Cuando el cadáver de la abuela comenzó a oler mal decidimos, sin demasiados remilgos, que había que sacarla fuera. La única que se opuso a semejante decisión fue la más pequeña, Margarita. Su postura firme en contra de la decisión tambaleó por un momento nuestras conciencias y por ende, nuestra aparente fuerza de grupo. Todo volvió a su cauce cuando Margarita habló de nuevo para aclararnos su intención, adujo que si la sacábamos la podría ver cualquier campista que paseara por aquellos remotos parajes y que sería más conveniente hacerlo por la noche.
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Tan solo quedaba el trámite preconcebido, la sustituta estaba ya en nuestro punto de mira y solo había que esperar a que Juan se incorporara a las diez de la noche a su puesto de celador de la residencia de ancianos. De allí, el había elegido a Frasquita, se parecía enormemente a la abuela, tenía alzheimer y el hecho de que no tuviera familiares la hacía la candidata ideal. Además, no le faltaría de nada en casa, mamá cuidaría de ella día y noche y la estupenda paga de la abuela seguiría alimentando a toda la familia.
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Al anochecer, el mismo Juan, artífice de todo el plan, retiró la mascarilla de la cara de la abuela sin miramientos, cerró la llave de la bombona de gas hacia la izquierda y la arrastró hasta el porche sentándola en la mecedora. Entró en la casa y se sentó en el sofá esperando a la hora de su partida. Ya estaba bien de aguantar a la vieja, masculló. Sus últimas amenazas de que se iba a la residencia, sus continuas quejas sobre la comida, sus mangoneos… la abuela ya nos tenía a todos cabreados, en fin, nada que no se pudiera solucionar con una ligera y continua dosis de butano en su mascarilla. Mañana estaría todo arreglado y así nos lo expresó Juan a toda la familia que le mirábamos con gesto sereno y sin remordimientos. Juan se sintió aliviado por nuestra aprobación familiar y se dispuso a fumar un cigarrillo de satisfacción.
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Y ahora, desde esta situación tan extraña, que no es arriba ni abajo ni es situación siquiera, lo veo todo como en un sueño penoso. Veo los restos humeantes de la casa, y a los bomberos ajetreados tirando al suelo restos de vigas negras, y veo la ausencia de ventanas… y de techo… y veo el centro del salón y los esqueletos a su alrededor… ese es Juan, y esa Margarita, y esa la mama, y ese el papa…y ese soy yo… y ese cráneo suelto haciendo el trompo en el húmedo y negro suelo es del Paquito, seguro, porque le faltan las paletas… y fuera, junto a una ambulancia, veo a la abuela de pie, refunfuñando, dándose manotazos en la mascarilla y abrigada con una manta… y oigo a un enfermero de la ambulancia hablando con otro: “la manta la tiráis luego, que la pobre vieja llevaba por lo menos dos días cagada y apesta a perros muertos”
Al anochecer, el mismo Juan, artífice de todo el plan, retiró la mascarilla de la cara de la abuela sin miramientos, cerró la llave de la bombona de gas hacia la izquierda y la arrastró hasta el porche sentándola en la mecedora. Entró en la casa y se sentó en el sofá esperando a la hora de su partida. Ya estaba bien de aguantar a la vieja, masculló. Sus últimas amenazas de que se iba a la residencia, sus continuas quejas sobre la comida, sus mangoneos… la abuela ya nos tenía a todos cabreados, en fin, nada que no se pudiera solucionar con una ligera y continua dosis de butano en su mascarilla. Mañana estaría todo arreglado y así nos lo expresó Juan a toda la familia que le mirábamos con gesto sereno y sin remordimientos. Juan se sintió aliviado por nuestra aprobación familiar y se dispuso a fumar un cigarrillo de satisfacción.
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Y ahora, desde esta situación tan extraña, que no es arriba ni abajo ni es situación siquiera, lo veo todo como en un sueño penoso. Veo los restos humeantes de la casa, y a los bomberos ajetreados tirando al suelo restos de vigas negras, y veo la ausencia de ventanas… y de techo… y veo el centro del salón y los esqueletos a su alrededor… ese es Juan, y esa Margarita, y esa la mama, y ese el papa…y ese soy yo… y ese cráneo suelto haciendo el trompo en el húmedo y negro suelo es del Paquito, seguro, porque le faltan las paletas… y fuera, junto a una ambulancia, veo a la abuela de pie, refunfuñando, dándose manotazos en la mascarilla y abrigada con una manta… y oigo a un enfermero de la ambulancia hablando con otro: “la manta la tiráis luego, que la pobre vieja llevaba por lo menos dos días cagada y apesta a perros muertos”
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2 comentarios:
Acido, muy ácido. como la vida misma, sin ñoñerias, sin aditimentos, sin final feliz, sin sin sinnnnnnnnnnnnn. Gracias por tus escritos.
Salud y poesía.
Sin...vergüenza de la abuela haciendo un gesto bastante salidito, jijiji. Que buena la foto.
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