lunes, 29 de septiembre de 2008

Tarea atrasada:

La vida de las personas- su vida auténtica, en contraposición a la mera existencia física- empieza en momentos diferentes...

... Generalmente suele llegar con la edad adulta, después del largo aprendizaje que supone la infancia y adolescencia... o al menos es así como debería de ser, aunque no siempre sucede. Existen lugares y momentos donde esto no es posible; lugares como el que vio nacer al protagonista de nuestra historia, un poblado situado en una llanura remota de un país olvidado por Dios y por los hombres, y momentos que no deberían de existir, como el que le tocó presenciar a Cristian justamente el día que cumplía ocho años en este, o en ese, repugnante e injusto mundo.
Y fue ese momento, en el que la mayoría de seres humanos aún temen a su propia sombra, el momento que supuso el punto de inflexión más importante en la vida del muchacho, el momento en el que tuvo que dejar de ser un crío asustadizo para convertirse en una persona, y comenzar así su triste y azarosa vida auténtica, la única que tendría a partir de entonces y que él nunca tuvo opción de elegir... aunque cabría preguntarse que quién la tiene.
Hasta ese día, los brutales episodios fruto de la terrible guerra interminable que azotaba al país, se habían producido siempre lejos del poblado donde vivían Cristian con el resto de su familia, es decir, sus padres y su hermana mayor, Zuleima. Pero un temible giro del destino hizo que esa situación cambiase inesperadamente, al menos para ellos, cuando se encontraban alegremente festejando el octavo cumpleaños del crío. Porque, sí, también los miserables de este mundo festejan acontecimientos y se divierten siempre que pueden... o quizás más que los que aún se consideran afortunados, ya que ellos tienen más necesidad, o mayor capacidad para sacarle todo el jugo contenido en los más insignificantes momentos de su desdichada existencia.
Y en ello estaban cuando la patrulla del autoproclamado general Zahib irrumpió estrepitosamente en el humilde conjunto de chabolas que componían el poblado. Pronto comenzaron los gritos, los disparos y los llantos y aullidos de dolor. La primera idea del papá de Cristian fue esconder a toda su familia en algún lugar seguro... pero qué lugar podía tener seguro una chabola de apenas treinta metros cuadrados.
No le dio tiempo de pensarlo, enseguida la puerta crujió violentamente y cuatro bárbaros armados entraron derribándola con furia. Sin más dilación, agarraron con una brutalidad innecesaria a los cuatro ocupantes y los lanzaron al polvo de la calle, junto con el resto de vecinos que habían sido sorprendidos como ellos.
El padre de Cristian, un hombre culto y con estudios superiores en el extranjero, se vio en la necesidad de intermediar por todos sus convecinos y amigos, que siempre habían confiado en él y en su superior educación. Fue el primero en caer abatido de un disparo en la cabeza. Así acabó su ambicioso e inútil ideal de aprovechar su prestigiosa carrera de letras para intentar sacar de la miseria y el olvido, no ya sólo a su familia, sino a todo el país. De haber oído a su mujer, probablemente ahora se encontrase con vida, viviendo pobremente en el norte, como tantos otros que se marcharon para nunca volver, aunque, como él decía, una vida indigna no merece llamarse vida.
El estruendo del disparo fue seguido por el grito desgarrador de la madre de Cristian, aquel grito que aún hoy no ha podido dejar de oír en sus noches más sombrías, y que fue el último sonido que pudo emitir su pobre madre, a la que también abatieron seguidamente. Zuleima quedó muda para siempre y con la mirada perdida en el vacío. La muerte de aquel hombre que sacrificó toda una vida por los suyos, sólo fue la primera de entre muchas otras que se produjeron ese día; más que lamentarse por ellas, casi habría que dar gracias al cielo; al menos eso es lo que pensaron los escasos supervivientes de esa primera masacre, ya que para los que quedaron con vida, la suerte podría considerarse aún peor. Todos los hombres adultos fueron cruelmente mutilados de pies o manos, o de ambos; a las mujeres embarazadas se las dejó morir desangradas, presas del dolor, tras arrancarles sin mayor miramiento el feto que albergaban en su interior. Todo ello ante la mirada atónita e incrédula de los que aún poseían sus sentidos despiertos. Pero a éstos, ya se encargaría el tiempo, en su sabiduría, de quitarles la razón si en verdad desearon la muerte en aquel preciso momento de terror desmedido, porque una vez más se cumpliría el viejo dicho que nos anima a no perder la esperanza mientras se mantenga la vida.
Cristian, como era de prever, fue reclutado de inmediato por los invasores para formar parte del improvisado ejército de salvación, junto con el resto de muchachos menores de diez años. Los militares pensaban que, a partir de esta edad, su adoctrinamiento no era del todo seguro, así que los eliminaban de inmediato para no correr riesgos innecesarios. De haber conocido el general rebelde los acontecimientos futuros, es seguro que hubiese bajado esta edad de militancia.
Para las chicas, el destino era aún más desgarrador. A partir de ese día, Zuleima se convirtió en otra de entre tantas criadas al servicio de los soldados y oficiales. Un servicio que las solía conducir a una muerte segura al cabo de no mucho tiempo, después de alguna paliza excesiva por parte de cualquier militar borracho o tras algún embarazo inevitable.
Cristian había caído al infierno sin paracaídas, pero jamás olvidaría los años que vivió en el cielo con su familia. Y este recuerdo mantenido hasta el fin de sus días, fue el que lo mantuvo siempre sereno y con la mirada altiva, algo que nunca supieron reconocer los salvajes asesinos encargados de adiestrarlo para la guerra, que en todo momento confundieron esa arrogancia del muchacho con la fe ciega a la causa, que ellos trataban de sembrar, a base de grandilocuentes consignas y severos castigos, en las mentes inocentes de todos aquellos niños a los que previamente habían dejado huérfanos.
Durante interminables y agotadores años, el chico fue capaz de mantenerse firme y obediente, disimulando su odio hasta lo imposible, al punto de parecer que su pasado había quedado sepultado para siempre en el lodazal abandonado que fue su antiguo hogar, junto con los huesos de sus amados padres.
Pero la paciencia siempre es recompensada de algún modo, y, gracias a esta ciega obediencia simulada, Cristian fue ganándose poco a poco la confianza y el respeto de todos sus mandos, hasta llegar a convertirse en el protegido del general Zahib, la persona que más temía y a la que más odiaba del mundo. Todo ello, sin perder jamás la vista de su horizonte.
Y así fue como llegó el tan esperado día de la venganza, aunque él siempre prefirió llamarlo justicia, unos siete años después de aquel aciago día en el que se tuvo que despojar de su niñez para vestir el traje caqui que lo convertiría en hombre. En ese momento, el ejército de salvación del general, se había hecho más fuerte y poderoso de lo que jamás pudieron haber sospechado las fuerzas gubernamentales, llegando a dominar prácticamente la mitad de la nación, y se preparaban decididamente para llevar a cabo el más osado y decisivo de todos los ataques: el asalto a la capital.
Todo estaba ya dispuesto para la toma del edificio principal del gobierno, un día en el que tomarían por sorpresa en su interior al presidente junto con todos sus ministros y demás personalidades importantes del país. Pero el general Zahib había cometido un error imperdonable: toda la fuerza y el poder de su ejército, dependía básicamente de él. Él era el único que daba las órdenes pertinentes para el avance de sus hombres, y sólo él tenía autoridad para ordenar el comienzo de cualquier ataque, tal era su desconfianza y su imprudencia... y a la postre, su perdición.
Porque este hecho no pasó desapercibido para el astuto y paciente Cristian, que aprovechando su aventajada posición de confianza, supo colocarse ese día bien cerca de su jefe, junto con otros pocos hombres de alto rango, que se mantendrían en la retaguardia, a salvo de los disparos del ejército gubernamental. Y así fue como, momentos antes del ataque, cuando todas las miradas apuntaban hacia delante, y no hacia atrás, donde él se encontraba, vació un cargador completo de su vieja AK sobre los hombres que llevaban tanto tiempo extorsionando al país, provocando destrucción y muerte a su paso y cometiendo las mayores crueldades jamás imaginadas por el hombre.
El resto pertenece ya a la historia oficial del país. Cristian se puso inmediatamente en contacto por radio con los agentes del gobierno, anunciándoles lo que acababa de ocurrir. También puso en desbandada al huérfano ejército de salvación al advertirles a los principales cabecillas que se encontraban a la espera de la orden de ataque, que su general había sido abatido por sorpresa y que todo estaba perdido. No llevó mucho tiempo acabar con todos los rebeldes huidos, ya que la mayoría terminaron rindiéndose y poniéndose a disposición de la justicia.
Con sólo quince años, Cristian logró sacar a su país de un conflicto que parecía interminable, o en cualquier caso, que lo conduciría a una situación aún más lamentable. Se convirtió en un héroe, y, con el tiempo y muchos años de estudio y esfuerzo, volvió a poner su inteligencia al servicio de su gente, convirtiéndose en el primer presidente elegido democráticamente, algo por lo que su padre había luchado desde sus primeros años en la universidad.

