domingo, 3 de junio de 2007

FISIOTERAPIA


FISIOTERAPIA

Esta maldita contractura en la espalda me va a matar. Ya se que están ustedes pensando que exagero, que no se muere uno por unos dolores de nada. A mi experiencia me remito. Juzguen ustedes.

Tras unas exhaustivas pruebas médicas, la señora traumatóloga que me trataba dictaminó que mis dolores localizados en la rabadilla… perdón, en la zona lumbar, se debían a una contractura muscular y que un conveniente tratamiento fisioterapéutico acabaría con mis molestias. Me recomendó una clínica y me dirigí sin demora a comenzar el tratamiento. Cuando entré en las instalaciones me alegré de la recomendación de la doctora, el ambiente limpio, moderno y bien decorado no daba muestra alguna de que aquellas instalaciones estuvieran destinadas a tratamientos de salud. Recordé entonces la serie de televisión en la que un médico cojo curaba a base de sacar de quicio a sus pacientes en un entorno parecido y temí lo peor. Mis temores eran infundados, una chica muy guapa y vestida con una bata azul claro me recibió muy amablemente y con una cortesía rayana en lo empalagoso.

Se presentó como Teresa, y tras el lógico intercambio de amabilidad, explicaciones de me duele aquí… te vamos a hacer esto… ¿con eso se me quitará?... tú tranquilo… en vuestras manos me pongo… etc., me citó para el día siguiente a las once de la mañana. Al llegar a casa comenté con mi mujer mi buena impresión y quedamos en que ella me vendría a buscar a la clínica sobre las once y media.

Minutos después de estar en la sala de espera junto a dos pacientes más, me llamaron para pasar a la cabina número tres. Estaba al final de una sala espaciosa repleta de aparatos de rehabilitación, donde cuatro o cinco pacientes realizaban todo tipo de ejercicios. Saludé sonriente dando los buenos días y todos me contestaron con amabilidad, incluidas las tres fisioterapeutas que de un lado a otro y con movimientos seguros asistían a los enfermos. Teresa se dirigió a mí al mismo tiempo que corría una cortina – pasa por aquí Luis-. El cuartito aparentaba estar muy bien equipado, había una camilla y varios aparatos en una especie de moderno carrito metálico. Pensé entonces que toda esa parafernalia de aparatos formaba parte de una especie de efecto placebo visual con el que la clínica conseguía ejercer una influencia positiva a la hora de la curación de sus enfermos. Mi habitual pensamiento racional en esos casos tornó en escéptica mi excelente primera impresión. Teresa entonces me pidió que me quitara la camisa, me bajara un poco los pantalones y me tumbara en la camilla.

El tratamiento inicial consistió en la aplicación de ondas de ultrasonido. Tras tumbarme en la camilla me aplicó un gel frío por la zona dolorida y con un transductor comenzó a extenderme el gel. Era un aparato con forma de micrófono y con la punta roma. A veces dudo de que mis pensamientos coincidan con los de los demás en estos casos, a ver que opinan ustedes ante estos datos que les refiero; un hombre tumbado boca abajo, vaselina, un enorme supositorio con miles de microvibraciones… ¿No les sugieren estos datos pensamientos ajenos a la pura y exclusiva idea de la fisioterapia? ¿No? ¡Vaya! ¡Ahora va a resultar que el Luis es un sátiro! En fin, sigamos con mi breve historia. Tras unos minutos de aplicación de ultrasonidos en la zona, Teresa me informó de que iba a proceder a aplicarme una sesión de corrientes eléctricas. Intenté que no notara mi preocupación, siempre me ha dado miedo la electricidad, así que intenté relajarme y convencerme de la inocuidad de dicho tratamiento. Teresa me limpió muy bien la zona con unos pañuelos de papel y me colocó unos electrodos adhesivos. Conectó unos cables entre uno de los aparatos y dichos electrodos y me dijo –avísame cuando notes el hormigueo-. Mientras giraba lentamente un potenciómetro esperaba mi señal, pero mi miedo hizo que le avisara antes incluso de que yo notara ningún hormigueo. Teresa, ante mis indicaciones, creyó que era esa la corriente adecuada y salió el cuarto cerrando la cortina a su espalda. Pero yo no sentía nada.

