jueves, 14 de febrero de 2008

SESIÓN GOLFA (título con la venia de labert)

No sé que me impulsó a entrar en el cine del viejo barrio en esta tórrida tarde de agosto, pero ahí estaba en medio de una sala enorme llena de butacas vacías.

Al principio, la penumbra del local alivió mis deslumbrados ojos y una ligera sensación de frescor envolvió y penetró mi cuerpo hasta socavar mis pulmones, pero esta sensación duró un breve espacio de tiempo, pues cuando se apagaron las luces de la sala un mar de calor me abrazó de tal manera que cuando quise darme cuenta ya me había quitado la camiseta verde de tirantes que llevaba puesta, ¡total el cine enterito estaba a mi disposición!

Comenzó el pase de la película, me revolví una y otra vez en la butaca hasta encontrar la postura más cómoda para disfrutar plenamente del placer que me producía no tener que reprimir mis emociones por alguna que otra norma de urbanidad.

Situé bien las nalgas en el asiento para que descansaran relajadas, después doble las rodillas y deslice las piernas debajo de éste, estiré los brazos por encima del respaldo de la butaca que tenía delante y me incline hacia ella para dejar que el aire circulara libremente entre mi espalda y el terciopelo rojo de la butaca.

Llevaba poco tiempo en esta posición cuando un leve escalofrío me recorrió todo el cuerpo, unos dedos suaves y ágiles rozaban ligeramente los curvos recodos de los pliegues de mis orejas al compás de la banda sonora, mi corazón comenzó a palpitar como una olla express a punto de estallar; decidí dejar a un lado la perturbación que esta situación me producía para franquear el umbral de mis prejuicios y rendirme al placer de gozar lo desconocido. Ahora, las sutiles yemas de los dedos danzaban hacía el centro de mi nuca dibujando infinitas formas invisibles para continuar descendiendo en una cascada de volvoretas hasta separarse en cada una de las sinuosas y onduladas colinas sobre las que descansa mi espalda.

Me eché hacia atrás, giré la cabeza y vi veladamente la desconocida silueta entre las luces y sombras que dejaba cada uno de los fotogramas que se proyectaban en la pantalla, alargué los brazos y acaricié su deseado cuerpo, primero con vacilación y luego con alboroto, explorando el terso y palpitante mapa poroso que comenzaba en su labio inferior y carecía de fronteras, el calor se concentró ahora en mi vientre y en la parte interna de mis muslos, sentí las palpitaciones del corazón en mi sexo, me estaba excitando y la posición en la que me encontraba dificultaba mis movimientos. Sin buscar atajos mis labios buscaron los suyos, los encontré detrás de un jadeo de deseo entrecortado, percibí la humedad de su boca, y la punta de mi lengua se demoró en recorrer la suave superficie de su labio inferior, desde una comisura a la otra, y luego el labio superior hasta que nuestras bocas, con una sincronización perfecta, resbalaron juntas en un pausado e intenso beso.

Separé mis labios para recibir su aterciopelada lengua, era la primera que carecía rostro, la primera en acariciar la bóveda rugosa de mi paladar, la primera en jugar lentamente con mis encías, la primera en saborear mi saliva y lamerme la lengua, y la primera también en escarcharme rocío en el aliento.
Labert.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Que el Heros de las penumbras cinéfilas haga el milagro y me pillé allí, espectante, aguardando el comienzo de una peli de arte y ensayo de esas que solo ven dos en una sala. !!!ay labert, Bertita, Berta!!!
Me ha gustado mucho tu SESIÓN GOLFA. Un abrazo. Salud y poesía.

Escuela de Letras Libres dijo...

Estas cositas dejan huella... ¿A que sí? A partir de ahora ya no veré con los mismos ojos un cine medio vacío, ni una japonesa en la tele, ni un cura cuarentón, ni una jovencita con el MP3 a su rollo,ni una ventana indiscreta, etc, etc... Por cierto Eva, cuelga lo tuyo por aquí también, porfi. Ha sido muy bonita la experiencia, muy agradable, salud a todos y todas.

Antoñín

Escuela de Letras Libres dijo...

Me alegro mucho de ver algo de Berta por aquí por fin, y a ver si más adelante pudieras tener acceso al blog en el trabajo. El miércoles pasado se echó en falta a alguna gente, que estabamos poquitos. Se leyeron textos muy bonitos, Muy divertido el de Pedro, entrañable el de Antoñín con su historia de Luisito, exótico y también divertido el de Antonio, sensible y tierno el de Moy, el más erótico el de Berta, creo, y fresco y real el de Raquel, que por cierto no lo ha puesto aquí todavía, eso no vale.

Eva.

Deben estar madurando los melocotones en tu aldea, aquellos rojos que solíamos robar y que terminaban nublándonos un poco el sentido mientras los saboreábamos tumbados junto al río.
Recuerdo ahora que entre risas te contaba historias de cien princesas árabes cautivas en un harén donde el polígamo, solía cubrir los rostros de sus numerosas mujeres y hundiendo la nariz en sus sumisos vientres, jugaba a adivinar el nombre de cada una intentando reconocerlas por su aroma.
Cuando una mujer era descubierta por el hombre, ella debía descubrirse y premiarlo lamiéndole muy despacio la parte del cuerpo que él previamente se había untado de miel o canela. También había un regalo para la mujer que conservara más tiempo su velo en el rostro, porque el cacique hacía llamar al bufón que entre muecas y contorsiones se acariciaba su propio sexo y llenaba una copa justo cuando la mujer decía entre risas:
_ Tengo sed.
Y el tirano se solía dormir después de cada fiesta dejando insomnes a varias de las esposas.
Los eunucos no sentían el deseo del marido pero eran sensibles a las caricias y abrazos de las zalameras mujeres que los asediaban en aquellos momentos para conseguir que las dejaran pasear a su antojo fuera de los muros del serrallo.
Cuando eso ocurría, alguna mujer solía visitar al vigía de la torre, nadie como él para las confidencias a media noche y los susurros en el cuello contándoles cuantas caravanas de camellos pasaron ese día.
Pero de todos los personajes del lugar, las esposas tenían una especial predilección por el jardinero, que lejos de los olores dulzones del marido, les traía la frescura del limonero y la hierbabuena.
Te gustaba representar el papel de ese jardinero porque en tu pecho se podía albergar la tempestad de mil caricias prisioneras y tu boca estaba hecha al suave vello de la piel de los melocotones, y apenas te dabas cuenta que tu pelo, cuando te inclinabas para hablar, y tu voz susurrando besos templados al sol, desataban los nudos de una pasión ya sin mordazas.
Me despierto ahora entre cojines, mil olores zumbando alrededor, noventa y nueve mujeres, un hombre desdibujado, he debido volver a soñar con un amante junto al río en la aldea donde crecen jugosos melocotones.

Raquelilla dijo...

Las mil y una Evas, a ver si los posteas al principio para que todos la podamos disfrutar tita, hazte valer, jijiji

Raquelilla dijo...

Tu bien sabes Evichi que yo los cuelgo en mi blog, que me da cortichi obligar al taller a leerlo de nuevo aquí, quienquiera, ar que le apetezca (como decía mi matrona), que le eche un vistazo allí.