Afectado por una polineuritis de origen alcohólico Tom transcurría sus días entre el viejo sofá del salón donde dormitaba viendo la televisión y la mecedora en la que prefería sentarse cerca del fuego de la chimenea. Lo que más lamentaba de su enfermedad era que le impidiese escribir, pero sus torpes manos se habían deformado completamente y ya era incapaz incluso de llevarse la comida a la boca sin derramarla.
Esa noche, después de ayudarle con la sopa, su mujer, como cada día, le peguntó si deseaba alguna otra cosa antes de irse a descansar, a lo que Tom invariablemente le respondía “Escancia un doble del amigo Johnny el caminante, (en referencia a su whisky preferido)”.
Su mujer pasaba olímpicamente de esa respuesta, pues sabía que lo hacía para ver si todavía se irritaba con él, así que tranquilamente, se dirigió a la cocina a recoger los restos de la cena y preparar las habituales dosis vespertinas de píldoras medicinales que el doctor había recomendado para aliviar al menos la dolorosa enfermedad, ya que su cura parecía ser que no era posible.
Tom decidió continuar con la tarea que había comenzado hacía unas semanas de repasar las fotografías familiares que estaban pulcramente ordenadas por años, con un álbum dedicado a cada año. Esa noche le tocaba el turno a 1.968. Tom dudó, porque ese año fue cuando su vida tomó un giro inesperado y comenzó su calvario, que a la postre sería el origen de la bebida. Sabía que afrontar esos recuerdos le produciría nuevos sufrimientos que deseaba evitar, no había vuelto a saber nada de los compañeros que se dejaron fotografiar con él en los momentos alegres y a los que posteriormente había traicionado.
Estuvo tentado de llamar a su esposa y pedirla que le retirara ese álbum y le trajera el siguiente, pero eso solo habría supuesto aplazar el momento, pues él no podría descansar sabiendo que allí estaban las fotos de sus infiernos, así que agarrando torpemente el viejo álbum, lo echó a la chimenea y se quedó mirándolo crepitar. No sabía si de esa forma se liberaba pero al menos, la tentación fotográfica había desaparecido. Pero lo cierto es que había destapado la caja de los truenos y, inexorablemente, tenía que recordar lo sucedido si quería reencontrar su paz, así que se recostó en la mecedora y empezó a visionar internamente todo lo sucedido.
2 comentarios:
Como bien decías en clase, es un buen comienzo, porque se queda uno en ascuas, pensando que puñetas le pasó a ese pobre hombre en ese año.
Ya nos lo aclararás... :-)
Antoñín
Eso digo yo, ¿quien dijo que segundas partes nunca fueron buenas?, aquí no es ni buena ni mala, tan solo necesaria. Un abrazo.
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