lunes, 2 de abril de 2007

La gloria de Manhattan

Airoso como los cabales
bajaba la 42
con un vasito de cerveza
y un cantecito echao a media voz.
A la hora de los miserables
entre el ocaso y el neón
hay un sin casa y un don nadie
montando un trullo de cartón.
Y qué me estas contando,my friend”,
a mí de tu bahía
si yo soy de la isla.
Mira tú qué arte y qué alegría
si a mí no me faltara
mi hembra y sus lunares
sabrían en el Madison
que el cante grande es lo que vale.

Nadie me avisó de que mi nombre artístico se iba a convertir en mi sino. A mis quince años me bautizó mi tío Juan como Currito Amarguras. Nací en la isla, en la calle de ese nombre, Amargura, y mis primeros juegos tenían banda sonora de vecinas en azoteas tendiendo por la Piquer, voces roncas que salían de los güichis impregnadas de olor a vino blanco, y a veces, algunas veces, de esos mismos güichis se escapaba algún quejío salinero por bulerías. En cuclillas, con el bolindre en la mano, con la maña preparada para tirar, me quedaba absorto con esas voces de hombres gimiendo cantes en esos atardeceres anestesiados de trabajo y vino. Éramos chicos delgados, ágiles todos, tan ágiles que de un salto impetuoso y forzado nos pasábamos de la niñez a la hombría. No tardé en avisparme para evitar las duras faenas de aquellos días y sacar dos reales con mis dotes flamencas en aquellos mismos antros de barriles ennegrecidos y alfombras de serrín. Tampoco tardé en caer en los brazos de la vanidad, los halagos me atrofiaron el sentío, y en esas conocí y seduje a mi niña Lucía. Era una diosa sumisa y me acostumbre a dominarla desde la peana de adoración en la que ella me situaba. Bailaba pa rabiá. Nunca le di a entender que cuando me miraba tras los negros cabellos sudorosos pegados en su rostro, jadeante de baile y éxtasis de aplausos, me temblaban las piernas y me hubiera rendido a sus pies como un gatito temeroso y manso.

Ella se defendía el baile
él nunca había sido “El Caracol”
pero decía bien el cante
con una pataíta y un farol.
Llegaron con aquellos barcos
y con su cara de media ración
no pudo hacer su flamenquito
contra las torres de oro y hormigón.
Después de casi un año tiraos
no me queda un garito
y ella se fue en un barco
que iba pa la isla derechito.,
Y otro gallo cantara, “my friend”,
si me lo hubieran dicho
la gloria de Manhattan
empieza a partir del quinto piso.

En la isla sonaban los clarines, desde chico había vivido el bullicio que se vivía en la cercana plaza de toros cada tarde de corrida, cuando podíamos nos colábamos o esperábamos a que salieran los toreros. A veces veíamos pasar a los famélicos caballos de los picadores malheridos de las cornadas por la calle San Marcos. Pero con el tiempo supe aprovechar el espectáculo para ganarme unas pesetas en la Venta de Vargas o los bares de la Calle Real. Venía gente de todas partes, del Puerto, de Jerez, de Sevilla. Una de esas tardes nos vio un agente de artistas de Sevilla y nos propuso incluirnos en un espectáculo que iba a recorrer América. Mi vanidad me perdió, Lucía me miraba esperando aturdida mi respuesta, pero me negué rotundamente a llenar los bolsillos de aquel modelo de Barón de Dandy y brillantina. Por la noche, cuando contábamos las ganancias de aquel provechoso día en la mesa del bar, le dije muy solemnemente: “Lucía, nos vamos a América tu y yo solos”.

Y en la venta de Vargas dijo
que no pisaba la calle real
pa mendigar un sueldo fijo
pa terminar comido por la sal.
Yo he nacido para la gloria,
yo reinaré por soleás
y bailará por bulerías
hasta la estatua de la libertad.
No vayas a joderme “my friend”
yo duermo en esta esquina
si me haces un laíto
voy a echarme un cante de Porrinas.
Si a mí no me faltara
Lucía y sus lunares
sabrían en el Madison
que el cante grande es lo que vale.

Luego llegó el regreso a la isla, los delírium trémens, los espectáculos callejeros diarios, las idas y venidas al Puerto en ambulancias de la Cruz Roja acompañado de los municipales…y mi cura, esa que se creen mis allegados y vecinos. Todos me dicen lo mismo, que bien te veo Curro, que bien estás. A mis más de setenta años mi nombre artístico me persigue, y mi amargura se mezcla con el blues que llevo en mi alma y los dolores de cabeza que me asedian por martinetes. Pero cuando ando por la calle Real voy derechito y peinaito.

Y qué me estás contando,my friend”,
a mí de tu bahía
si yo soy de la isla.
Mira tú que arte y que alegría
y otro gallo cantara
si me lo hubieran dicho
la gloria de Manhattan, “brothers”,
empieza a partir del quinto piso.

JAVIER RUIBAL

y Antoñín ( modestamente, que conste...)


5 comentarios:

M.Luz dijo...

Vaya Antoñín, una de mis canciones preferias del ruibal, desde ahora va a ser la del curro amargura....esta historia ya va a ir unia a la canción pa siempre jamás.

Nos vemos... voy a ver si ma sale poner un post

M.Luz dijo...

joer no me sale y tengo sueño.... otro día será

Escuela de Letras Libres dijo...

Que bonito relato entreverao de poesía. Sigue así campeón.

Eva.

Raquelilla dijo...

Curro can flow or he can crash...
Be curro, my friend
Ra.

Escuela de Letras Libres dijo...

que conste modestamente, Antoñín,
my friend, que ta salio bordao y que el salto que C.Amargura dió de la niñez a la hombría, lo he dao yo del sillón al techo después de leerte.

¡¡ JOE, QUÉ BUENO !!

moy.