jueves, 5 de abril de 2007

No me lo puedo creer, por fin parece que me va a salir el post!

Esto es un cachito de la historia de un niño de ocho años que se buscaba la vida por el Cádiz de los años cuarenta y que era mi padre. Conocer a este niño ha sido una de las sorpresas más bonitas que me ha dado la vida. Ahora veo con otros ojos, los hoyuelos que se le forman al reir a mi padre.

Un besazo papá! y ahí va para vosotros compis :

"Cuando amaneció el día siguiente, la primera visita que hice fue al señor que se emborrachó
_ ¿cómo estás después de la mojá que cogistes?- le pregunté. -
- ¿tú que eres un gracioso?- me respondió
- no que va, y el susto que me diste ¿quién lo paga?
- Bueno, vale, quedemos en paz, ayúdame a hacer unos recaos.
- No, yo hoy me voy pal colegio.

Pero el gusanillo del trabajo me picaba más que ir a la escuela, así que salí para hacer los recados sin acordarme que todavía era hora de colegio y me encontré a quien menos yo esperaba: mi padre, que volvía del turno de noche en el trabajo.

- ¿de donde vienes?
- Que me ha mandado Joaquín, el de la tienda, hacerle un recao.
- Otra vez te está llamando ese pesao?

Y me tiró de la oreja hasta que llegamos a casa y me castigó. Cuando se acostó, me fui corriendo al almacén de Joaquín, llorando.

- por tu culpa mi padre me castigó y me tiró de la oreja y cuando se despierte se peleará con mi madre y me van a dar una paliza.
- No te preocupes, yo hablaré con tus padres y les diré que yo soy el culpable. Anda, ve ahora a la fábrica de nieve a por una barra.
- Si claro, y después soy yo el que recibe los palos. Además la barra pesa mucho y yo no puedo con ella.
- Bueno, coge un saco y que te la echen dentro y la traes arrastrando.

Compré la barra y empecé a tirar del saco, cuando llevaba unos diez metros caminados ya no podía más y me senté un poco. Al ratito otro empujón, así hasta que asomé por la esquina del almacén. El hielo estaba por menos de la mitad y lleno de tierra, corrí y le dije : ven y ayuda. - ¿qué has hecho?, pero ¿por donde vinistes?- me preguntó todo agobiado.

Justo al lado de la tienda, estaba la herrería de Cagancho, que nos estaba oyendo, ¿quieres que te haga un carrito para que puedas con las cosas que te mande?. Joaquín le preguntó qué le costaría . Poco, le dijo Cagancho y a los tres días ya estaba el carrito en la tienda, era todo de hierro, hasta la rueda.
Cuando me lo dió fui más feliz que nadie, otra vez empecé a olvidarme del colegio y a todas horas y para cualquier cosa usaba el carrito."
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M Luz

5 comentarios:

Escuela de Letras Libres dijo...

Para mí es como una obligación que a veces olvidamos, recuperar las pequeñas cosas, unas simples y otras duras, que vivieron los que nos precedieron. Entrañable tu relato, Mari Luz. Gracias.

Antoñín

Escuela de Letras Libres dijo...

MLuz, esto marcha. Vivencia que te crió. Esta es la resurreción, la única en la que creo,el poder que tiene la persona de revivir el pasado y de revivir en el futuro.

Nuestra vida es como esa barra de hielo, por más maltratada que haya sido,siempre queda algo, lo mejor.

Quizás esos hoyuelos vivan para siempre.

Quiero seguir leyéndote,`por favor.

moy

Raquelilla dijo...

Vivo de cerca el afán de los hoyuelos en mis carnes y en las de mi niña, y espero que ella viva también gratísimos recuerdos como esos que tú describes, pero que por Dios no me deje de ir a la escuela...
Ya era hora que aparecieras, tita.
Ra.

Escuela de Letras Libres dijo...

MLuz, me encanta que recuperemos la memoria de nuestros mayores, y aunque te has hecho esperar para leerte por aquí ha sido una grata sorpresa.

Hoy, en esta tarde lluviosa me acuerdo de la que pasamos ayer tan agradable, a ver si repetimos otro día.

Eva.

Anónimo dijo...

a mi padre, cuando yo era niño y adolescente siempre lo veía un poco fiero, batallando en la tienda todos los días del año y en especial, esos días tórridos de verano en los que bañistas felices, en bañador, se agolpaban en el local reclamando con altanería que los atendieran de una vez, mientras mi padre se multiplicaba, sudoroso, combatiente detrás del mostrador como si este fuera una trinchera. Recuerdo a veces, su mirada cansada cuando le dábamos el beso de buenas noches y las peloteras que tuve con él para librarme de un destino que yo veía como la peor de las condenas.
lo que no sabía y celebro ahora junto con mis hermanas es que ese guerrero que con brazo fuerte nos sacó adelante tenía dentro de sí un poeta capaz de emocionarnos con el simple relato de un niño pobre que se buscaba las papas por las calles de una ciudad hambrienta, miserable...tal vez entrañable.
en fin, ahora sé porqué los africanos dicen que con la pérdida de un anciano se pierde toda una biblioteca.