Para dar forma al ejercicio de la semana, he hilvanado este texto, que algunos podéis haber leido ya en mi blog, pero que creo debe ser aquí donde se ha de publicar.
El clima de ese pequeño pueblo segoviano era continental extremado, es decir mucho frío en invierno y mucho calor en verano, eso solían decir los lugareños, pero lo cierto es que en pleno mes de agosto la canícula apretaba al mediodía, pero al atardecer se dejaba sentir el frescor de la cercana sierra de Guadarrama, de modo que todas las madres nos hacían cargar con algún tipo de rebeca cuando salíamos a jugar.Los domingos se celebraba la Santa Misa, que era un acontecimiento social, pues todo el mundo se ponía sus mejores galas. Los hombres sus trajes de pana (en pleno verano) y la camisa blanca desabotonada, porque tan pronto se metiera la familia en la iglesia, ellos se refugiaban en el casino del pueblo, situado en la misma plaza mayor, justo enfrente de la iglesia, a trasegar unos vinos y jugar unas partidas de dominó o tute. Las mujeres con su segundo mejor vestido (el primero se reservaba para la patrona el 15 de agosto), con las piernas enfundadas en medias pese a la calor y los brazos embutidos en unos “manguitos”, ya que el cura no permitía lucir carnes en el interior de la iglesia, en la cabeza un piadoso velo recogía las pocas melenas que en la época se gastaban..La Santa Misa se celebraba oficialmente a las 12 del mediodía, el momento de más calor, pero no era de extrañar que el cura se retrasase, ya que previamente se había acercado a oficiar en otro pueblo cercano que carecía de sacerdote asignado, por lo que si le surgía algún imprevisto el pobre hombre iba ya toda la mañana a marchas forzadas, por ello, para avisar de alguna forma a los vecinos de que ya estaba en el pueblo e iba a dar comienzo la Santa Misa, se llamaba al culto mediante el tañido de las campanas de la iglesia, que hacía sonar tres veces con un intervalo aproximado de 5 minutos entre cada tanda de campanadas.
Era en esos momentos, cuando en mi casa se vivía una situación muy particular, que se repetía invariablemente todos los domingos, pese a su absurdo. Al tocar “las primeras”, mi madre le gritaba a mi hermana, cinco años mayor que yo, que entonces vivía en su más desarrollada “edad del pavo” y tardaba en acicalarse más de media hora, mientras lanzaba juramentos contra el cura, la iglesia y todo lo que sonase a religión que le obligaba a disfrazarse de forma tan poco adecuada con el clima:
"Niña!! date prisa que ya son las segundas!!"
Que no, mamá!!, siempre igual, que son las primeras!!, que luego llegamos pronto y estamos allí como pasmarotes!!
Que no!, que son las segundas, ¿no ves que ya son casi las doce?
Y dale!, pues yo no puedo correr más, total con llegar antes del evangelio….
Pero que cosas dices,! vamos aligera.
Al siguiente toque, se repetía la escena decantando una unidad:
Niña, las primeras!!, ¿a que te quedas en casa?
Mamá!!, son las segundas, no seas plasta, que todos los domingos haces la misma escena y estás ya muy pasada.
Y así, las apacibles mañanas de domingo, se convertían en un sarao familiar con la consecuencia de que una de las dos, o ambas, ya estaban de morros hasta la hora de la comida. Mientras, mi padre, astutamente, se había perdido diciendo que ya nos veía en la plaza, lo cual nunca llegaba a ocurrir hasta la salida de misa:
¿Dónde te habías metido?, le increpaba entonces mi madre
Mujer, no puedo dejar a los vecinos que se interesan por nosotros con la palabra en la boca, para dos meses al año que venimos por aquí…..de todas formas entré a tiempo y estaba atrás, con los hombres,….
Porque esa era otra característica, los hombres se colocaban al fondo de la iglesia en bancos y las mujeres y los niños en la parte delantera, en declinatorios previstos para que pudieran arrodillarse a su gusto.El sonido de las campanas, todavía hoy, me evoca aquellos domingos segovianos y la alegría de la voz de mi madre, porque al fin y al cabo, ese era su pueblo, en el que había nacido y donde se había criado antes de irse a la capital. Tan solo queda un recuerdo más dramático del tañir de campanas, era cuando lo hacían a medianoche, sin aviso, llamando al pueblo con urgencia, cosa que solía suceder por lo menos una vez cada verano. Era señal de que había surgido un incendio en el cercano pinar y era menester que todos los varones adultos se trasladaran a ayudar en las labores de extinción del mismo, pero ese sonido queda archivado por el alegre repiqueteo dominical de primeras, segundas y terceras, todo un manjar auditivo.
José María
3 comentarios:
Me ha gustado esta crónica de la vida de ese pequeño mundo que es un pueblo y el retrato de los personajes que has hecho sólo con dos pinceladas.
Siempre consigues un fino hilillo de humor con el que hilvanas la memoria viva. Agradable de leer y emotivo, sí señor.
Antóñín
Cuanta nostalgia rezuma la vuelta al pueblo de tus ancestros.
Mantienes en perfecto estado tu memoria viva, y la sabes relatar.
Juan
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