jueves, 27 de marzo de 2008

Despedida




Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él.

-¿Nacho… estás?

Dos palabras apenas perceptibles salieron del auricular. Eran apenas dos palabras y sin embargo no conseguían ordenarse entre los pensamientos amodorrados de Eduardo.

-¿Quién es?- Le preguntó a la misteriosa rompedora de sueños.

-¿No vive ahí Nacho?

-No, no vive aquí, te has equivocado.

-Vaya, lo siento… discúlpame…

No le resultaba familiar la voz, pero a pesar de ello no colgó el auricular y esperó a oír algo más mientras se iba despabilando. Intentó por un instante recordar el sueño interrumpido, tan solo consiguió deducir que había sido un sueño agradable, de él no le quedaba más recuerdo que un limpio regustillo interior. De nuevo el silencio sereno de la noche fue roto por un sollozo apagado y sincero de la mujer. Eduardo se incorporó de la cama sin despegarse el auricular de la oreja hasta sentarse en cuclillas.

- ¿Quién eres… qué te pasa?

- No puedo… más…

La mujer que le hablaba parecía desesperada, las palabras habían salido a duras penas de su boca entre silenciosos y entrecortados suspiros. Eduardo se vio de repente comprometido en algo que aun desconocía. Fuera cual fuera el origen de tan misteriosa llamada parecía tan angustiante como para decidir no dejarla sola en mitad de la madrugada.

-¿Puedo ayudarte en algo, que te pasa mujer?

Un clic seco sonó al otro lado de la línea. Con la cabeza agachada, sentado y las piernas cruzadas, Eduardo tardó casi un minuto en despegar el auricular de su oreja para ponerlo muy despacio sobre el aparato de la mesilla. Se tumbó boca arriba con los ojos muy abiertos enfocados en la oscuridad del invisible techo y a los pocos instantes decidió levantarse. Se dirigió al salón y comprobó en la pantalla del otro teléfono que el número de la llamada había quedado grabado. Levantó el auricular, apuntó con el dedo a las teclas y tras un momento de duda colgó de nuevo y se dirigió a la cama.

Los pensamientos le daban tantas vueltas como la cucharilla a la que inconscientemente movía dentro de la taza. Fue el tintineo lo que consiguió despertarle de su ensimismamiento. Miró hacia el reloj de la cocina y se percató de lo tarde que era ya. Había pasado una mala noche debido a la misteriosa llamada, pero confió en que su trabajo en la oficina le haría pronto olvidarse del asunto.

Durante toda la mañana, y a pesar del habitual exceso de trabajo, intentó sin éxito desconectarse de la llamada nocturna pero no lo consiguió. Pensó que quizás no hubiera sido un error de la chica el llamar a su teléfono, a fin de cuentas solo hacía dos semanas que había contratado la línea. Instintivamente abrió el Google en su ordenador, introdujo su propio número de teléfono y en una de las opciones de las Páginas Amarillas encontró un anuncio asociado al mismo:

Ignacio Calvo Sebastián
Restaurador de Arte
Especialista en retablos y policromados.

Ignacio, Nacho, ¡ya está!, la chica se refería a este tío, pensó. A continuación introdujo el nombre completo en el rectángulo alargado del buscador y encontró más información:

ABC Digital, 23 de Sep. De 2007, Obituario:
El prestigioso restaurador Ignacio Calvo Sebastián falleció en la madrugada del pasado miércoles a consecuencia de las graves heridas sufridas en un aparatoso accidente en la autovía de León. Su reconocida labor a lo largo de…

Eduardo cayó en la cuenta del motivo de la desesperación de aquella chica. Hacía unos cuatro meses de la fecha del fallecimiento y de repente se encontró ante la tremenda duda de involucrarse o no, de ser él precisamente quien le avisara de aquella tragedia. Tenía su número grabado en el teléfono de casa. Si no hubiera sido así no se le hubiera presentado esa duda, pero por suerte o no, tenía la forma de comunicarse con ella.

En cuanto llegó a su casa por la tarde dejó sus cosas encima de una silla y se dirigió al teléfono, miró el último número de llamada entrante y lo anotó en un papel, no se fiaba tanto de la tecnología como para confiar su samaritana labor de informador de óbitos ajenos a la volátil memoria de un simple teléfono. Lo marcó y espero nervioso la respuesta. Mientras sonaban los tonos intentaba buscar las palabras con las que dar la noticia. De nuevo oyó a la mujer; el mismo timbre de voz de mujer joven le contestó al otro lado de la línea.

- Dígame.

A pesar de haberle oído tan solo una palabra, dedujo que en esta ocasión estaba mucho más tranquila que la noche anterior. Tuvo la sensación de que la angustia de la mujer se había disuelto en la luz del día. Las dudas de Eduardo le dejaron sin habla, no supo por donde empezar y tras unos instantes de silencio fue la mujer la que habló:

-¿Nacho? ¿Eres Nacho?

Incomprensiblemente, sin saber por qué, le contestó afirmativamente.

-Sí, soy Nacho.

De nuevo el silencio se impuso por unos instantes, y también en esta ocasión fue ella la que lo rompió.

