Como teníamos tarea que hacer para el pasado miércoles (un relato fantástico), y aprovechando mi experiencia en el viaje, he decidido unir estas dos circunstancias para mi trabajo y aquí os lo muestro. Espero que os guste.
LA LLAMADA
La bruma helada me hace verlo todo a cámara lenta. Salgo de los jardines de La Granja de San Ildefonso pisando restos de nieve tan helada que no cruje a mi paso. Los grandes árboles con sus copas blancas se estiran como cisnes en busca de la luz del sol. Son leves rayos solares que se reflejan en las picudas torres del palacio. El gris de la bruma vence al naranja de los destellos en los tejados de pizarra.
Bajo lentamente la gran alameda hasta llegar al aparcamiento. Una inquietud me invade por dentro y contamina el paisaje helado. Mi coche no protesta ante el frío intenso, arranca a la primera y casi no oigo su motor. Subo Navacerrada entre un paisaje de ramas blancas y arcenes huérfanos de pisadas. La carretera está limpia pero a veces tengo la impresión de deslizarme sobre un peligroso cristal. Mi desasosiego se refleja en el espejo de la calzada. Bajando Navacerrada me paro ante lo que parece un accidente: varios coches parados, una grúa, la guardia civil y abajo, en el barranco, unas ruedas miran hacia arriba como una bestia que espera a que su amo le rasque… o le de sepultura. Me dan paso y continúo.
Un poco más adelante una señal: “Los Molinos 2 Kms”. Recuerdo entonces el sanatorio donde pasé una temporada internado y me decido a hacerle una visita. Cuando me bajo del coche me llevo una sorpresa, una gran cadena con un candado impide el paso por la deteriorada cancela de entrada. Desde fuera, entre los barrotes, puedo apreciar el abandono de los jardines por los que un día paseé con débiles pasos y escaso aliento. La arboleda sigue hermosa. La hojarasca ha cubierto por completo los arriates y paseos. Rodeo el muro exterior y encuentro un hueco derruido por donde entrar. Sigue la bruma, y el frío, y mi inquietud. Me acerco a la entrada del edificio. Paso a duras penas entre restos de madera de lo que fue una puerta giratoria. El abandono ha despellejado las paredes interiores. Las puertas y ventanas han sucumbido al vandalismo. El aire frío corre libre a través de todas las estancias provocando silbidos y otros ruidos secos y apagados.
- Papá… ¿estás ahí? Ven papá…
Un escalofrío me paraliza, ¿he oído esa voz o ha sido mi imaginación? Piso cristales rotos mientras camino por el pasillo. Una música extraña me hace girar la cabeza. A mi izquierda una sala alicatada de azulejos blancos. En el centro una especie de mostrador de mármol y a su alrededor, con las manos enlazadas, cinco chicas jóvenes. Una de ellas se está levantando mientras mira un extraño objeto con lucecitas en su mano derecha. Se acerca a la ventana, se pega el objeto a la oreja, dice algo a solas y se sienta de nuevo. Aún no me ha visto nadie, estoy en el quicio de la puerta y temo darles un susto. Otra de las chicas habla de nuevo, es la misma voz de antes.
- Papá… ¿estás ahí? Ven papá…
Pero esa voz… Yo conozco esa voz… De nuevo me invade la inquietud, un desasosiego que me ha traido hasta aquí. Me dan ganas de volverme a los jardines del palacio de La Granja, me encanta deambular entre sus fuentes… pero esa voz… yo conozco esa voz… ¡ya está! ¡es la voz de mi hija, mi niña Nati… pero no puede ser, mi hija tiene cinco años y estas jóvenes rondan los veinte. Miro a la joven que está hablando. A pesar de que tiene la cabeza agachada y el flequillo le tapa media cara reconozco a Nati, pero con muchos años más... No me apetece pensar. La bruma me enfría. El frío me abruma. Me encanta pasear entre las fuentes del palacio de La Granja.
