martes, 4 de noviembre de 2008

Olores

Este metro está tardando demasiado en pasar por aquí. Es curioso el hedor que desprende las tripas de esta ciudad subterránea, muy curioso si, muy curioso… Creo que es el único olor que permanece en Madrid desde la primera vez que visité la ciudad con mis padres, hace ya treinta y tres años. Es tan curioso, es como regresar en un instante a mi pasado más remoto. Olores, olores.

Este hedor, este hedor a soterramiento agónico y a transporte barato, sigue aquí implacable, inalterable e inamovible como una vieja catedral, este hedor que comienza en la boca del metro adentrándose por los intestinos más recónditos de la capital.

Este metro está tardando demasiado en pasar por aquí. …y este hedor, este hedor equitativo y justiciero que no entiende de clasismos urbanos, este olor a metro que abofetea con fuerza a Vallecas o a Moncloa, sin importarle lo más mínimo el caché de su distrito. Enmascarando el sutil perfume de la calle Goya o el olor a pobreza de Carabanchel.

Este metro está tardando, este metro está tardando… Olores, olores, olores… Me asaltan los olores, los olores de mi niñez, y sigo recordando con el olfato en una sobredosis de nostalgia que me hace rescatar el asombro perdido. Y recuerdo, y recuerdo… y recuerdo el olor del interior de los taxis, y me viene a la mente aquel SEAT 1500 negro, de franja roja y baca aparatosa… Olor a taxi, si, olor a taxi. Y esa fragancia, mitad dulzona, mitad severa que emanaba de mi padre, cuando se acicalaba al atardecer, Barón Dany, Barón Dandy. Era la antítesis de ese otro olor a factoría que desprendía hasta las tres de la tarde, a factoría si, a factoría, algo así como acero de barco en fase embrionaria.

El metro de Nuevos Ministerios seguro que lleva retraso. ¡Coño si que tarda! Maldita sea. Olores, olores, olores. A veces pienso que el hedor y la fragancia despierta nuestra memoria, aletargada, por culpa de nuestras mentiras adultas.

Olor a pegamento California, cuando existían zapateros, olor a loción de afeitado, cuando existían barberos, olor a hojas, cuando existían árboles. Olores, olores… Olor a cebo y aparejos de pescar, peste y fragancia al mismo tiempo, entre lo húmedo y lo salado; pero en cualquier caso delicioso, olor a cochinera y trigo, cuando las ciudades dormitorios eran pueblos.

No tomaré este puto metro, me quedaré aquí, oliendo.

Antonio Fassa

6 comentarios:

genialsiempre dijo...

Bravo Antonio, los madrileños reconocemos muy bien ese olor a metro, lo has definido perfectamente.

Jose María

Pedro Estudillo dijo...

Hace años que no voy a Madrid, pero sé qué olor es ese, porque no se olvida, ha vuelto a mi memoria como la última vez.
De hecho, has desterrado muchos olores del pasado inconfundibles.
Maravilloso relato, Antonio.

Anónimo dijo...

Además de que conocí ese aroma de niño, me reconozco también en algunas de las sensaciones que te vinieron. Me ha parecido mucho más vivo y emotivo al oírtelo de tu propia voz. Gracias.

Antoñín

Raquelilla dijo...

Lo que más me enriqueció los aromas que evocaste fue tu voz recitando, tan característica, especialmente reconicible, me encantó.

Anónimo dijo...

el metro n o es sólo subterráneo, es submundo urbano...son olores del mismisimo infierno...así lo trasmites. Bravo. fita

hell66 dijo...

Excelente relato, como casi todo lo que escribes. Y aunque nunca he viajado en metro, por mi condición de pobre a la hora de viajar a otros mundos, reconozco que hay olores que te transportan al pasado y a antiguos recuerdos.
Cuando sea mayor quiero escribir como tú...
Hell66