miércoles, 23 de enero de 2008

La niña del charré



Por ahora, para todo hay solución. Si mis piños van escaseando por días, migotes de sopa. Si mis piernas ralentizan mis torpes paseitos, mi bastón de bambú con mango de plata. Si a mis pelos les da por buscar otros aires dejando mi cabeza como el culo de una mona, rugoso y colorado, mi sombrero de paja. Así que sin desanimarme, me pongo maqueón y me voy cada día a la plaza Mina. Allí tengo mi banquito reservado y a los compañeros de la cháchara matutina. Aunque a los pobres les pasa como a mis dientes, que cada día van quedando menos.

Ayer mismo, sin esperarlo, se me presentó una imagen celestial. Algo que me avivó de nuevo los postreros tizones de una vida que, por muchas historias que te cuente, en realidad no pasó de ser un rescoldo.
La niña de Prián, el de las concesiones de los vapores, tú la conoces. Se bajó de un charré con un caballo tordo español que quitaba el sentío. Y todo eso a dos metros de mí. ¡Mira me quedé…! Iba con su tata, la Consuelo… sí hombre, la que viene siempre a por los mandaos al almacén del Cundi, esa vieja canijilla que suele ir corriendo y con las manos juntitas como si las tuviera soldadas, esa. Pues mira, una imagen divina, lo que yo te diga. Así que la niña, que brillaba como un astro salino, se bajó del carruaje, abrió su sombrilla con parsimonia y comenzó a andar despacito, muy derecha, dándose cuenta de que todo el mundo la observaba, regodeándose en sus hechuras. ¡Que pocas cosas hay que alegren tanto a un viejo como yo! ¡Qué cosa más bonita de criatura!
Pero ahí se tenía que haber terminado la escena. Yo me hubiera acordado de esa bendita niña hasta que el tío de la parca me hubiera llamado a filas, que Dios quiera que tarde. Pero no. La niña la tuvo que liar. La pobre tata que iba detrás con la cabeza agachada, solo la levantaba para arreglarle los encajes que se le doblaban con el levantito y cuidando de su niña como si de una princesa se tratara.
Tu sabes como están las losas de la plaza, que algunas se mueven más que las cunitas del parque Genovés, así que la pobre tata tropezó con una y en el trompicón se vino a agarrar a lo que pudo, a la falda de la puñetera niña. Mira, no te lo vas a creer. La que le formó porque le bajó un poco la falda y se le asomó la bajera por la cinturilla. Eso no era boca, y para colmo la joía tenía la voz que parecía una trompeta chiguata. La zarandeó, la insultó. Qué sofocón, Dios mío.

Ya esa niña, para mí, está de más. A partir de ahora, por mucho que se contonee, ni la miro, te lo juro. Que le den. Hay que ver lo que es el cariño, cada día tengo más claro que la sutil frontera entre el amor y el odio puede depender de cualquier cosa. Incluso del levísimo tropezón ajeno de una servicial ancianita, que Dios la guarde por cierto.
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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Brillante. Muy brillante como siempre.
Me siento bien cuando leo tus relatos.

Benjamín

Anónimo dijo...

¡Hola Benjamín! No sabes cuanto me alegra tu comentario, pero más que por el halago , por saber que sigues con nosotros. Esperaba que este año repitieras, pero se ve que aprobaste el curso pasado...jejeje. Gracias y espero que sigamos en contacto. A ver si te pasas un día por allí.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Si señor muy bueno. Una reflexión puntera que deja en evidencia la frivolidad, y por ende la mediocridad, ya sabes “la tontería de la plasamina” muy autóctono; dicho sea de paso(gaditanísimo) y toda esta pequeña y costumbrista historia, envuelta en un discurso antiguo, parece rescatado del cajón de una carcomida cómoda. Tiene algo Quiñonesco, lo que hablamos el otro día. Dios bendiga las influencias que las necesitamos como agua de mayo. Me a gustado si.
Un abrazo Antoñín. Salud y poesía.

Raquelilla dijo...

Pos si supieras como lo pusimos al pobrecito en la clase,jijiji
No les hagas caso y sigue escribiendo así, Cañailla

Anónimo dijo...

Qué me ha gustado, Toñín. Mira que no son horas de trastear buscando vuestros rastros pero me subo al tren de quien sabes y el primer apeadero es éste que despeina mi pelo y me hace esbozar una sonrisa.
Os echo de menos. En cuanto pueda os hago una visita. (Primero tengo que saber cómo se llega o colarme con alguno de vosotros).
Besitos a todos.
Merche