Lamentablemente, de esta historia, tan sólo es real lo que debería ser ficción, y es ficción lo que debería ser real. Aunque sí que no me gustaría despedirme sin hacer antes hincapié en la importancia de no perder nunca nuestro rumbo ni nuestras ilusiones, por mucho que se nos tuerza el camino, porque, mientras nos mantengamos firme y con nuestro horizonte siempre a la vista, mantendremos inalterable la esperanza de alcanzar algún día nuestros propósitos, y.... quién sabe, puede que éstos incluso lleguen.

Perdón por la extensión, he tratado de reducirla al máximo y esto es lo que me ha salido.

5 comentarios:

genialsiempre dijo...

PEDRO: Esto es algo más que un ejercicio de la Escuela, esto es todo un relato que debes guardar con mimo pues bien acompañado podrían dar forma a un libro de relatos breves. Te animo a ello, cuenta con lector ya.

José María

Raquelilla dijo...

Vaya buen relato que te sacas de la manga, Pedro, parece que te he contagiado un poco de pasión negra, que me acompaña este curso. Sobre todo me ha llamado mas la atención el pedazo en el que dejan desangrar a las embarazadas, por la parte que me toca, evidentemente. Precioso y desgarrador. Nos vemos el lunes que viene, porque éste no tengo niñera.
Ra

Anónimo dijo...

si la historia la escribieran los escritores como tú sería no sólo más hermosa sino también más justa.
Fita

Escuela de Letras Libres dijo...

Pues sí, me encanta, Pedro sigues siendo tan comprometido escribiendo como siempre, y bueno... es triste que esta ficción sea real. Un abrazo.

Eva.

Anónimo dijo...

Supongo que el dictador muerto no tendría hijos, ¿No?, si fuera así... ¿Estarían ellos en la tesitura lógica de intentar vengarse también de un tiro en la cabeza al joven héroe? Je je je. ¡¡Qué dificil es la vida, joé!!
Enhorabuena Pedro, consigues crear e hilvanar las historias con mucho arte.

Antoñín