lunes, 18 de enero de 2010

OTRO DOMINICANO

MANUEL DEL CABRAL


Poeta, escritor y novelista nacido en Santo Domingo, República Dominicana en 1907.
Es la figura más importante en la lírica moderna de su país y la que justamente ha logrado una mayor proyección continental.
Fue denominado junto a Nicolás Guillén como uno de los más fieles representantes de la poesía negra, convirtiéndose en un permanente defensor de los derechos de su pueblo. Siendo todavía adolescente se radicó en los Estados Unidos, y luego
recorrió diversos países sirviendo en el cuerpo diplomático, para radicarse por muchos años en Argentina reconocida por él
como su segunda patria.
Su vasta obra abarca varios géneros de la poesía, sobresaliendo especialmente sus «Doce Poemas Negros», «Compadre Mon»
y «Trópico Negro».
Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1992.
Falleció en Santo Domingo en 1999. ©


¿Quién ha matado este hombre
que su voz no está enterrada?

Hay muertos que van subiendo
cuanto más su ataúd baja...

Este sudor... ¿por quién muere?
¿por qué cosa muere un pobre?

¿Quién ha matado estas manos?
¡No cabe en la muerte un hombre!

Hay muertos que van subiendo
cuanto más su ataúd baja...

¿Quién acostó su estatura
que su voz está parada?

Hay muertos como raíces
que hundidas... dan fruto al ala.

¿Quién ha matado estas manos,
este sudor, esta cara?

Hay muertos que van subiendo
cuanto más su ataúd baja...



El mueble

Por escupir secretos en tu vientre,
por el notario
que juntó nuestros besos con un lápiz,
por los paisajes que quedaron presos
en nuestra almohada a trinos desplumados,
por la pantera aún que hay en un dedo,
por tu lengua
que de pronto desprecia superficies,
por las vueltas al mundo sin orillas
en tu ola con náufragos: tu vientre;
y por el lujo que se dan tus senos
de que los limpie un perro que te lame,
un ángel que te ladra si te vistes,
cuatro patas que piensan cuando celan;
todo esto me cuesta solamente tu cuerpo,
un volumen insólito de sueldos regateados,
un ponerme a coser silencios rotos,
un ponerme por dentro detectives,
cuidarme en las esquinas de tu origen,
remendar mi heroísmo de fonógrafo antiguo
todo el año lavando mis bolsillos ingenuos
atrasando el reloj de mi sonrisa,
haciendo blanco el día cuando llega visita,
poniéndole gramática a tus ruidos
poniendo en orden
el manicomio cuerdo de tu sexo;
déjame ahora
que le junte mis dudas a la escoba,
quiero quedarme limpio como un plato de pobre;
tú,
que llenaste mi sangre de caballos,
tú,
que si te miro me relincha el ojo,
dobla tu instinto como en una esquina
y hablemos allí solos,
sin el uso,
sin el ruido
del alquilado mueble de tu cuerpo.


(Me enamoré de este poeta cuando leí este poemazo)

1 comentario:

Equilibrista dijo...

poemazos, tú lo has dicho...

no cabe en la muerte un hombre...

el primero, contundente, me dejó frío

el segundo, lleno de metáforas, para leerlo poquito a poco...