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Antoñín
Bajo lentamente la gran alameda hasta llegar al aparcamiento. Una inquietud me invade por dentro y contamina el paisaje helado. Mi coche no protesta ante el frío intenso, arranca a la primera y casi no oigo su motor. Subo Navacerrada entre un paisaje de ramas blancas y arcenes huérfanos de pisadas. La carretera está limpia pero a veces tengo la impresión de deslizarme sobre un peligroso cristal. Mi desasosiego se refleja en el espejo de la calzada. Bajando Navacerrada me paro ante lo que parece un accidente: varios coches parados, una grúa, la guardia civil y abajo, en el barranco, unas ruedas miran hacia arriba como una bestia que espera a que su amo le rasque… o le de sepultura. Me dan paso y continúo.
Un poco más adelante una señal: “Los Molinos 2 Kms”. Recuerdo entonces el sanatorio donde pasé una temporada internado y me decido a hacerle una visita. Cuando me bajo del coche me llevo una sorpresa, una gran cadena con un candado impide el paso por la deteriorada cancela de entrada. Desde fuera, entre los barrotes, puedo apreciar el abandono de los jardines por los que un día paseé con débiles pasos y escaso aliento. La arboleda sigue hermosa. La hojarasca ha cubierto por completo los arriates y paseos. Rodeo el muro exterior y encuentro un hueco derruido por donde entrar. Sigue la bruma, y el frío, y mi inquietud. Me acerco a la entrada del edificio. Paso a duras penas entre restos de madera de lo que fue una puerta giratoria. El abandono ha despellejado las paredes interiores. Las puertas y ventanas han sucumbido al vandalismo. El aire frío corre libre a través de todas las estancias provocando silbidos y otros ruidos secos y apagados.
- Papá… ¿estás ahí? Ven papá…
Un escalofrío me paraliza, ¿he oído esa voz o ha sido mi imaginación? Piso cristales rotos mientras camino por el pasillo. Una música extraña me hace girar la cabeza. A mi izquierda una sala alicatada de azulejos blancos. En el centro una especie de mostrador de mármol y a su alrededor, con las manos enlazadas, cinco chicas jóvenes. Una de ellas se está levantando mientras mira un extraño objeto con lucecitas en su mano derecha. Se acerca a la ventana, se pega el objeto a la oreja, dice algo a solas y se sienta de nuevo. Aún no me ha visto nadie, estoy en el quicio de la puerta y temo darles un susto. Otra de las chicas habla de nuevo, es la misma voz de antes.
- Papá… ¿estás ahí? Ven papá…
Pero esa voz… Yo conozco esa voz… De nuevo me invade la inquietud, un desasosiego que me ha traido hasta aquí. Me dan ganas de volverme a los jardines del palacio de La Granja, me encanta deambular entre sus fuentes… pero esa voz… yo conozco esa voz… ¡ya está! ¡es la voz de mi hija, mi niña Nati… pero no puede ser, mi hija tiene cinco años y estas jóvenes rondan los veinte. Miro a la joven que está hablando. A pesar de que tiene la cabeza agachada y el flequillo le tapa media cara reconozco a Nati, pero con muchos años más... No me apetece pensar. La bruma me enfría. El frío me abruma. Me encanta pasear entre las fuentes del palacio de La Granja.
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Antoñín
5 comentarios:
Uf, tremendo, Antoñín. Muy bien retratado el ambiente, has conseguido que me meta en la situación. Da escalofríos sólo leerlo. Los vellos de punta. Lo que más me ha gustado, el final. Enhorabuena.
Muy bueno, me he quedado con ganas de que continuara ¿lo harás?
José María
Comparto la opinión de mis compañeros. Un relato escalofriante y muy bien compuesto. Y después de ver las fotos, la ficción se torna en una realidad aún más patente e inquietante.
la memoria que va del pasado al futuro con toda la ternura del niño/padre. Estupendo. Fita
Como lea este relato Amenabar te pide que le hagas un guión para una próxima pelicula.
No solo el asesino vuelve al lugar del crimen...
Juan
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