Cuándo mi frigorífico dejó de pertenecerme?
No dejo de hacerme esta pregunta desde hace tiempo. Qué le ha pasado a este maldito aparato, el que antaño me daba satisfacciones, me quitaba penas y me dejaba tremendamente satisfecha como si de un buen amante se tratara? Si tenía un mal día en el trabajo, tan sólo tenía que llegar a casa, abrir su puerta y ahí estaba mi pequeño consuelo en forma de flan de huevo o de natillas. Si Había discutido con mi novio, allá que iba toda apenada buscando de nuevo su consuelo, ahora en forma de helado de chocolate adornado con nata montada. Que estaba aburrida? Qué mejor forma de quitarse el aburrimiento que haciendo una gran tarta fresca de limón, la que posteriormente guardaba en mi precioso cofre helado y allí se iba acabando de poco a poco, o de mucho a mucho, según mi estado de ánimo.
Que cuándo dejó de pertenecerme? Por más que echo la mirada atrás no lo recuerdo con exactitud, aunque creo sospechar que todo empezó por la época en que mi novio se vino a vivir conmigo. Tal como llegó con sus maletas, guitarra y caja de gorras, trajo también, como si de una prolongación de su mano se tratase, un paquete enorme de cervezas, las cuales ocupaban toda una bandeja del frigorífico. También almacenó en la puerta, junto a los batidos de fresa, varios tipos de orujos y chupitos, para que no faltase de nada cuando vinieran sus amigos a ver el fútbol. Madre mía, ¿van a venir sus amigos a ver el fútbol? ¿A mi coqueto apartamento de soltera, decorado con la mano primorosa de una tejedora de encajes de bolillos? Con la de euros que me he gastado en todo tipo de revistas de decoración. Casi me da un vahído. De nuevo acudí religiosamente al frigo a ver qué podía rapiñar, algo que me calmase la nueva angustia con una dulce cucharada de cualquier cosa.
Tampoco recuerdo exactamente cuándo aparecieron sin más, además de las cervezas, un paquete de pan bimbo, lechugas, tomates y yogures desnatados. – Madre del amor hermoso, pero esto qué es?- Miré angustiada. - Dónde está mi tarta de limón? Y las natillas, aggggggggggg, que me da algo ¡!!... No tuve más remedio que ir a la despensa a por unas galletitas chips ahoy, que no necesitan refrigeración.
- En cuánto llegue a casa le estoy cantando las cuarenta, saco las cervezas de la nevera y que todo vuelva a la, mi, normalidad ¡!
Cuando llegó Ramón de trabajar, venía cargado con varias bolsas. Lo miré sonriendo, ya que intuí que me traía regalitos y chuches. Si es que no se puede tener un novio más atento. Pero mira que soy egoísta, que vienen sus amigos a casa y me pongo de morros, pobrecillo, con lo bueno que es, con lo que me comprende y me mima ¡!
En cuanto abrió las bolsas, empezó a sacar saquitos de lechugas troceadas, lechugas redondas y no sé qué más tipos de lechugas, será posible? Pues sí, trajo todas las variedades habidas y por haber. Además, una selección de verduras y frutas frescas, eso sí, jactándose de que le había salido todo por un pico, ya que eran productos ecológicos. Además sacó tortitas de arroz con menos de 20 calorías y barritas de cereales que quitan el hambre a cualquier hora, sin colorantes, sin conservantes, y sin “antes” de ningún tipo. También trajo una maquinita de vapor que pensé que era para limpiar el cutis, pero no, era para cocinar las verduras en su propio jugo, -“Para que contengan todas sus propiedades y así engorden menos”-, explicaba lleno de sabiduría casi doctoral. Debió verme la cara de boba que tenía mientras me hablaba de las innumerables ventajas de comer brócoli, de la cantidad de vitamina C que contiene un kiwi con relación a una naranja y lo perjudicial que es el tan valorado aceite de oliva, que tomado en exceso, engorda como la grasa de cerdo. Mis ojos estaban redondos mientras me daba una lección de dieta sana mediterránea “Light”.
Tomé aliento y me senté en el taburete de la cocina. Se me acercó, me cogió la cara, me dio un tierno beso en la frente y me dijo lleno de ternura:
No te preocupes, te apoyaré de lleno en tu dieta.
- En mi dieta? Qué dieta? Me hace falta dieta? Me está llamando gorda? Pero bueno, qué se ha creído éste? Que se viene a vivir a mi casa, hace la invasión de Normandía en versión cine de barrio y me dice que tengo que perder peso? No sabe con quién se mete ¡!
Hoy llevo dos semanas a dieta. Si. Ni yo misma me lo creo. Realmente estaba pasadita de peso, pero era tan feliz ¡! He conseguido calmar mi ansia de dulces, pero aún sigo con síndrome de abstinencia de agarrar el asa de mi precioso y querido frigorífico para abrirlo varias veces al día. Lo sigo haciendo aunque no coja nada del interior, es sólo por añoranza. Hago un barrido con mirada de cachorro perdido y lo vuelvo a cerrar.
A veces me planteo volver a vivir sola, mi frigorífico me entendía mejor que mi novio e incluso sacaba más jadeos de placer de mi boca.
Luciérnagacuriosa 26/1/2012
8 comentarios:
Jajaja, muy bueno, Luciernaga, me has hecho reir de lo lindo. Yo de ti mandaba a paseo al pesado de tu novio y me quedaba con el frigo, pero sin dudarlo un instante. No hay nada peor que una dieta impuesta por otro.
!Qué bueno!, real como la vida misma. Comparto el comentario de Pedro, pues mas vale un frigorífico fiel que un novio cansino.
Está claro que la protagonista de este relato goza de la complicidad del lector. Si se le presentara un galán con una caja de bombones, seguro que quitaría de un manotazo lo verde que hubiera en el frigorífico y también todo lo que hubiera sobre la mesa... ;-)
Bien hilado, Luciérnaga.
!!!Cómo te comprendo!!!...Y es lo que todo el mundo sabe !!frigorico no hay más que el mío y a tí te encontré en la calle!!!
Muchas gracias chicos!! Aunque no soy la protagonista de este relato, es verdad que en algún momento de nuestras vidas nos vemos identificados con ella. Alinando, me has hecho recordar esa escena maravillosa de "El cartero siempre llama dos veces", jajajajaja!!!
jajaja, ay chiquilla, como te entiendo!!! Me ha encantado.
haa! que gusto visitar tu blog cuentas con artículos realmente buenos, todo un gusto visitarte.
Bueno, me ha gustado cómo le has dado la vuelta a los típicos tópicos de la dieta light sana como panacea vital. Eso le da un punto muy divertido jeje... También tiene un punto muy melancólico, y alguna pullita sobre los modelos físicos y de salud que nos imponen. Sin duda, hay donde rascar aquí. Hay muchas cosas sabrosas en tu frigorífico, Luciérnaga.
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