-Ha pasado mucho tiempo. No quiero reprocharte nada, solo saber si estás bien y escuchar de tu voz cualquier cosa… incluso una despedida si es eso lo que quieres.

Eduardo se vio sorprendido por aquél mensaje sereno.

- Lo siento, estoy bien… es que he estado muy ocupado- le contestó- Tenía unos trabajos importantes en el extranjero y…

-¿Pero has decidido ya?- Le interrumpió ella- Dejamos nuestra conversación a medias. Aun no me has dicho si lo nuestro tiene futuro o no.

- Ya lo he decidido. Siempre tendrás mi cariño, pero he decidido que no volveremos a vernos.

Otro denso silencio se interpuso en aquella extraña conversación. Eduardo no se explicaba cómo había llegado a decir semejante tontería. Comenzaba a arrepentirse cuando la voz de la chica le interrumpió en sus pensamientos.

- Es lo que suponía. No te preocupes. Sabré soportarlo. Un beso… y hasta siempre Nacho.

Eduardo tardó en colgar el auricular tanto como de entender lo que había sucedido. Supuso al fin que sus dotes de buen samaritano le habían inspirado para evitar el sufrimiento de una dura pérdida a una joven desvalida.

Al otro lado de la línea, la chica, tras colgar el teléfono, se dirigió al dormitorio, abrazó sobre su pecho el retrato de un hombre maduro y suspiró profundamente. Era un suspiro de alivio, limpio, esta vez nada entrecortado. Luego miró el rostro de la foto y acomodó con ternura la cinta negra del crespón que caía sobre uno de los lados del marco.
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Antoñín

8 comentarios:

Anónimo dijo...

En este ejercicio de narrativa me he tomado la libertad de enlazarlo con el el tema del anterior, la ausencia. Me ha parecido interesante y creo que me ha dado juego. Espero que lo disfruteis.

Talmiércole
Antoñín

Raquelilla dijo...

Por cierto...que foto mas gotica

Escuela de Letras Libres dijo...

Sí que lo hemos disfrutado Antoñín, sabes que siempre me han gustado tus relatos, más que tus poesías. Con Moy me pasa al revés, que me gustan más sus poesías que sus relatos, tú eres más novelista y él más poeta.
Y.... cada vez me doy más cuenta que los hombres y las mujeres somos como universos distintos.
Lo único que me disgusta del relato es que la mujer aparece como un ser débil y se la engaña para protegerla de sus propios sentimientos, pero claro eso es sólo un disgusto personal, como decía Miguel Angel, no un fallo de tu narración. Es que creo que lo he mencionado otras veces, me gusta más una verdad cruel a mil palmaditas en la espalda.
Y me ha sorprendido una cosa, resulta que tengo una amiga restauradora en León, especialista en retablos y policromados, jeje, pero su socio no se llama Nacho, ¿sabes como se llama?
Pues Antonio. Vaya casualidades. Eso sí, este restaurador está vivo y coleando.

Eva.

Escuela de Letras Libres dijo...

Gracias Eva. Que curioso lo de tu amiga... las vueltas que da la vida para luego quedarse en el mismo sitio...;-).
Al contrario de lo que se pueda interpretar con el relato, yo he querido expresar la ingenuidad del samaritano. La chica, como demostraba el crespón, sabía ya de la muerte del restaurador, pero teatralizó con el protagonista una despedida porque la necesitaba. Quizá se engañaba a sí misma, pero no la veo como débil ni mucho menos.

Antoñín

Anónimo dijo...

Así leido me ha llegado mejor y me haces vivir la escena como si yo fuera un hombre de Balay. Es muy emotivo y con un final ingenioso.

Si tu disfrutas escribiéndolo casi seguro que todos los que te leemos también lo hacemos. Eso creo que lo tienes garantizado, Antoñín. Aunque me parece que deberías no dejar la poesía de lado, es lo que creo que mantiene lo REAL en tus relatos.

Me parece que no hay quien engañe a ninguna mujer, Eva.

Un saludo. moy.

Anónimo dijo...

Ah pues debi entender mal perdona.

Eva.

Anónimo dijo...

Uy moy que no he leido tu comentario. Creo que si, Moy, que se nos engaña tambien como a los hombres, pero tenemos mucha intuicion y entrevemos cuando no hay mucha verdad en las cosas.

Eva.

Anónimo dijo...

Desde tu bucólico Cebucho hasta la pintoresca restauradora de retablos policromados... Que si, que tu tienes madera de novelista. Vaya personajes los que eclosionan desde el interior de tu universo imaginario. Sencillos y complejos al mismo tiempo. Relato redondito y bien elaborado,artesanal... a fuego lento... Me recuerdan tus escritos a los fragmentos de buenas novelas, que se salpicaban en los libros de lectura del colegio; ya sabes Mundo Nuevo y esos otros de la EGB. Desde El Jarama hasta Cien Años de Soledad, pasando por Platero y yo. ese sabor costumbrista y cencillos tienen tus textos, y me recuerdo a las cuatro de la tarde, en un aula soleada leyendo con torpeza y en voz alta, historias como las que tú sabes escribir.
Gracias por todo esto, porque en este mundo de "divos" se hace necesario un juglar y un narrador, como tú.
Hasta pronto contador de historias.
Salud y poesía.