sábado, 28 de junio de 2008

El repartidor (I)


Casi cuarenta a la sombra. Fernando odia estos días. Su camisa de uniforme, a pesar de habérsela puesto hace escasamente una hora y media, comienza a oler a sudor penetrante y acre, lo nota cada vez que entra en alguno de los comercios donde habitualmente es saludado con simpatía. Desde que comenzó la ola de calor, ya no son tan simpáticas las irreverentes jovencitas dependientas del Zara, ni los mancebos de bata blanca siempre tan en su papel de sanadores secundarios, ni los nerviosos y activos sabedores de lo que es una rosca en pulgadas de las ferreterías, ni los engominados y las engominadas de las agencias de viajes, siempre les imagina quedándose con las mejores gangas y disfrutando en una playa secreta de Turquía, ni Don Senén, con su otrora sempiterna sonrisa con cada envío recibido de excelencias filatélicas al tiempo que entreabre a duras penas su blindado portón. Todos y cada uno de ellos parece que notaran las consecuencias de la falta de aire acondicionado en su furgoneta. Pero lo asume con dignidad ¿qué iba a hacer si no?

No hay sombra junto al hospital. Aparca sobre la acera, a sabiendas de que si viene el guardia habrá bronca. Sabrá torearle, ya está acostumbrado. Entra con el sobre marrón abultado en una mano y el albarán en la otra.

Dra. Eugenia Julia de Brunner
Servicio de Neurocirugía Clínica


Es en la tercera planta. La gente abarrota las entradas de los ascensores adorando con sus miradas al pequeño triángulo blanco sobre la puerta. “¡Clinnn!”. El triángulo se enciende y el dios ascensor engulle a la mitad de sus acólitos. La otra mitad espera ansiosa al sacrificio en la próxima tanda. Fernando duda y se decide por la solitaria ofrenda de subir escaleras. Más sudor. Se cruza con los tranquilos doctores embatados, siempre en grupos de dos o tres. Estos tíos nunca tienen prisa, piensa mientras les esquiva sin mirarles a la cara. Junto a la puerta de entrada en la planta un cartel amarillo:

¡Peligro!
Suelo húmedo
No pasar

Ni caso. Pasa de la escalera al pasillo de la planta y el frescor del aire acondicionado le suaviza algo el rubor. Con la mano del albarán se abre un poco la camisa para que entre el fresco en su pecho sudado. El aire frío que ha entrado en su camisa desaloja al maloliente de sus sobacos. Recibe más de una acusadora mirada de reojo entre familiares de enfermos que esperan en los pasillos. Busca entre los carteles la entrada a Neurocirugía. De repente oye algo familiar: “Fernando Sánchez Andreu, puerta siete”. -¡Qué casualidad, un tío que se llama como yo!- piensa extrañado. A los pocos segundos de nuevo la voz femenina: “Fernando Sánchez Andreu, puerta siete por favor”. Se para. Mira hacia atrás y decide ir a la ventanilla de la puerta siete, traumatología.

-Perdone, es que han llamado ustedes a Fernando Sánchez Andreu y yo me llamo así, pero…

- ¿Y que espera hombre de Dios? ¿No ve cómo estamos de liados? Ande y pase, pase de una vez.

- No mujer, yo vengo a… ¡Pero Julia, tú eres Julia…¿No?

- Sí, soy Julia, ¿Qué pasa?

- Pero niña, si hemos sido novios de chicos, ¿No te acuerdas?

- Pase a consulta, hágame el favor.

- Pero…

La enfermera aprovecha su momento de turbación y le tira del brazo hasta la consulta. El la mira extrañado y aturdido y decide dirigirse al doctor que espera sentado al paciente tras la mesa. No puede ser. Es una doctora, entradita en años.

- Mamá… ¿Qué haces tú aquí?

- ¿Cómo que mamá?

- Sí, mamá, tú eres mi madre, pero más joven, ¡Joder! ¿Qué pasa aquí?

- No lo se, usted dirá. ¿Está mareado? Tiene mala cara.

