viernes, 29 de enero de 2010



Amores caducifolios

Seguramente era un desarraigado vital, uno de esos que no acaba de encajar en ningún espacio, siempre fuera d e lugar. Tenía un aire desasosegado como el que está sin estar. Paseaba por la plaza sin detenerse con los parroquianos, desatendiendo los reclamos de los vendedores ambulantes que a estas horas colmaban el ambiente de requerimientos, ofreciendo unas mercancías que encandilaban a las muchas mujeres que recorrían los puestos dejándose llevar por los atractivos de un día d e mercado primaveral.

Llevaba allí toda la mañana. Me había llamado la atención su apostura viril que contrastaba con unas ropas que para este pequeño lugar mesetario resultaban no sólo excesivas o exuberantes sino incluso afeminadas. Desde el blanco de sus zaragüelles, al brillo de un enorme broche d e plata que adornaba un cinturón de finos cordeles de seda con el que ceñía una camisola d e lino bordada. Todo en él resultaba tan natural como inusual era su presencia en este lugar.

Como lo venía observando a placer resguardada por la celosía de la amplia balconada de mi alcoba, me resultaba intrigante que no mirara a nadie de frente como si rehuyera a la gente o no quisiera ser reconocido y, sin embargo, desde cualquier punto dónde se encontrara en su ir y venir por los soportales de la plaza, no perdía de vista el portalón de nuestra vivienda impacientándose cuando alguno de los parroquianos se acercaba o un grupo de vecinos tertuliaban en nuestras puertas. Nadie entró ni salió en toda la mañana ya que yo y mi doncella éramos los únicos ocupantes de este enorme caserón durante estas ferias ya que el resto d e la familia había decidido permanecer en la huerta para no sentir las molestias de las algarabías propias de estos festejos. Y eso parecía comenzar a inquietar su deambular que se ralentizaba a su paso por el zaguán sin atreverse a tocar sobre la aldaba o decidirlo a terminar con las cuitas que le hubieran traído hasta nuestra puerta..

Ya me disponía a poner fin a esta intriga tomando yo la iniciativa y saliendo a su paso cuando el repiqueteo de las campanas a la hora del ángelus pareció despejar de tal forma sus temores que lo vi lanzarse decidido hacía nuestra puerta y golpearla con el ímpetu de su impaciencia acumulada. A las prisas acudió la doncella presta sin tener yo la preocupación de advertirla de mis sospechas. El chirrido del enorme portón quedó ahogado por los gritos de la sirvienta que confundían alborozos y lamentos aumentando mi desazón y alimentando mi incertidumbre sobre el visitante.

Abrí la puerta impaciente por descubrir la identidad del personaje que confundía a un ama que por su edad y fidelidad conocía todos los secretos d e la Casa. Y sin apenas advertirme de mi atuendo –solo una toquilla cubría mis hombros sin ocultar la camisola que acostumbraba a vestir en la intimidad del dormitorio-; salí al corredor dónde el caballero ya se había plantado de dos zancadas pronunciando mi nombre con el ritmo cadencioso con que sólo él me nombraba. Me abrazaba temblando. Me nombraba, me abrazaba, me nombraba, me abrazaba. Temblaba. Entre nosotros, un espacio recorrido por nuestras miradas verdeándonos el uno en el otro. Temblábamos de deseos acumulados, de estarnos ahora y habernos ahora y sernos tras los sinvivires de no vernos.

Te vienes a Sevilla, vengo a llevarte.

Vendrán el domingo para llevarme a Briviesca, el rey me aguarda en casa de su primo…

No puedes resignarte a vivir malquerida. El duque no puede entregarte para aplacar la ira del rey.

Seré su concubina, firmaron el contrato por un año…me quiere y no puede esposarme

Y después te arrojará lo más lejos posible y te entregará a un convento o a las cadenas de un anciano lascivo y decrépito que te amargará de encierros el resto de tu existencia.

Me debo a mi apellido como tu a la lealtad que juraste a tu rey. Te fuiste. No dudaste cuando emprendiste tu destino a tierras d e infieles. Te fuiste. ¿Qué puede hacer una mujer sino cumplir los deseos de un padre?, ¿Qué puede hacer un padre ante las demandas de su rey?, ¿Qué esperas Gonzalo que deshonre a mi familia y se vean abocados a una vida de destierros sin honor?

Hablaré con el rey, tiene que escucharme…lo he enriquecido consiguiéndole préstamos cuando todos lo abandonaban, he conspirado por él y por él he engañado e incluso traicionado…y

Y seguirás aceptando su voluntad, incluso ésta.

No puedo, Jimena. Estoy dispuesto a romper mi espada. Allí he conocido otras formas de vivir que enriquecen mi alma tanto o más que las armas. He conocido gentes que estimulan mi mente con sus pensamientos expresados con las más hermosas palabras, que me enseñan los placeres d e la mente y de los sentidos…He recorrido tierras y descubierto paisajes que emocionaron mi espíritu como si hubiera entrado en el Paraíso Leo, viajo, aprendo, pregunto, discuto, conozco, escribo…

¿Quién eres?...

Quien te ama.

…y enlazándola se colmaron de las caricias que se les iban desprendiendo hasta irse deshojando, amarilleando, enrojeciendo…

Esto no significa nada, Gonzalo. Lo sabes…

…Descomponiéndose, pudriéndose en el suelo…

Fita

4 comentarios:

Pedro Estudillo dijo...

Vaya dramón, tan bien hirvanado como sólo tú sabes hacerlo.

genialsiempre dijo...

Relato medieval, escrito con maestría, propia de una profesora de historia.
Sobervio Fita, !que bonito!

José María

Equilibrista dijo...

precioso relato de reconquista amorosa...

las caricias se deshojan de las manos...

qué bonito, profe!

besos

Carmen dijo...

Que bonita historia, y que bien la cuentas tú. Tanto tuyo, que hay momentos en los que escucho tu voz.