

4 comentarios:

genialsiempre dijo...

No sé que me gusta más si la reflexión que `lanteas en tu tecto o el poema, y luego dices que tú no escribes poemas!.
Además menos mal que te tenemos para que el blog tenga vida, porque los demás estamos inertes.

José María

Carmen dijo...

Me recuerda muchísimo esta reflexión a las que hacía Miguel Angel en los cursos tanto de Medina como de Cádiz en relación a la importancia de las palabras y la diferencia entre lo real y la realidad. La primera vez que oí esta teoría me quedé alelada, nunca lo había pensado. Muy buena tu reflexión, y totalmente equivocado tu comentario sobre lo pésimo del poema.

Beso.

Anónimo dijo...

tu poema demuestra que los versos comunican los sentimientos que las palabras encierran...Fita

JUAN dijo...

Cada vez, estás más filósofo...cuantas cosas tienes dentro .Eres parco en el verbo, pero florido en la escritura.
¿será que la timidez te crea barreras de comunicación?
Cuanto más te voy conociendo, más gratamnete me sorprende.