domingo, 21 de diciembre de 2008

Editores

By José Saramago

Voltaire no tenía agente literario. No lo tuvo él ni ningún escritor de su tiempo y de otros tiempos más. El agente literario simplemente no existía. El negocio, se así quisiéramos llamarlo, funcionaba con dos únicos interlocutores, el autor y el editor. El autor tenía la obra, el editor los medios para publicarla, ningún intermediario entre uno y otro. Era el tiempo de la inocencia. No quiere decir esto que el agente literario haya sido y siga siendo la serpiente tentadora nacida para pervertir las armonías de un paraíso que, verdaderamente, nunca existió. Sin embargo, directa o indirectamente, el agente literario ha sido el huevo que ha puesto una industria editorial mucho más preocupada con el descubrimiento en cadena de best-sellers que con la publicación y la divulgación de obras de mérito. Los escritores, gente en general ingenua que fácilmente se deja engañar por un agente literario tipo chacal o tiburón, corren tras promesas de voluminosos anticipos y de promociones planetarias como si de eso dependiese su vida. Y no es así. Un anticipo es simplemente un pago a cuenta, y, acerca de la promoción, todos tenemos la obligación de saber, por experiencia, que las realidades se quedan casi siempre más acá que las expectativas.

Estas consideraciones no son nada más que una modesta glosa a la excelente conferencia que pronunció Basilio Baltasar a finales de noviembre en México bajo el título de “La deseada muerte del editor” y que era una respuesta a una entrevista que el famoso agente literario Andrew Willie había concedido a El País. Famoso, digo, aunque no siempre por las mejores razones. No me atrevería, ni sería éste el lugar adecuado, a resumir el pertinente análisis de Basilio Baltasar a partir de la estulta declaración del tal Willie de que “El editor es nada, nada”, que me recuerda las palabras de Roland Barthes cuando anunció la muerte del autor… Al final, el autor no murió, y el resurgimiento del editor amante de su trabajo está en las manos del editor, si así lo quiere. Y también en las manos de los escritores a los que vivamente recomiendo la lectura del texto de Basilio Baltasar, que tendrá que publicar, y un debate a continuación.

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