jueves, 26 de junio de 2008

Tarea: El camino del guerrero

El guerrero levantó la mirada hacia el horizonte mientras caminaba. Siempre hacia el horizonte; esa fue la concisa respuesta del monje cuando le preguntó hacia dónde debía dirigir sus pasos: “Siempre hacia el horizonte”. “Hasta cuándo”, quiso saber el guerrero, “hasta que tu corazón te señale el final”, fue de nuevo la enigmática respuesta del monje. “¡Ese maldito hechicero del demonio y sus misteriosas respuestas!”, pensaba el guerrero al tiempo que se encaminaba hacia el infinito.

Los rayos de sol se le clavaban en la frente como agujas ardientes, sus pies se volvían por momentos más y más pesados, el calor era sofocante y la sed le consumía el aliento hasta secarle incluso el sudor. Desde el principio supo que no sería una buena idea adentrarse en ese basto desierto tan sólo con un pellejo de agua y unas cuantas almendras. “Son un alimento muy energético”, le espetó el monje ante sus protestas, “sí, pero por algo le llamarán fruto seco”, quiso contestarle el guerrero... pero calló y obedeció. Sabía que era lo mejor; o, mejor dicho, sabía que era lo único que podía hacer. Así que allí se encontraba, en medio de la nada, sin apenas agua, con un enorme sol sobre su cabeza y rumbo hacia lo desconocido a la espera de una incomprensible señal que le indicase el final de su camino.

Recordó que en alguna ocasión había oído hablar a un viejo brujo sobre la posibilidad de convertir la orina en agua potable en caso de necesidad, e incluso le explicó cómo hacerlo. Pero de eso hacía mucho, y el guerrero desconfiaba de que fuera posible, además, tal y como le ardía todo el cuerpo, tenía la impresión de orinar directamente amoniaco, así que desechó la idea casi de inmediato. Tendría que conformarse con la confianza que había mostrado siempre el monje hacia sus posibilidades; hasta el momento nunca le había defraudado... claro que aún estaba a tiempo, se decía el guerrero mientras continuaba con sus maldiciones.

En su lento y pesado caminar tuvo tiempo de sobra para reflexionar sobre la última conversación que mantuvo con el monje, antes de partir hacia su insólito destino. “¿Cómo debo comportarme ante los demás, cuál debe ser mi actitud?” le preguntó con curiosidad; “la caridad debe ser tu única guía para con tus semejantes”, fue su lacónica respuesta. Pero cómo podría mostrarse caritativo con los demás el pordiosero en que se había convertido; precisamente era él el que parecía necesitar urgentemente de la compasión ajena.

Pero todas estas dudas y otras muchas que le surgirían durante el arduo aprendizaje que aún le restaba, les serían resueltas más adelante, en el momento en el que consiguiese por fin la impecabilidad más pura y le fuese revelado con total lucidez el gran misterio que gobierna todas las conciencias de este Universo. Hasta entonces, tendría que conformarse con el sacrificio y la confianza, algo fundamental para un buen discípulo que sólo desea convertirse en un guerrero auténtico.

2 comentarios:

Raquelilla dijo...

Aunque el dibujo no salga, el texto se sale... me recuerda un libro que leí mezcla de caballerías y magia: El Juglar. A ver si te lo paso a ver qué te parece, porque tiene un humor sarcástico y un poco guarrete, como tu episodio de la orina.

Escuela de Letras Libres dijo...

Siempre buscando respuestas... será mejor que no haya respuestas para que seguir disfrutando de tus relatos. Fita