- ¿Qué mala cara ni qué hostias? ¡Tú eres mi madre, mi madre se murió hace treinta años y estás aquí de médico, a ver cómo me aclaras eso!

La doctora aprieta un botón bajo la mesa. En unos instantes aparecen dos señores también de uniforme, pero estos llevan porra y walkie-talkies. La doctora no les dice nada, mira a los guardias, luego a Fernando y levantando las cejas les indica la puerta de salida. Estos se le acercan y le piden amablemente que les acompañe. Fernando no se cree lo que ve.

- Pero Congui, ¿No te acuerdas de mí? Joder, me estoy volviendo loco. Me habían dicho que te habías ido al otro barrio por una sobredosis y estás aquí currando de guardia jurado. Hostias Congui, échame un cable que esto es de locos.

- Le he dicho que me acompañe y le ruego que no de problemas o lo va a pasar mal. ¿Vale o no vale?

En volandas, sin soltar el sobre marrón en una mano y el albarán en la otra, le llevan hasta la puerta que separa la planta y las escaleras. Allí sigue el cartelito amarillo, y el suelo húmedo. Uno de los guardias resbala levemente.

- Verás cómo cualquier día se cae uno con los puñeteros suelos mojados… y como se dé un golpe en la cabeza se va a liar, ya verás.

Fernando baja despacio, pensando, aturdido. Se sube a la furgoneta. Arranca y sale despacio de la acera. Ya no tiene calor, al contrario, un sudor frío le refresca la frente, pero aún le invaden las turbadoras consecuencias de su extraña vivencia, y el dolor de cabeza que ello le provoca.
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Antoñín

6 comentarios:

Pedro Estudillo dijo...

Antoñín, espero que hayas dejado una segunda parte para más adelante, porque esto no se puede quedar así. Ahora mismo debo tener la misma cara que el repartidor, sudor incluido.
La saga del Congui promete.
Nos vemos.

Escuela de Letras Libres dijo...

Antoñín: Como capítulo para engancharnos es único, pero espero que no nos dejes así. Ya veo que anoche te fuiste temprano porque te bullía en la cabeza, no?.
Venga, continualo pronto que me gusta mucho.

jose maria

Anónimo dijo...

Frenando no debería despertar nunca.
Haz que siga soñando, sueña tan bien!.

O a lo mejor el que sueña soy yo.

¿Acaso tú, Antoñín, sueñas cuando escribes,
o escribes cuando sueñas?

Estoy hecho un lio del que no se si despertar o seguir leyendo.

Un saludo. moy.

JUAN dijo...

¿Cuando un aprendiz, da consejos a un maestro?
Pero me voy a permitei el atrevimiento.
No lo toques, no lo sigas,déjalo abierto,ya has puesto tu gran imaginación, ahora que la pongan tus lectores
Un abrazo

Escuela de Letras Libres dijo...

A tí los poros te sudan palabras y los olores te exhuman relatos.
Fita

Escuela de Letras Libres dijo...

Je je je. Fita, me ha sonado raro eso de "exhumar" palabras y he mirdo, por si estaba equivocado, el significado de dicha palabra. Se ve que el tema del cuadernillo y lo de nuestro común difunto nos está condicionando. Por cierto, en esa búsqueda he encontrado esta curiosa noticia:

"Piden exhumar a su madre porque les llama al móvil
Redacción. 17.06.2005 - 03:10h En Granada.
Filomena Gómez falleció de cáncer hace dos años, cuando tenía 55. Ahora, y según su familia, lleva una semana comunicándose con ellos a través del móvil y pidiendo que le quiten del pecho la cruz con la que fue enterrada. Por esta razón, su familia acudió al juzgado de guardia de Granada para solicitar un permiso y poder exhumar sus restos. El juez, atónito, atendió a los familiares de Filomena y escuchó los sonidos grabados en el móvil, «procedentes de ultratumba». La hija asegura que su madre dice: «Ven, ven, la cruz». El juez les remitió a un cura porque el caso excede de su competencia."

Antoñín