domingo, 25 de enero de 2009

LEGIONARIO ROMANO
(Homenaje a la ciudad de Roma)

Recostado en la cama, que durante el día utiliza como sofá, Massimo tomó con delectación el desayuno: un vaso de leche caliente acompañado con una porción no muy grande de pan untado con queso de cabra. Después, como solía ser su costumbre, pasó unos minutos contemplando desde el gran ventanal de la única habitación con que contaba su modesta casa, la hermosa vista que le ofrecía la ciudad de Roma en esa mañana primaveral. El panorama era espectacular, desde una de las siete míticas colinas romanas: el monte Esquilino, lugar donde se asentaba la vivienda,

Se sentía animoso, el día parecía propicio para que las inclemencias meteorológicas, que a veces perturbaban su trabajo, no aparecieran. Con esa buena disposición, comenzó con la liturgia diaria de vestirse el uniforme: lo primero sus cómodas sandalias. Echó una ojeada a las suelas de cuero tachonadas con clavos de hierro, comprobando su estado de conservación; a continuación se sentó en la silla que hacía las veces de mesita de noche, y con sumo esmero ató sus correas para que quedaran bien ajustadas tanto al pie como al tobillo. Acto seguido, del respaldar de la silla tomó la túnica de lana roja allí colgada, y se la introdujo por la cabeza al carecer de abertura de cerramiento; era el momento en que se situaba frente al espejo para dejarla a la altura deseada, en su caso un poco más arriba de la rodilla, ciñéndosela a la cintura con la ayuda del cíngulo.

Le gusta verse reflejado en el espejo, contemplar su rostro anguloso, de nariz prominente, amén de su trabajada musculatura y reconocerse como estereotipo de una estirpe con la capacidad de conquistar el mundo.

Tomó la armadura de placas segmentadas, cubriendo con su estructura los hombros y el torso, colocándosela con destreza y ajustándola firmemente mediante ganchos y hebillas. Envainó en el lado derecho de su cintura la eficiente espada, conocida como Gladius Hispaniensis, y como remate de su indumentaria, se caló el casco anudándose bajo la barbilla las correas que discurrían tras las aletas protectoras de las orejas. El yelmo se encontraba impoluto, brillante, con sus pequeños rosetones de latón también relucientes.

Se miró al espejo por última vez, y tras comprobar que estaba en perfecto estado de revista, salió con dirección a su puesto en el Coliseo. En mañanas como las de hoy, le gusta hacer el camino a través de los Foros Imperiales; los que a pesar de la tempranera hora se encuentran con bastante animación. Al pasar junto al bello arco de tres luces, del emperador Septimio Severo, sintió la necesidad de parar unos instantes para contemplar como tantas otras veces, los magníficos bajorrelieves, de las victoriosas batallas del emperador sobre sus enemigos Partos. Los oblicuos rayos solares de la reciénnacida mañana, inundaban los esculpidos mármoles con luces y sombras confiriéndoles un insólito realismo. A su derecha las ocho columnas con arquitrabe que constituyen el pronaos del Templo de Saturno, se le muestran altivas tal vez, por haber tenido otrora el privilegio de guardar el tesoro nacional.

Templos y basílicas acompañan el caminar de Massimo, hasta su llegada donde se alza el circular Templo de la diosa Vesta, rodeado de hermosas columnas corintias erguidas sobre un ostentoso podio de mármol, construido con la suprema misión de proteger en su interior el fuego sagrado, símbolo de la perpetuidad del estado y cuya extinción se veía como premonición de un inevitable desastre. A corta distancia y en el mismo conjunto unitario, el legionario detiene su camino atraído por las níveas esculturas del pórtico de la Casa de las Vestales, que representan a las bellas sacerdotisas que allí vivían y que dedicaban su vida a la conservación del fuego sagrado.

Massimo, enfila la Vía Sacra donde el sonido del tachonado de sus sandalias sobre el empedrado de la calzada, acrecentaban la marcialidad de sus pasos. El triunfal Arco de Tito, aparece ante sus ojos; mandado a construir por el emperador Domiciano para celebrar las victorias sobre los hebreos de su fallecido hermano Tito, conquistador de Jerusalén. Sobrio a primera vista, guarda celosamente en el interior de su vano, dos magníficos bajorrelieves con las gestas del emperador.

El Coliseo se muestra a Massimo con toda su grandiosidad; se adentra en la plaza que alberga el elíptico edificio emblemático de todo un imperio, mezclándose entre la multitud que por allí deambula. Al llegar al puesto, fuente de su sustento, se siente feliz a la sombra del colosal monumento también llamado Anfiteatro de Flavio, cuya estructura de cuatro pisos, los tres primeros con arcadas separadas por columnas de estilo dórico, jónico y corinto respectivamente y el cuarto por una masa mural mas compacta horadada por ventanas, le sigue impresionando a pesar de verla a diario.

Como esperaba el legionario, el día está siendo pródigo en trabajo; es mediodía, cientos de personas hacen cola para entrar en el edificio y otras pasean admirando su maravilloso porte. En un momento, Massimo observa como un grupo de jóvenes orientales se le acerca decididamente flanqueándolo sin mediar palabra, uno de ellos se ha quedado unos metros rezagado; conocedor de su oficio, desenvaina la espada con prontitud y apuntándola hacia el cielo, espera hasta que el muchacho que quedó disgregado, inmortalice la escena con su cámara de foto digital.

Cuando queda solo, el legionario introduce en la faltriquera que oculta bajo su túnica, la moneda de dos euros que le han dado los muchachos y se marcha ufano al pequeño establecimiento, donde cada día mitiga el hambre con un trozo de pizza y una cerveza, para a continuación proseguir con su trabajo.

JUAN

5 comentarios:

Pedro Estudillo dijo...

Magnífico, Juan, has conseguido sorprenderme. Por un lado, toda una lección de vestimenta y arquitectura romana, y por otro, un final totalmente inesperado. Genial.

Carmen dijo...

Exactamente todo lo que ha dicho Pedro, y también el final me ha descolocado. Me ha gustado mucho. Un beso!

genialsiempre dijo...

Juan, ¿tu estuviste en Roma imperial en los tiempos de César?, porque tanta descripción solo puede deberse a ello. Magnífico final, me preguntaba por donde ibas a salir y como siempre me sorprendes.

José María

Anónimo dijo...

He disfrutado dando un paseo con tu personaje por la Roma imperial...también el romano actual tiene su punto...Agradable y costumbrisdta historia que parece sacada del cine italiano. Piénsalo es el principio d e un buen guión...Estupendo. fita

Escuela de Letras Libres dijo...

¡¡Me ha encantado Juan!! Tu escrito es un homenaje a la historia y a los homenajeadores rutinarios, los que tienen la habilidad de hacernos ver cómo eran nuestros antepasados y además lo hacen con orgullo. Buen final, sí señor. Yo lo propondría para el cuadernillo, tiene algo de memoria, pátina... ¿te parece bien?

Antoñín