martes, 9 de diciembre de 2008

Memoria viva: episodio revelador

Lo deseaba de verdad. Era lo único que necesitaba en aquellos momentos. No podía apartar esa imagen reluciente de mi mente ni por un solo segundo. El calendario seguía avanzando inexorable, la fecha se acercaba, mi gran momento estaba más cerca, pronto lo tendría entre mis manos, no veía la hora, en mi cabeza se repetía una y otra vez la misma escena, la escena de la mañana de reyes en que me levanto y me acerco a aquel paquete grande, la caja donde estaban depositadas todas mis esperanzas, mis ilusiones, mis mayores anhelos... ese gran helicóptero amarillo que había visto cientos de veces, embobado delante del televisor, viéndolo volar por toda la pantalla, girando sus aspas sin parar, virando aquí y allá, terminando todas sus misiones con gran éxito y la mayor ventura... ¿qué niño de siete años escasos podía resistirse a semejante reclamo de felicidad y placer infinito?
Aquel año la carta había sido bien corta, sólo una línea, sólo un deseo, un único juguete: el helicóptero amarillo que tanto me había encandilado, que había hecho volar mi imaginación inocente hasta lo más alto del cielo, acompañada de ese rugido de motores anestesiante e inconfundible que se me había quedado grabado en lo más hondo de mis ilusiones. Mis padres me preguntaban una y otra vez “pero estás seguro, de verdad que es eso lo que quieres”, “sí papá, sí mamá, sólo eso, ya lo sabéis”, sus miradas se cruzaban, inocente de mí.
Hasta que llegó el gran día... no, el de reyes no, unos días antes, el día en que mis padres se sentaron frente a mí con cara de “he suspendido el examen y no sé cómo decírselo”, con esa cara, los dos, algo extraño, porque esa solía ser mi cara, no la de ellos, ellos nunca antes me habían hablado así, de hecho, aparte de “cómetelo todo” y “deja ya a tu hermano” poco más solían decirme... hasta aquel día. Yo ya me supuse que se trataba de algo serio, pero nunca llegué a imaginarme que fuese de tal gravedad.
Pero ocurrió, mis peores pesadillas se hicieron realidad. Bastaron unas pocas palabras para darme cuenta de ello, “Pedrito, hijo, no puede ser, tendrás que conformarte con otra cosa”. Mi mundo, el único que conocía, se me vino abajo. Sorprendentemente no lloré, ni pataleé; nada de nada; simplemente me quedé serio y asentí... algo había ocurrido en mi interior. Algo incomprensible para un niño de tan corta edad, pero algo realmente importante.
Nunca he pensado en aquel episodio de mi más lejana infancia como algo revelador ni mucho menos, pero es cierto que en todos estos años ha acudido a mi memoria en infinidad de ocasiones, en los momentos menos esperados, como una señal... no sé... quizás una advertencia de que no se puede conseguir todo lo que se desea en la vida, pero que aún así la vida continúa y nosotros debemos de continuar con ella, un claro aviso de que la vida no se detiene por nada ni por nadie, por mucho que nos duela lo que en ella acontece y por más que nos indigne el que no se cumplan nuestros efímeros deseos.
Después de todo, tal vez sí que fuese aquél un suceso revelador, si no, ¿por qué iba a ser uno de los poquísimos momentos de mi niñez que no han conseguido huir de mi memoria?

4 comentarios:

Escuela de Letras Libres dijo...

Enternecedor, pero lo que más me agrada es el mensaje positivo que has sacado de la experiencia. Bien narrado, sí señor.

Antoñín

JUAN dijo...

Estamos sacando todo aquello que ha marcado nuestras vidas. La idea de este este ejercicio me ha parcido genial.
Pedro tu relato mágnifico, muestras perfectamnte que recibiste una lección imborrable, y coincido con Antoñin sobre el positivismo de tu reflexión
Juan

genialsiempre dijo...

Me gusta tu momento revelador, además explica porqué tu mente vuela tan alto. El complejo del helicóptero te ha acabado ayudando.

Saludos,

José María

Anónimo dijo...

Esto es lo que demuestra que hay que vivir soñando y que los sueños son la vida. Malditas verdades y malditos los que las imponen...no hay más verdad que la vida y cada cual que la viva con sus sueños. Precioso. Fita