A los dos minutos comencé a sentirme culpable pero no me atrevía a llamarla en voz alta. Pensé que si yo le daba a ese potenciómetro podría conseguir una recuperación más rápida de mi espalda. Extendí el brazo hasta llegar al aparato. Distaba un metro aproximadamente y tuve que sacar medio cuerpo de la camilla. Con la punta de los dedos tocaba ya el mando e intenté girarlo levemente. En ese momento se me fue el cuerpo. En el brusco movimiento las yemas de mis dedos rozaron hasta poner al máximo el maldito mando. Mientras me deslizaba hasta el suelo de cabeza sentí como trillones de trillones de electrones se agolpaban en mi espalda y mis piernas provocándome un paralizante y doloroso trance. Fueron unas eternas décimas de segundo, mientras caía al suelo mi cuerpo se contorsionaba enredándose con los cables hasta dar una vuelta completa antes de posarse estruendosamente contra el suelo, allí fue a caer también parte del aparataje del carrito, incluido el sensual aparato de ultrasonidos y el tarro de gel, que se extendió por todo el suelo. Al oír el inmenso golpetazo acudieron las tres fisioterapeutas en mi ayuda. La corriente seguía paralizándome y casi no me dejaba hablar. Chelo, la primera en entrar, se puso a mi lado e intentó ayudarme a ponerme de pie. En un enorme esfuerzo de ella casi lo consiguió, pero mi parálisis eléctrica y el gel de vaselina por el suelo hicieron que de nuevo levantara las piernas en una tijereta que ya quisieran para sí muchos futbolistas frente al la portería, colocando de nuevo mi espalda de pleno en el frío suelo. En plena caída me sujeté a lo que pude, que resultó ser la bata de Chelo. Recuerdo como una sucesión de fotografías la forma en que de reojo vi abrirse su bata con un traqueteo de botones rotos al tiempo que yo caía. A pesar de que el segundo golpe fue tremendo, trajo algo de alivio a mi terrible situación, uno de los electrodos se había soltado en esa caída, pero quedó entre mis muslos y esporádicamente hacía contacto con mi piel provocándome unas leves convulsiones a pesar de mi estado de semiinconsciencia, Teresa se dio cuenta de ello y comenzó a buscar el dichoso electrodo por mi entrepierna.

Concha, mi mujer, había terminado ya los recados que se dispuso a hacer ese día, y decidió pasar a recogerme como habíamos convenido. Encontró fácilmente la clínica con las explicaciones que previamente le había dado. Al entrar no encontró a nadie en la sala de espera ni en la mesa de recepción de la entrada. Entró despacio hasta el fondo y pudo observar a un grupo de gente agolpado frente a la entrada de un pequeño cuarto. Se acercó hasta poder ver el interior y se fijó en hasta el más mínimo detalle de cuanto allí sucedía: Una chica miraba de cerca una especie de consolador que tenía en una mano mientras con la otra lo limpiaba de vaselina con sumo cuidado, otra soplaba con fuerza para quitarse de la cara un mechón de cabellos revueltos mientras intentaba cerrarse la bata con las manos. También pudo ver a otra chica agachada sobre mis muslos y con su melena rozando mi barriga, y a la que por supuesto no le veía la cara. Por último me miró a mí. Yo tenía parte del torso apoyado en la pared, con la cabeza un poco caída hacia un lado, los ojos entreabiertos y con una sonrisa tonta en los labios por los que se escapaba un hilillo de baba hacia el lado inclinado. De vez en cuando un leve espasmo me sacudía en lo que a sus ojos pareció un placentero gesto.

Supongo que entenderán ustedes que fueron arduas las jornadas de negociación bilateral para llegar a convencer a mi señora de lo que allí aconteció. Ríanse de las negociaciones en el Ulster. Las aguas ya han vuelto a su cauce. Por decisión facultativa (de mi señora) se suspendió el tratamiento fisioterapéutico. Y para demostrarme que ya no queda ni pizca de acritud, me ha comprado una mantita eléctrica.

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Antoñín

2 comentarios:

Raquelilla dijo...

Y seguro que, como mi abuela que después del traqueteo ni notaba el dolor de la rodilla, se le olvidaría por un buen tiempo que tenía una contractura.
Me vuelvo a quitar el sombrero de "paja" jijiji.
Ra

M.Luz dijo...

jajaja, pues yo creo que iba a recordar la constrastura forever and ever